Cada vez que el frío, la ventisca y el trueno enardecen la soledad del camino, entre vados de polvo comienzan los espiros a ensayar una tonada. Le pone el recuerdo letras a los labios que escapan un susurro que el eco indiscreta. Y ya no más es uno el que trajina el escarpado. Y no más el frío, el viento y el trueno que escarapelan la piel estremecida. Muta el frío, y muta el viento y el estruendo en compases radiantes y silbidos de amentos, y sutil la lluvia recoge su garúa y espera.
No hay ninguna ley que prohíba embrutecer a la gente