Dos ingresos: (1) Miércoles 10 de diciembre de 2014
(2) Jueves 19 de marzo de 2015
La revelación de Micaela
La misma noche del día siguiente al día último —de los cinco que finalmente duró aquello que tras la euforia formal vivida durante los tres días
oficiales de la cita por la vida—, que devendría en un festival de dos días conmemorativos adicionales plenos de música y color no considerados
en los programas formales del evento —y
de sorpresas artísticas de magnitud solo comparable a la de los conferencistas
‘no invitados’ que sorprendieron y sobrecogieron a los asistentes con su presencia. Noche en que todo dormía
en Huerto azul y Valle dorado, incluidas las luces de los vehículos de la
carretera aledaña, así como las reflejos de los edificios de la urbe más cercana: un breve paseo
noctámbulo pasada la media noche, que luego se convertiría en una vigilia
silenciosa atraída por la emoción contenida de una treintena de andariegos sin sueño, daría lugar a la denominación popular que finalmente aglutinara
toda la emoción instalada en el nuevo ánimo de los moradores del lado oeste del
complejo Oasis. Valle dorado: así se
lo pedirían las imágenes que se mostraban
ante sus ojos, como los trazos en proceso de un cuadro que aquel pintor, instalado
ya desde hace mucho en ese ecosistema de vida, les permitiera vivir a un grupo
de privilegiados —en un alto del
pincel—; hipnotizados por los dos reflectores que desde un mismo punto de emisión, tiñen de ribetes bruñidos el espejismo.
Matices
Un novísimo sistema de potabilización del
agua casi completamente terminado, el uno, cuyo estanque de asentamiento de aguas en forma de pequeño lago poblado
de pequeños plantones naturales,
gramíneas y otras herbáceas entre sus pequeños islotes que simulan a minúsculos
archipiélagos, salta a la vista, junto con una pequeña fuente de aguas
circulantes ya potabilizadas, que al contacto con la luz amarilla, en ese
eterno deslizarse entre sus discos concéntricos dispuestos en forma cónica, repletos
de ‘lluvias de oro’, son señal evidente que enfatiza la función primigenia de
los ojos en el proceso de satisfacción del ansia humana.
Mas
al lado, un lienzo mayor dispuesto a que el aliento
no termine en el lento espiro de la fascinación, teje con hilos indelebles cada
hábitat que la naturaleza del ser vivo le exige, lenta y paulatina, de modo que
como la piedra angular meticulosa,
cada milímetro y cada desnivel de su cuerpo amorfo, halle finalmente su espacio
y se asienten natural y espontáneo entre los fondos mates todavía no explorados
del paisaje. Con una luz plata contrastando en el negro profundo de sus sombras,
una enorme necesidad de atención y conexión dirige a la par, haz y
miradas, hacia las estructuras ya completadas del dispensario que rompiendo
todos los esquemas formales de la construcción, es precisamente su cima jaspeado de azul la que muestra los
indicios más avanzados de lo que pretende el proyecto, con una decena de
arbustos por ahora todavía en precario estado de manutención manual , pero con
un sistema de aislamiento y drenaje casi concluidos que como las vísceras de un
híbrido en pleno ensamblaje muestran al mundo silvestre la primera advertencia de
la presencia de un nuevo plantón aliado en el paisaje verde. Una verdadera casa
árbol que despierta entre los septuagenarios, una ansiedad que no han sentido
en años, de apearse a ella una vez acabado y asomar sus sonrisas por sus
ventanas.
«Vaya
visión eh_ dice una voz que pronto se diluye entre los comentarios que
suscitan las primordiales imágenes
que tienen ante sí_, y a que no han visto
el reflejo de ensueño en la arboleda», acota seguidamente la voz en nítido acento Español, que luego calla como queriendo ser guía y cómplice a la vez de una experiencia que acaso se haga realidad
en el quehacer de la legión de ancianos.
Y es esperada la reacción que pretende la
mujer que junto a ellos gira contagiándose por segunda vez del asombro del
grupo. Parte principal de otro juego de reflectores
que rodean el pequeño lago han sido
instalados deliberadamente de manera
tal que el movimiento de sus aguas y
otros tonos auxiliares proyectados sobre los nogales y tamarindos en flor, dan una sensación de
ensueño en la campiña que adaptadamente diluye sus tonos con el negro profundo
de la noche, en ese lado usualmente umbroso
de la zona norte de Pueblelo. Más al fondo, como si la propia noche los
incitara a dar un recorrido, una decena de puntos luminosos esta vez teñidos en
azul, similares a los dispuestos en Huerto azul, —aunque ahora con los haces de luz partiendo desde los pies de los árboles—, refulgen junto
a la silueta de cada leñoso insertándole un toque descomunal a los frondes del
paisaje nocturno.
«Oigan, porqué no damos un paseo», dice alguien de entre la penumbra llamando al grupo
desde la boca de “la trocha”, que no
es otra cosa que el camino de herradura forjado
a fuerza de costumbre entre los arrabales del pequeño bosque de frutos secos, cuya
sinuosa ruta ha sido continuada en trazo consonante hasta los linderos del
riachuelo de riego que cruza
tangencialmente las afueras nortes del rancho. Es el viejo Eliseo que enterado
ya del dispositivo instalado en todo
el tramo caminero, se ha adelantado al grupo junto a Emiliana y llama la atención de los ancianos, encendiendo y apagando adrede parte del sendero cada vez
que se acercan y alejan del “portillo” de
acceso, acción que enciende más la
curiosidad de la ‘pandilla’, y una
iniciativa ya parece haber cobrado vida propia.
Sin más pensarlo, cual niños que ya
eligieron el juego adecuado en el campo de diversiones, los longevos se dirigen raudos a tomar posesión de sus turnos. Tantas
veces han recorrido ese trecho que los conduce hasta la calle, en inmediaciones
de un área aún no tocada por los embates
del asfalto y el cemento, que pareciera que ya nada podía sorprenderlos más
allá de los obligados pero no por ello menos placenteros paseos por “El caminito de mi pueblo” –como suelen
llamar a la ruta—, en especial de los
días radiantes de sol que a la sombra de los frondosos árboles y el aire del
descampado tornánse aceptables y hasta amigables para con la lasitud de huesos y músculos.
Un trecho caminado apenas ha apagado sus luces iniciales cuando otro
siguiente, cercano a la mancha azul en curso, dibuja ya su zigzag en la noche subiendo
en grados de emoción no solo al grupo excursionista, sino aun a algún ojo
mirador que desde la nueva construcción coincide en un asomar de ventanas y se
da cara a cara con ese serpentear de neones que el espacio entre cada grupo de no mas de siete caminantes aviva en medio de la noche, de una
arboleda trasluciente que en los pocos años que llevan de trasplantadas, muchas de las
plantas ya han logrado dar los primeros aunque raleados frutos.
Más allá suyo, faltando aún un trecho en
“U” por recorrer entre los sembríos de pan llevar que a lo lejos en cada una de sus intermitencias deja entrever la muralla de la calle, ya con los intervalos menos sinuosos pero
con los puntos azules resaltando en toda su dimensión los arbustos adaptados a la vía a manera de columnas de un amurallado imaginario, entre
parcelas que aguzan sus tonos propios al paso de la caravana, es la noche y sus
haces de luz las que siguen en su obcecada pretensión de dirigir al grupo, al encender
a lo lejos cual luciérnagas luminosas en
vuelo parsimonioso, esta vez, los ojos de los pequeños animales que completan
la cadena vital de la granja, en un
inicio de ruta de regreso igual de intermitente por las márgenes del canal
de acopio de aguas cuya altura sobre el ras del piso sorprende un tanto menos que
aquel advertir de la flora implantada en sus riberas que amortigua todo
vestigio artificial de los consecutivos filtros que se equidistan entre sí hasta el pozo principal que antecede a la laguna, disimulado por una cubierta de de rocas laterales intercaladas de
frondosas colas de zorro que simulan a una pequeña montaña.
Si alguien en el grupo ha logrado absorber
un grado adicional de satisfacción en este recorrido de ensueño que supera los límites de la imaginación,
es la dama que, injerta como un
miembro más de los paseantes ha logrado más de lo que podía esperar en su también primera sesión formal de lo que
en adelante será todo un proceso espontáneo de reconexión, o llamémosle mejor, de
reintroducción de seres exiliados o auto exiliados, en un mundo que sigue siendo
suyo —acaso más suyo que las generaciones sucesivas, si también la antigüedad
contara—, y por lo tanto con derecho a
cada rastro de modernidad que pueda esta realidad actual mostrar por muy
desfasados que aparenten sus años
recorridos, máxime, si ellos representan a una generación previa a la del dedo
y el botón, cuya base de datos bien pudiera resultar el atenuante apropiado en
el proceso de integración formativo –también experimental–, de una categoría
púber, atípica, desde el punto de vista más tradicional de los sentidos de la escucha,
la aquiescencia y de la
reintroducción de la perplejidad en sus vidas.
¡No más
exclusión!, ¡No más inhibición!, ¡No más reclusión! Es el lema tripartito engendrado en el papel y gestado en el campo
que arenga la noche.
¡Reclusión
para el delincuente!, ¡Abstinencia para los tratantes del cuerpo y del alma!, ¡Exclusión
solo para el perezoso o el déspota que divide, confabula y relega! Completarían
la proclama que iba cuajando de a
pocos, como ese primer procedimiento que apenas con un par de frases proferidas
anónimamente, fuera el propio grupo el que marcara el inicio de una nueva forma
de reembolso de ese, nivel de estima perdida, apenas apelando a su propia
creatividad, al ejercicio de su memoria y a los embates del agarrotamiento de
su propia estructura musculo esquelética, en medio de una noche callada que es
cuando más cruje el silencio y más repercuten las voces; entre los tejidos de su
fondo negro que es cuando se hacen más nítidos los recuerdos y salpican las sabidurías
expatriadas por el andrajo y alguno
que otro rasgo de deslealtad, en tanto, aquel revelar de esperanzas que asoma
cual nube de luciérnagas. Nunca
antes el inmenso jardín habíase sentido tan lisonjeado como ahora al arrullo de
las historias de vida que al paso de la caravana los injiere uno a uno, casi al
extremo de sentirse humano en el sentido más abstracto de la acepción, tanto
que pareciera que las plantas más alejadas de aquellas paredes virtuales de luz, tronco y follaje que se levantan
en su pretensión de fusionarse con el cielo —al menos ilusoriamente—, sintieran
celos de quienes se hallan más cerca de las orillas del caminito. Historias de
nacimiento individual de los hoy, robustos árboles, y un rosario de anécdotas con sus ahora confidentes que muchas
veces muy discretamente, la cauta señora
debe desviar en torno de otro tema conexo para poder avanzar en ese interactuar con cada uno de los
cuatro grupos de andantes.
Al final, como la mano de una madre que
tras el velar último de la sonrisa del niño que finalmente halla la posición adecuada
en aquella primigenia fetal del sueño y el ensueño, las luces todas se
apagarían como tributo grano a ese cardinal ahorro de energía, que la cuenta
regresiva instalada en azul y rojo en la parte más elevada a las afueras de la
sala de mantenimiento injiere, escrupula e impulsa, despertando la sonrisa de
otra de las madres; madre de madres fecundas
que a manera de simbólica compañía con algún otro recorrido que apenas se
inicia, allá en la estancia hermana,
permite una luz solitaria encendida en la “casa árbol”—en una de sus tantas
protuberancias como pisos tiene la edificación—, cuyos bocetos estructurales,
tienen también especial historia e importancia para los habitantes del valle
dorado, pues nacería de un concurso informal y anónimo entre sus moradores en
el cual el arquitecto basaría el nuevo diseño de la obra y para cuyo ganador del
concurso quepa apenas –y en mucho–, el premio de la satisfacción sola pues jamás rompería su
anonimato, de entre esa amalgama de
saberes y habilidades de sus pasados que muy pocos exponen a totalidad, y muy a
pesar también del reluciente premio consistente en una
pequeña miniatura dorada del edificio
acabado, cuya presea sería entregada durante el recorrido de las personalidades
invitadas a través de las instalaciones principales de la granja hogar, en el
día tercero del evento, pero que ahora
refulge acaso más gratificado de lo
esperado, entre las maquetas de la sala de diseños.
Transmutaciones
Los ciclos en el transcurso de la vida,
jamás concluyen, solo se complementan, unos a otros, conectándose,
compenetrándose más: lo ‘esto’ con lo ‘aquello’; lo ‘antes’ con lo ‘pos’; lo ‘próximo’ con lo ‘distante’, en un continuo
de desplazamientos apicales cuyos espesores y sinuosidades dejados atrás, son
más que soportes, búsquedas de alineamiento, o compendios esclerotizados de
ideas y hechos apenas dignos de gratitudes y acciones de preservación y
cuidado. Son cursos y conductos vitales de un mismo proceso de consolidación y
crecimiento, por lo tanto sistemas, tantos, como visiones y objetivos albergan
sus propósitos, y en tanto el sentido más que el antecedente o la
formalidad —usualmente establecida y
regida por intereses impresentables o por lo menos, irrepresentativos—, y los principios y las lecciones bien dejadas
más que las reglas o las políticas, alimenten la iniciativa y el desvelo. Tanto,
que hace irrelevante cualquier volver de miradas para saber a cual tallo pertenece
el suyo; a cual raíz –entre tantos ramales que desde otros espacios, también
acusan el sentido y el tono estacional de un ecosistema si bien adaptado a las
circunstancias del entorno, sin nunca haber perdido la circunspección de su propio concepto.
Así, cual si se quisieran acelerar los
procesos hacia una mirada futura, al menos desde el punto de vista de la
observancia y de la construcción de la evocación, una cámara dispuesta a la
cima de la torre, en el mirador de Huerto azul, registra paso a paso, minuto a
minuto, cada movimiento suscitado en Valle dorado. Los obreros, las maquinarias,
los materiales, al son de sus movimientos embrollados, son por ahora los
protagonistas esenciales; el sol, las estaciones y las edificaciones alongando
sus sombras longitudinales —obedientes, lineales—, serán su escenario y su
progresión capitular en tanto crezcan lentamente junto con los matices verde castaño
y listado de sus senderos viales —por ahora predominados también por el
transporte pesado en tanto acusan proyección las ciclovías y se afianzan los
peatonales—, que apenas se inmutan al paso extraño de alguna nube otoñal. La
construcción también de un observatorio subterráneo entre las gruesas raíces de
las tipuanas y cipreses en el paso que
une la casa grande y Valle dorado, es la novedad que ha recuperado algún
vestigio de protagonismo perdido por Huerto azul. Hasta ahora las estrellas,
los mares vistos desde dentro, los hábitats de las aves y los mamíferos,
habían sido el centro de atención en la observación y estudio de sus conductas y migraciones. Hoy un
pequeño recorrido didáctico por entre las sinuosidades de quizás lo más vital
entre todo lo vital que representa por y para la planta: su raíz, junto con su microsistema, será un espacio de aprehensión
y concienciación, en tanto y a la vez se esparza inherente de ella, una
noción esencial entre la legión de niños que crece y cuya inserción
dependerá de la serie de incentivos con la que el mundo formal armonice sus normas
de convivencia del modo más natural
posible.
En un mundo inmerso en un movimiento rotacional
sin fin, al menos desde el punto de vista de la todavía incalculabilidad del
instante, no hay lugar para el individualismo puro, el paralelismo o la bifurcación
perpetua. Tarde o temprano, aun sea este el último aliento, un sentido innato
de reconsideración o de duda hará que volvamos la mirada en esa búsqueda
obsecuente de aquellas a veces también infinitas segundas oportunidades que, un
añoro no necesariamente templado y disipado, incuba nuestro inconsciente.
Despertados por la curiosidad; por alguno
que otro remordimiento, viejo o nuevo; o quien sabe, por algún sentimiento puro
que subyace enmarrocado en algún rincón de nuestras impertérritas vidas: la
publicidad dedicada por algunos
medios al evento atrajo consigo un interés inusitado de algunos padres y
algunos hijos que querían o creían haber visto a los suyos reflejados entre las
imágenes difundidas por los reportes noticiosos. Algunas reconciliaciones muy
sentidas, en especial del grupo de los niños, derramaron su cuota de desahogo
entre los moradores de Valle dorado, curiosamente
más sentido entre los mayores en quienes sus propias segundas
oportunidades, entre tantos cambios suscitados en los últimos tiempos, había
despertado y agudizado ese sentimiento de añoranza junto con la nunca desechada
posibilidad de reconciliación que los embates y los avatares del olvido alguna
vez las extirparan de sus vidas sin
esperanza.
Los patrones de convivencialidad, sin
embargo, habían cambiado aunque no por ello los de aquella pertenencia mutua
que suele arraigarse en las familias; o lo más esencial, de avenencia
consigo mismos. El abrazo, aquel regalo
sempiterno que si bien busca descansar
en el ímpetu de su calidez envolvente, pero
que jamás lo hace porque acuse caducidad o cansancio —menos pernocta en el
lado más visible de nuestras ansias de emociones finitas a la espera de alguna
nueva oleada de fascinación, en el mejor de los casos—, fue el protagonista
esencial del día; de cada manifestación que si bien, cada vez más, la presencia
de más y más grupos en el escenario diluía un tanto la emoción embargada por los
primeros testimonios: ardían de
júbilo sin embargo, en sus propios meollos concéntricos, cada uno de los grupos
afortunados de haber recuperado o hallado al fin la chispa faltante en esa lumbre que la noche muy
acuciosa y ávidamente esplende en tanto el ojo de la mirada perenniza.
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Tal y cual son irradiados los cambios concienciacionales a partir de alguna semilla imperecedera que muy paciente y precavida esclerotizó debidamente su endocarpio a la espera de las condiciones ambientales propicias para germinar, con la inverosimilitud de su sola presencia —inesperada en cierta forma al biosistema imperante en su ahora nuevo entorno nomotético—, como propulsora, y una fortaleza diametral y longitudinal irradiando confianza entre ondeos de entereza y henchido de tegumentos —elementales en toda dulce espera, sin olvidar cada condición individual que una presencia insólita es capaz de imponer como subsistema propio—: una nueva formación consanguínea afín también acusa presencia ante el arraigo de la nueva hijuela: el injerido, aquel nuevo ente argumentativo no solo usufructuario del nuevo biosistema, sino y sobretodo porfiado argüidor de la nueva estancia, y celoso guardián, en cuya diseminación especulativa es inevitable que intervenga aquel pajarito semillero y su gran red trepidadora virtual; y hay que decirlo, en gran parte ayudado también por otra gran obstinación —esta vez forzada y disentida—, de las huestes conservadoras, más concentrados en sus evocaciones y sus inmunidades; en sus cifras, en sus estadísticas y en las conjeturas de su propia supervivencia basada en ese ‘yo compro’ presuntuoso y ausente de toda significación humanística, así como en su visión trunca y una interpretación desfigurada de conceptos como el derecho, el privilegio, la autoridad —todos tranzados, todos confinados—, que en desmedro de sus contrapartes, el deber, la equidad y la sumisión a leyes universales, contribuyeron a la nueva necesidad de advenimiento, aquel nuevo ecosistema racional que solo una emanación sabia como la que solo la naturaleza y lo natural son capaces de expeler , al viento no le quede más que irradiar a discreción. El resultado: aromas y visiones de optimismo tangibles en el nuevo panorama —diáfano para el ojo imbuido—, que esta vez cimentadas por la factibilidad —la gran persuasora ante el imperio de la inconsciencia inducida—, dejan atrás una otrora función meramente generadora de conciencias y equilibradora de balanzas totalitarias hacia cuya tendencia, muy sabia, o muy ladinamente —que más da en esa vorágine de la no marcha atrás—, otras opciones de la vieja guardia gobernativa unen sus nuevos enfoques—o viejos quizá—, cuando las posibilidades de alianza sirvan de contrapeso a su ya natural búsqueda de ganar, y volver a ganar contiendas, más no de merecerlas, haciendo hechos de las promesas; haciendo un mea culpa explícito y promoviendo el cambio, pero antes en si mismos —he ahí otra de las causas de tanto desafecto y el arraigo del nuevo escepticismo.
Si hemos de ser consecuentes con el futuro que se nos viene a pasos agigantados, sería ingenuo, por no decir insensato —o necio—, no proyectarse por lo menos hacia un escenario en el cual las reservas fósiles hayan sido totalmente agotadas —el mismo que seguramente no será todo lo barata ni todo lo pacífica que quisiésemos, desprevenidos como nos acercamos a sus abismos borrascosos. Ese solo posible evento ya debería ser el acicate suficiente para dar inicio cuanto antes a la transición, más allá de la identificación que nos merezca el ser humano como género; sus generaciones con derecho a la supervivencia; o la Tierra como hogar o por lo menos, como simple vestigio a ser conservado.
Tras el evento que vistiera de verde fiesta al proyecto Oasis y por primera vez fuera capaz de encarar conceptos y escenarios basados en una hasta entonces teorizante e inaplicable economía sostenible, en la que los representantes de la Unión Europea, fieles a su línea de iniciativa, fundamentaron sus avances logrados y las delinearon en su debido contexto —si tenemos en cuenta la gran dependencia de energía fósil que todavía persiste en su industria, pero con una consciencia clara e imperiosa también de, de una vez por todas, dar inicio a una transición formal que frene el avance implacable del cambio climático—, una repercusión en cadena, que a la par de la función “maqueta viva” del proyecto propone trasponer espacios y abrir trochas en un nuevo concepto global gracias a ese principal legado de la propia globalización, el flujo de la información, logra lo impredecible: hacer que la problemática del cambio climático como agenda global cobre una vitalidad inusitada incluso en propios sectores aledaños al conservadurismo, pero sobre todo, en los hasta entonces relegados a un modesto espacio de actividad política de los partidos verdes, firmemente apuntalados por la función abeja del activismo.
La alocución de Dinamarca fue rotunda y terminó por sosegar los miedos y desnudar y echar por la borda argucias y tergiversaciones sembradas por un statu quo que, esclavo de sus preceptos corporativos individualistas, se concluyó enfáticamente estar camino hacia el inexorable anacronismo, en esa nueva visión y esa nueva alianza de la diversidad que ha saltado la valla de un usual sentido parroquiano del término, para ir a asentarse fuertemente como apotegma también en lo político —al menos en el imago de ese nuevo matiz ciudadano que llena la fuente a grandes borbotones—; como una necesidad de reciprocidad también con las nuevas iniciáticas, los nuevos movimientos y su visión compartida de búsqueda de una nueva representación, lo menos contaminada posible con un sistema viejo e insensibilizado, cuyo arraigo, adaptación y anquilosamiento ha traído consigo también la endemia de sus lacras y debilidades, y una propagación hacia lo más esencial: el humano social y ese sentido de ciudadanía que lenta pero firmemente es carcomido por la ausencia de disyuntivas impulsadas por lo ético y lo justo que, de no serles recuperadas como alternativas viables, como la propia contaminación, solo sabrá crecer y crecer con la inercia hecha tendencia.
Ellos —los color hierba—, junto a los movimientos progresistas que si algo tienen claro es la acumulación de riqueza en unas pocas manos —lujuria pecuniaria cuya insaciabilidad escalofría— como causa principal del problema, cobran protagonismo eleccionario sucesivo en diversas partes del mundo poniendo énfasis en lo organizacional basado en la afinidad conceptuel, ya desde países tan emblemáticos como aquellos actores de los movimientos antibélicos de los 60s y 70s, como Alemania, Francia y otros como España, entre quienes, un nuevo sentido de renuncio a su excesiva permisividad ante los cambios profundos que requiere el planeta, que va más allá de un simple cambio de matriz energética —algo que un contexto de mayor responsabilidad con las estrategias globales de gobierno, en lo individual, entre tantas anomalías existentes producto de la capacidad económica de una industria fósil que ha acomodado a perpetuidad sus estructuras a la espera de la asunción al mando de cualquier tendencia, apenas sería un axioma más que regir—, así como una gran necesidad de no ser más espectadores de las repartijas de poder de dos o tres tendencias políticas que al final terminan transando con el statu quo: atizan su nueva y ordenada rebeldía, que si bien no depone la ideología o la creencia, tampoco las antepone en esa nueva ‘oleada de pensamiento’ de la búsqueda de la ruta perdida y la enmienda como requisito del cambio. Máxime, cuando la amenaza de la crisis económica causada por la parálisis del conservadurismo ante el poder del capital, parece no tener respuesta contundente en las reformas profundas puestas en evidencia —que premia y no castiga al infractor—, y la amenaza de volver a repetirse ante la vista y paciencia —y lúcida amnesia—, de todavía grandes sectores ciudadanos globales.
Pero entre tantos motivos de inspiración que paralelamente al hábitat “Valle dorado" revolucionan los propios aposentos de la turbulencia, allá en la pequeña torre; con sus movimientos verticales y horizontales efectuando roles en sus —aun cuando no firmados—, itinerario escritos; pero ambos discrepando frenéticamente también en el estilo, cuando la mano deja de ser herramienta y asume el papel de instrumento, en los cuales son el ‘on’ y el ‘off’, o viceversa, de sus horarios de activación o apagado los que asumen el compás melódico: es el interés despertado en el proyecto sostenible Oasis también como modelo paradigmático social a nivel local que de manera interna crece a ritmo acelerado, el que trastoca aun el propio común denominador de su intimidad. Empapados de una visión futura transgresora que se expande, una diseminada intensión de levantar casas de campo en los predios alrededor del proyecto y su pretendida necesidad de ser asistidos en la dotación de esa tan prodigiosa energía solar para sus viviendas, se suman a la presencia de grupos de visitantes que, cada vez con más frecuencia, buscan pasar un día de fin de semana conociendo y haciendo uso de sus espacios de cría y cultivo de especies, sin poco parecer interesarles esconder aquella vehemencia que desnuda algún interés indescifrable usualmente traído camuflado entre sus expectativas vecinales, como si desde ya, se quisiese ir levantando las estructuras de los nuevos contornos del futuro.
Cual si fuera ansiado un incentivo extra para ser colmado a plenitud algún imaginario pactado también entre las perspectivas de visita trazadas, hallar finalmente el clímax de la visión en ese azul marino de paredes, techos y ventanas que la oblicuidad del atardecer y algún hilo de nostalgia hacen más evidente, tanto entre visitantes como merodeadores —en tanto el espejismo del panorama futuro se consolida con esa notoria ausencia de cableado eléctrico sin irrumpir con su dosis de tosquedad y mala facha desde alguna parte de la calle—, al final de la tarde, cuando los rayos solares en pleno arrumo de sus pertrechos arcanos acercan más la visión a un estado visual más adyacente a la leyenda ilusoria que se teje sobre ambos fundos: un invisible pero perceptible tomarse de manos termina por empujar el dardo en una suerte de enamoramiento icástico que se encarama al respiro. De sus caminos ya vacíos; de sus aromas a pradera revoloteando al paso de algún remolino solitario; de sus rastros dejados al azar, y en particular, de sus propias sonrisas de complacencia que subyacen, en especial, entre los recodos de los trechos de herradura y sus serpenteantes y estrechos recorridos que parecen conjurar con el eco al arribo de las sombras y el cepillado del rojo dorado del atardecer.
Los paseos en bicicleta, como un presagio del futuro del ahorro de la energía y el elogio de la vida saludable que paulatina e inexorablemente nos imponen los tiempos como parte de una terapéutica previsora, son un ‘universo’ aparte que como las partes de un híbrido en toda la dimensión y función de sus atribuciones vitales fundamentales no atrofiadas, se funde y amalgama en lo natural. Una red ciclovial extendida a lo largo de Valle dorado, en un también serpentear —esta vez más geométrico y menos intuitivo—, que se inicia en el pequeño santuario del padre Juan y atraviesa longitudinalmente el fundo, no sin antes rodear o buscar algunos recovecos originales entre cada sutileza en la que logra hallar espacio el deleite visual, es la travesía en la que juntos, naturaleza y progreso, funden propósitos en el acto racional, sin la necesidad de desestimar la vigencia del acto intuitivo, para, tras haber recorrido también de palmo a palmo Huerto azul, esta vez en un itinerario más panorámico e indeliberado que sugieren las varias rutas diseñadas que se cruzan y/o fusionan entre sí en medio de una mezcla de aromas frutales que amortiguan cada aspereza del recorrido: retornar e ir a parar en la fuente Parnaso, aquel chapuzón visual pertinente que solo una larga siesta sea capaz de complementar cuando ya la noche haya verdaderamente reiniciado el ciclo motor. Pero en tanto las amplias y asequibles celdas de nuestras historias cotidianas vayan retomando su curso allá en las pampas llanas de la despreocupación y el personalismo tan arraigadas; reacomodando sus lados y espacios de nuevo a las formas rectangulares del receptáculo; amoldando sus singularidades a la horma con el peso y la masa de cada pertrecho sucesivo: un hilo adicional del sueño acaso persista esta vez, que perdure como un latido alentador de día siguiente junto a su eco, y un aliento de insaciedad se una al ya conocido aroma de complacencia que en silencio se alistaba a disiparse apenas segundos antes del amanecer.
Y fue en un día de esos en que el paso del tiempo y aquella afluencia de teorías a ser aplicadas que virtualmente bullen en el Proyecto Oasis, que hacen que hasta el propio ritmo de crecimiento vaya adquiriendo la calidad de ‘cotidiano’, muy a pesar de que sus fisonomías —portentosas para el estándar de un día cualquiera—, sean óbice para una aceleración poco común al promedio formal propio de lo iterativo; días que hacen extrañar la gran apacibilidad de los fines de semana respecto de sus lunes a viernes de gran motividad geométrica y dinamismo: en que tal normalidad se rompiera ante la repentina llegada de aquella mujer sencilla y afable que, en un lugar que era confluencia de tantos visitantes no tendría porque haber llamado la atención como lo hiciera, salvo por esas horas de la mañana en que unos pocos moradores se recogían de los ejercicios matinales aglutinados bajo uno de los parasoles en uno de los ángulos de la cancha de futbol. ...❀ Continuará
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Nuevo ingreso: jueves 19 de marzo de 2015
El
abrazo, aquel regalo sempiterno que si bien busca reposar en el ímpetu
de su propia calidez envolvente, pero que jamás lo hace porque acuse
caducidad o cansancio —menos pernocta del lado más visible de nuestras
ansias de emociones finitas en tanto espera alguna nueva oleada de
fascinación, en el mejor de los casos—, fue el protagonista esencial del
día; de cada manifestación que si bien, cada vez más la presencia de
más y más grupos en el escenario diluía un tanto la emoción embargada
por los primeros testimonios: ardían de júbilo sin embargo, en sus
propios meollos concéntricos, cada uno de los grupos afortunados de
haber recuperado o hallado al fin la chispa faltante en esa lumbre que
la noche muy acuciosa y ávida esplende en tanto el ojo de la mirada
perenniza.Convergencia
Hay siempre una madre que espera, tras cada quiebre trascendental que experimenta la humanidad apremiada por las demandas que le hace la existencia a su paso por el mundo; madres que desde lo más sensible y significativo de su prodigar infinito, su raíz —fundamento guía que da sentido, fortaleza y altura a la vida—, en cuya generosidad descansa toda una gran necesidad de retribución dispuesta de resurgir, sanar y regenerar, siempre se inclinarán por la vigilante espera antes de cada nuevo retomar del ciclo de vida: cuando las aguas sacadas de su curso por la erosión de su márgenes la hayan dirigido peligrosamente entre pedregales secanos o llevado hasta rincones donde una ausencia atroz de declives desde donde desfogar tanto estanco, monotonía y pertinacia, junto con sus emanaciones a aridez y empantano, empoce también la hartura y la necesidad del nuevo punto medio.Tal y cual son irradiados los cambios concienciacionales a partir de alguna semilla imperecedera que muy paciente y precavida esclerotizó debidamente su endocarpio a la espera de las condiciones ambientales propicias para germinar, con la inverosimilitud de su sola presencia —inesperada en cierta forma al biosistema imperante en su ahora nuevo entorno nomotético—, como propulsora, y una fortaleza diametral y longitudinal irradiando confianza entre ondeos de entereza y henchido de tegumentos —elementales en toda dulce espera, sin olvidar cada condición individual que una presencia insólita es capaz de imponer como subsistema propio—: una nueva formación consanguínea afín también acusa presencia ante el arraigo de la nueva hijuela: el injerido, aquel nuevo ente argumentativo no solo usufructuario del nuevo biosistema, sino y sobretodo porfiado argüidor de la nueva estancia, y celoso guardián, en cuya diseminación especulativa es inevitable que intervenga aquel pajarito semillero y su gran red trepidadora virtual; y hay que decirlo, en gran parte ayudado también por otra gran obstinación —esta vez forzada y disentida—, de las huestes conservadoras, más concentrados en sus evocaciones y sus inmunidades; en sus cifras, en sus estadísticas y en las conjeturas de su propia supervivencia basada en ese ‘yo compro’ presuntuoso y ausente de toda significación humanística, así como en su visión trunca y una interpretación desfigurada de conceptos como el derecho, el privilegio, la autoridad —todos tranzados, todos confinados—, que en desmedro de sus contrapartes, el deber, la equidad y la sumisión a leyes universales, contribuyeron a la nueva necesidad de advenimiento, aquel nuevo ecosistema racional que solo una emanación sabia como la que solo la naturaleza y lo natural son capaces de expeler , al viento no le quede más que irradiar a discreción. El resultado: aromas y visiones de optimismo tangibles en el nuevo panorama —diáfano para el ojo imbuido—, que esta vez cimentadas por la factibilidad —la gran persuasora ante el imperio de la inconsciencia inducida—, dejan atrás una otrora función meramente generadora de conciencias y equilibradora de balanzas totalitarias hacia cuya tendencia, muy sabia, o muy ladinamente —que más da en esa vorágine de la no marcha atrás—, otras opciones de la vieja guardia gobernativa unen sus nuevos enfoques—o viejos quizá—, cuando las posibilidades de alianza sirvan de contrapeso a su ya natural búsqueda de ganar, y volver a ganar contiendas, más no de merecerlas, haciendo hechos de las promesas; haciendo un mea culpa explícito y promoviendo el cambio, pero antes en si mismos —he ahí otra de las causas de tanto desafecto y el arraigo del nuevo escepticismo.
Si hemos de ser consecuentes con el futuro que se nos viene a pasos agigantados, sería ingenuo, por no decir insensato —o necio—, no proyectarse por lo menos hacia un escenario en el cual las reservas fósiles hayan sido totalmente agotadas —el mismo que seguramente no será todo lo barata ni todo lo pacífica que quisiésemos, desprevenidos como nos acercamos a sus abismos borrascosos. Ese solo posible evento ya debería ser el acicate suficiente para dar inicio cuanto antes a la transición, más allá de la identificación que nos merezca el ser humano como género; sus generaciones con derecho a la supervivencia; o la Tierra como hogar o por lo menos, como simple vestigio a ser conservado.
Tras el evento que vistiera de verde fiesta al proyecto Oasis y por primera vez fuera capaz de encarar conceptos y escenarios basados en una hasta entonces teorizante e inaplicable economía sostenible, en la que los representantes de la Unión Europea, fieles a su línea de iniciativa, fundamentaron sus avances logrados y las delinearon en su debido contexto —si tenemos en cuenta la gran dependencia de energía fósil que todavía persiste en su industria, pero con una consciencia clara e imperiosa también de, de una vez por todas, dar inicio a una transición formal que frene el avance implacable del cambio climático—, una repercusión en cadena, que a la par de la función “maqueta viva” del proyecto propone trasponer espacios y abrir trochas en un nuevo concepto global gracias a ese principal legado de la propia globalización, el flujo de la información, logra lo impredecible: hacer que la problemática del cambio climático como agenda global cobre una vitalidad inusitada incluso en propios sectores aledaños al conservadurismo, pero sobre todo, en los hasta entonces relegados a un modesto espacio de actividad política de los partidos verdes, firmemente apuntalados por la función abeja del activismo.
La alocución de Dinamarca fue rotunda y terminó por sosegar los miedos y desnudar y echar por la borda argucias y tergiversaciones sembradas por un statu quo que, esclavo de sus preceptos corporativos individualistas, se concluyó enfáticamente estar camino hacia el inexorable anacronismo, en esa nueva visión y esa nueva alianza de la diversidad que ha saltado la valla de un usual sentido parroquiano del término, para ir a asentarse fuertemente como apotegma también en lo político —al menos en el imago de ese nuevo matiz ciudadano que llena la fuente a grandes borbotones—; como una necesidad de reciprocidad también con las nuevas iniciáticas, los nuevos movimientos y su visión compartida de búsqueda de una nueva representación, lo menos contaminada posible con un sistema viejo e insensibilizado, cuyo arraigo, adaptación y anquilosamiento ha traído consigo también la endemia de sus lacras y debilidades, y una propagación hacia lo más esencial: el humano social y ese sentido de ciudadanía que lenta pero firmemente es carcomido por la ausencia de disyuntivas impulsadas por lo ético y lo justo que, de no serles recuperadas como alternativas viables, como la propia contaminación, solo sabrá crecer y crecer con la inercia hecha tendencia.
Ellos —los color hierba—, junto a los movimientos progresistas que si algo tienen claro es la acumulación de riqueza en unas pocas manos —lujuria pecuniaria cuya insaciabilidad escalofría— como causa principal del problema, cobran protagonismo eleccionario sucesivo en diversas partes del mundo poniendo énfasis en lo organizacional basado en la afinidad conceptuel, ya desde países tan emblemáticos como aquellos actores de los movimientos antibélicos de los 60s y 70s, como Alemania, Francia y otros como España, entre quienes, un nuevo sentido de renuncio a su excesiva permisividad ante los cambios profundos que requiere el planeta, que va más allá de un simple cambio de matriz energética —algo que un contexto de mayor responsabilidad con las estrategias globales de gobierno, en lo individual, entre tantas anomalías existentes producto de la capacidad económica de una industria fósil que ha acomodado a perpetuidad sus estructuras a la espera de la asunción al mando de cualquier tendencia, apenas sería un axioma más que regir—, así como una gran necesidad de no ser más espectadores de las repartijas de poder de dos o tres tendencias políticas que al final terminan transando con el statu quo: atizan su nueva y ordenada rebeldía, que si bien no depone la ideología o la creencia, tampoco las antepone en esa nueva ‘oleada de pensamiento’ de la búsqueda de la ruta perdida y la enmienda como requisito del cambio. Máxime, cuando la amenaza de la crisis económica causada por la parálisis del conservadurismo ante el poder del capital, parece no tener respuesta contundente en las reformas profundas puestas en evidencia —que premia y no castiga al infractor—, y la amenaza de volver a repetirse ante la vista y paciencia —y lúcida amnesia—, de todavía grandes sectores ciudadanos globales.
Pero entre tantos motivos de inspiración que paralelamente al hábitat “Valle dorado" revolucionan los propios aposentos de la turbulencia, allá en la pequeña torre; con sus movimientos verticales y horizontales efectuando roles en sus —aun cuando no firmados—, itinerario escritos; pero ambos discrepando frenéticamente también en el estilo, cuando la mano deja de ser herramienta y asume el papel de instrumento, en los cuales son el ‘on’ y el ‘off’, o viceversa, de sus horarios de activación o apagado los que asumen el compás melódico: es el interés despertado en el proyecto sostenible Oasis también como modelo paradigmático social a nivel local que de manera interna crece a ritmo acelerado, el que trastoca aun el propio común denominador de su intimidad. Empapados de una visión futura transgresora que se expande, una diseminada intensión de levantar casas de campo en los predios alrededor del proyecto y su pretendida necesidad de ser asistidos en la dotación de esa tan prodigiosa energía solar para sus viviendas, se suman a la presencia de grupos de visitantes que, cada vez con más frecuencia, buscan pasar un día de fin de semana conociendo y haciendo uso de sus espacios de cría y cultivo de especies, sin poco parecer interesarles esconder aquella vehemencia que desnuda algún interés indescifrable usualmente traído camuflado entre sus expectativas vecinales, como si desde ya, se quisiese ir levantando las estructuras de los nuevos contornos del futuro.
Cual si fuera ansiado un incentivo extra para ser colmado a plenitud algún imaginario pactado también entre las perspectivas de visita trazadas, hallar finalmente el clímax de la visión en ese azul marino de paredes, techos y ventanas que la oblicuidad del atardecer y algún hilo de nostalgia hacen más evidente, tanto entre visitantes como merodeadores —en tanto el espejismo del panorama futuro se consolida con esa notoria ausencia de cableado eléctrico sin irrumpir con su dosis de tosquedad y mala facha desde alguna parte de la calle—, al final de la tarde, cuando los rayos solares en pleno arrumo de sus pertrechos arcanos acercan más la visión a un estado visual más adyacente a la leyenda ilusoria que se teje sobre ambos fundos: un invisible pero perceptible tomarse de manos termina por empujar el dardo en una suerte de enamoramiento icástico que se encarama al respiro. De sus caminos ya vacíos; de sus aromas a pradera revoloteando al paso de algún remolino solitario; de sus rastros dejados al azar, y en particular, de sus propias sonrisas de complacencia que subyacen, en especial, entre los recodos de los trechos de herradura y sus serpenteantes y estrechos recorridos que parecen conjurar con el eco al arribo de las sombras y el cepillado del rojo dorado del atardecer.
Los paseos en bicicleta, como un presagio del futuro del ahorro de la energía y el elogio de la vida saludable que paulatina e inexorablemente nos imponen los tiempos como parte de una terapéutica previsora, son un ‘universo’ aparte que como las partes de un híbrido en toda la dimensión y función de sus atribuciones vitales fundamentales no atrofiadas, se funde y amalgama en lo natural. Una red ciclovial extendida a lo largo de Valle dorado, en un también serpentear —esta vez más geométrico y menos intuitivo—, que se inicia en el pequeño santuario del padre Juan y atraviesa longitudinalmente el fundo, no sin antes rodear o buscar algunos recovecos originales entre cada sutileza en la que logra hallar espacio el deleite visual, es la travesía en la que juntos, naturaleza y progreso, funden propósitos en el acto racional, sin la necesidad de desestimar la vigencia del acto intuitivo, para, tras haber recorrido también de palmo a palmo Huerto azul, esta vez en un itinerario más panorámico e indeliberado que sugieren las varias rutas diseñadas que se cruzan y/o fusionan entre sí en medio de una mezcla de aromas frutales que amortiguan cada aspereza del recorrido: retornar e ir a parar en la fuente Parnaso, aquel chapuzón visual pertinente que solo una larga siesta sea capaz de complementar cuando ya la noche haya verdaderamente reiniciado el ciclo motor. Pero en tanto las amplias y asequibles celdas de nuestras historias cotidianas vayan retomando su curso allá en las pampas llanas de la despreocupación y el personalismo tan arraigadas; reacomodando sus lados y espacios de nuevo a las formas rectangulares del receptáculo; amoldando sus singularidades a la horma con el peso y la masa de cada pertrecho sucesivo: un hilo adicional del sueño acaso persista esta vez, que perdure como un latido alentador de día siguiente junto a su eco, y un aliento de insaciedad se una al ya conocido aroma de complacencia que en silencio se alistaba a disiparse apenas segundos antes del amanecer.
Cristalizando uno: prerrogativas
Las determinaciones de alguna profecía que en algún encuentro coloquial entre la mirada, el recuerdo y algún resquicio de futuro hurgando probabilidades entre los vestigios del día, no lo habrían hecho mejor en ese repercutir de enunciados de la “Cita por la vida”, que junto al eco de su magistral alocución ‘perpetrada’ por Greenwood, no cesa de oscilar en medio de aquella superposición de cambios al ya apurado ritmo de crecimiento —llamémosle “dogmático”—, de Huerto azul y Valle dorado, que en desmedro de tanto expansionismo utilitario, no cesa de agregar y armonizar detalles en la estampa. Y vaya si es la pequeña torre, allá en la Casa grande, como sucede en la mayor parte de Huerto azul, la que si bien no acusa mayor modificación que aquellos cambios naturales explícitos en tono, longitud y volumen, propias de las estaciones —con sus días y con sus noches alternando roles con ese encender y apagar de luces que se agiganta al amparo de las sombras bajo la confluencia tiempo-movimiento-iniciativa; con el estado magnético de sus horarios quebrantados y vueltos a unir, cuando no de sus silencios y sus sobresaltos desafiados por algún aleteo o sacudir de plumajes que termina zambulléndose en el barullo del río apenas la línea de avanzada del astro rey hubo avisado una toma de posesión de cortinas vaticinado—: difícil es que pase desapercibido —cuando no intuido—, aquella pleamar de movimientos que ha puesto de cabeza a toda una rutina de vida que, aunque irruptora, era también pretendida peligrosamente, de ser esclerotizada ante la atónita mirada del pequeño roble de ventana, encarado como es cada segundo de su pasmosa mirada —cada milímetro de duramen que le es injertado desde su corteza—, de la falacia de la plenitud.Y fue en un día de esos en que el paso del tiempo y aquella afluencia de teorías a ser aplicadas que virtualmente bullen en el Proyecto Oasis, que hacen que hasta el propio ritmo de crecimiento vaya adquiriendo la calidad de ‘cotidiano’, muy a pesar de que sus fisonomías —portentosas para el estándar de un día cualquiera—, sean óbice para una aceleración poco común al promedio formal propio de lo iterativo; días que hacen extrañar la gran apacibilidad de los fines de semana respecto de sus lunes a viernes de gran motividad geométrica y dinamismo: en que tal normalidad se rompiera ante la repentina llegada de aquella mujer sencilla y afable que, en un lugar que era confluencia de tantos visitantes no tendría porque haber llamado la atención como lo hiciera, salvo por esas horas de la mañana en que unos pocos moradores se recogían de los ejercicios matinales aglutinados bajo uno de los parasoles en uno de los ángulos de la cancha de futbol. ...❀ Continuará
por: Rodrigo Rodrigo
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