No hay ninguna ley que prohíba embrutecer a la gente

Vivar Saudade, Capítulo 3 [Abr 13/15 - Págs:103-107]

Último ingreso: lunes 19 de abril de 2015 
(continúa: "La revelación de Micaela" - Cristalizando uno: prerrogativas)

Una fina garúa inusitada para la temporada, la mantuvo por unos instantes en el taxi que lejos estaba de tratarse de algún resquicio de duda en ese imperturbable propósito que la hiciera tomar el avión de improviso tras algunas semanas de indecisión. Embargada de una emoción que no ha sentido en años, todo lo que le sucediera en adelante, desde su arribo al aeropuerto, estaría señalizado por un hilo inusitado de alborozo cuyo brillo, como el haz de luz de un reflector dispuesto férreamente para que su objetivo no parpadee un instante, no tenía otro cometido que abrirse paso ante cualquier intento de cerrazón, y seguramente, una pequeña llovizna no sería más que el cómplice perfecto que tanto hilo como haz de luz necesitan para afianzar y enlucir el trazo suspensivo en esa búsqueda obstinada de unir cabos. Ello se reflejaría en la siguiente extravagancia a la cua, pese a la insistencia del conductor del taxi, y del propio vigilante de Valle dorado, ella jamás renunciaría en su intento de poner en práctica las conjeturas y escenarios variopintos que se ha tejido sobre ese ‘mágico’ lugar, entre ellas, hacer a pie el trecho faltante, nada exiguo, hasta el techo más próximo en Pueblelo; menos ahora en que la fina lluvia y un sendero matinal acentuado por las gotas suspendidas entre los follajes de las legumbres que darán inicio a su recorrido, parecen susurrarle al oído iniciar ya la caminata de palmo a palmo. Gustosa la haría a bicicleta, apenas tendría que elegir una de entre la media docena de ellas que permanece aparcada al costado de la caseta de vigilancia, pero no llega a tanto su repentino atrevimiento; menos ahora que, desde su ubicación un tanto lejana a las dos edificaciones principales del proyecto, la impresión de estar a punto de penetrar una maqueta viva era tan palmaria con la imagen pactada tras tanta descripción y tanta postal percibida —solo le faltaba la cúpula de cristal al cuadro para dar pie, al menos en uno de sus manifiestos, a esa suerte de presagio revelado por el apelativo de Kriptón que algún sector del negacionismo ya le ha asignado al Proyecto Oasis, en son de sorna. Así, tomando el sobretodo de hule —curiosamente de color azul—, que el vigía le proveyera, se encaminó rumbo a ese serpentear apenas imaginado en el pequeño bosque de frutos secos que la temporada cálida, con esos chispazos tropicales raros —también impropias de una estación más rara aún, que conciertan espléndidamente con la aventura en curso—, ha reverdecido y tupido en extremo, no sin antes pedir no ser anunciada pese a la formalidad despertada en aquel encargado fortuito de darle la bienvenida.

Recientemente cobrada protagonismo en el ciberespacio, al extremo de ser considerada como potencial candidata, y lo que es más, presidenciable para un gran sector de la sociedad norteamericana, persuadidos por un discurso mas bien simple, apenas consonante con las impaciencias y decepciones de los sectores menos escuchados y menos favorecidos acrecidos tras la crisis inmobiliaria que tomara posición de sus vidas, de sus inseguridades y de sus incertidumbres, y se propagara en todas las latitudes del globo: la visitante, era una menuda mujer cuyo discurso, bien podríamos considerar fútil en medio de una predominancia abismal de apenas dos tendencias políticas recurrentes con posibilidades de éxito en la concepción electoral de la sociedad norteamericana, y como no, estar tentados a llamar jerga a lo ‘extravagante’ de su elocución, en el diccionario, o ‘falsario’, formal y sinceramente falaz del político de hoy, más propenso —una vez alcanzado el sillón— , a oír los dictámenes y ‘sugerencias’ del inversionista, o el de su séquito de lobistas, que a sus propios idearios forjados entre discursos y arengas de ‘cambio’ de sus bases; al elegir retocar de primera intención, en vez de delinear fríamente; o bosquejar manifiesta y confesamente, cuando le toca tranzar con el elector, y hasta a decidir guardar excesivamente las formas cuando las prioridades globales exigían apenas la audacia verbal mostrada durante la campaña. Helen Warren era todo menos eso, y el tono y ángulo de incidencia de su crítica avalaban su franqueza.

Su gran interés por ver algo tan cercano a la utopía sostenible basada en hechos, que verdaderamente afronte los tiempos de extinción de recursos energéticos no renovables que no se quiere poner en serio debate y ya están dando las clarinadas más palpables de alerta de esa otra amenaza, en la desesperación del extractivismo por hallar nuevas y más peligrosas fuentes de explotación: es solo una de las razones de su arribo al proyecto Oasis. Como sucede en otros lugares del mundo en los que el despertar de la nueva corriente generacional que parece estar dispuesta a de una vez por todas reformar a profundidad esos modos ancestrales de hacer política, así, con la cabeza enterrada dentro de los muros de un formalismo e interés verdaderamente ventajoso solo para muy pocos —en tanto una masa inconmensurable de feligreses está condenado a ver y dar soporte al reinado de su progenie, no sin antes haber tenido que serles amputado de su capacidad de análisis ‘regulado’ algo tan esencial y cardinal: el poder inmanente, también generacional, como requisito único para tan apetecido inicio de final ‘exitoso’—, Warren busca la forma de articular propuestas tal y cual el contexto global lo demanda. “Separados estamos condenados a repetir los lamentables desenlaces de la ‘Primavera árabe’ que tantas esperanzas de un despertar nos trajo en los sitios del sueño más dormido, y ese reemplazo absurdo de tiranos por dictadores, o el de la utilización de sus plataformas de lucha por hordas interesadas y sanguinarias de fines de coexistencia impensados”, es en esencia un hilo imprescindible de sus diálogos. Su perspectiva, nutrida y madurada entre colas de impaciencia y descontento de grandes mayorías entre las que destacan las también mayoritarias comunidades negra e hispana, la han llevado a este lado del mundo, contribuida grandemente, también hay que decirlo, tras un encuentro coloquial reciente con Ben Greenwood, su gran amigo, quien vio, contribuyó grandemente y como muchos se dio ese hondo respiro que las grandes alocuciones no necesariamente reciben cuando ven que los ejecutores asumen el también papel de oradores y soñadores perpetuos.

El solo hecho de que el Proyecto Oasis —cuya contribución económica, logística y como no, didáctica e instructiva pertenece en gran medida a la iniciativa de una sociedad de países nórdicos—, considere el protagonismo inusitado de los más postergados y extrañados por las sociedades en general —he ahí lo ilustrativo y desacostumbrado que despierta tanto interés, apenas con una dosis de motivación y actualización cognitiva de sus seres espontáneos, igualmente postergados—, ha llamado poderosamente su atención, y creyente como es de cada enunciado y pronóstico de los efectos del cambio climático, entre otros temas sociales globales, así como de las anomalías puramente basado en los fundados del dinero, capaz entre otras cosas de comprar conciencias, y de tratar como tal, como simple y barato obstáculo, a todo lo que se interponga en su camino, quiere embeberse de ese simbolismo que en los últimos tiempos —relevados y propagados por los reflectores y el espacio virtual—, se ha albergado en el imago de las gentes de afuera con un ideario simple que puede releerse ante una somera mirada de la actividad diaria en Oasis: la unificación de visiones y de criterios y una concesión de esfuerzos compartidos, que, estando en juego la vida, solo puede buscar sin esperar nada a cambio, si lo catalogamos desde el punto de vista de una inversión a dar frutos no necesariamente pecuniarios. Excepto por ese sentido humanitario revelado —cuantificado por el valor que adquiere un bien a punto de desaparecer—, que pretende dar inicio a un multitudinario despertar de conciencias que sea capaz de contrarrestar los efectos de ese otro fenómeno arrollador que, acaso con más fuerza que el propio cambio climático, ya toma posesión de nuestro presente, con sus propias clarinadas de alerta fundadas en esa insensibilidad e imperturbabilidad atroz que nos conduce a un “sálvese quien pueda” siempre de último momento, un himno a la improvisación que ya alista soundtrack y coreografía al film y tiene como temas de inspiración: el caos, el desconcierto y la ley del más fuerte como fórmula de supervivencia, como si el enemigo a vencer fuese realmente el clima.

Y no hay poco que la avale cuando una pérdida de escrúpulos espantosa por perforar a toda costa y de destruir sin remordimiento, se ha obstinado en un tipo pernicioso de inversión, así se traten de santuarios ecológicos de la humanidad los que ni hayan logrado persuadir las visiones mediáticas de todo ojo codicioso; aun cuando sean delicados espacios, últimas fronteras para la mitigación de las fuerzas cósmicas las que posibilitan la vida en el planeta, las que hayan sido puestas en sus miras de doble cañón y ni siquiera los invite a una reflexión y a un paréntesis en su accionar, algún suspiro en su eterna mirada de ‘rabillo de ojo’ — delatora, gélida y calculadora—, más aun estando al alcance de las manos las alternativas, tan asequibles como las perspectivas de abaratamiento lo están de los bolsillos usuarios de la energía.

“¡Todos a cumplir su función!” es su lema. Nada extraordinario, nada de que temer por el que se aferra al statu quo por convicción, menos por el que invierte: después de todo, que haríamos sin la inversión. Pero hay algo en el lema que no necesita ser desmenuzado para entender que, cumplir una función es en sí una misión que implica básicamente dos cosas: derechos y deberes, ambos bajo el enunciado fundamental de que todos somos iguales ante la ley y que su cumplimiento no es negociable, así haya de desmontar algún engranaje hercúleo y rechoncho erigido para transar malas prácticas, penalidades y pagos indebidos, antes, durante y tras la finalización del periodo de gobierno, y todo bajo una premisa más inaceptable aún: la búsqueda de impunidad.

Cristalizando dos: fruición


«Llega como caída del cielo_ le dice Eliseo quien acude a rescatarla de su precaria bienvenida de apenas tres niños ‘madrugadores’ en una de las tres carpas apostadas al lado sur del estadio, quienes entre risas turnan juegos con la única bicicleta dejada estacionada bajo la sombra, entre tanto dos de ellos tomados del porta paquetes le hacen más pesado el pedalear al tercero _, venga vayamos al comedor mientras esperamos al señor Jacinto, la primera ronda de desayuno está casi lista, es domingo, día de café y de tamalitos blancos», acota mientras sacude un amplio paraguas gris-azulado que fusiona con tersura sus tonos con el gris del cielo.

«Sabe, algo me decía que tendríamos visita hoy. Ayer precisamente una libélula rondó por un largo rato la pequeña fuente que tenemos…», el hombre no consiguió terminar la frase ante la repentina arremetida de Mrs. Warren.

«Perdón la fuente, ahora que mencionas la fuente, ¿podrías antes mostrármela por favor? No podré estar tranquila si no veo antes esa famosa fuente». Ese brillo repentino de sus ojos tras oírla mencionar la fuente no le pareció nada extraño, ya la había visto en una alocución suya en vídeo junto con Jacinto.

Eliseo asintió gustoso, en realidad tenía calculada la introducción del tema en la conversación ya que la fuente, un ícono en los escuetos mensajes publicitarios en la red acerca del complejo, era algo del cual el mismo era ferviente admirador desde que fuera tallada en piedra, in situ, y siempre estaba al tanto de su mantenimiento, nunca se cansaba de limpiarlo o de agregarle algún complemento que para contento del resto de habitantes de Pueblelo, su buen gusto era prácticamente irrebatible pese a estar llenos de una simpleza que al final siempre lograba sorprender, como ese sembrado reciente de celestinas en forma de aro al pie del acuífero que contrasta y se complementa exquisitamente con el jade obscuro de su estructura y la lluvia de oro que asoma y pende de los bordes de sus platos. Lo de la libélula y el vaticinio, una tradición muy arraigada en los pueblos de la serranía y que no es la primera vez que concurre en él con una precisión que escalofría, no podía estar completa sin la comparecencia del visitante al paraje sobrevolado: así, con todos los elementos conmemorativos para el cumplimiento del ritual, desviaron su rumbo hacia el fondo escénico que ya luce pertinente.

Para ser un día opacado por la lluvia, el panorama nuboso era el adecuado para encender el juego de luces en pleno día, y al hacerlo, desata la algarabía de los niños que envueltos hasta la cabeza en el mismo hule azul desechado por Helen, soportan el primer y largo chorro de agua que suele rebasar los ámbitos del diámetro mayor de la fuente, en un inicio.

«Apuesto que durante las Navidades es el centro de atracción de las festividades», dice sin esconder su consternación, establecida ya la plena sincronía tanto de luces como del juego de aguas. La estructura cónica compuesta por cerca de unos 14 platos superpuestos es más alta de lo que imaginaba, sus aproximadamente cuatro metros de altura visto desde el ángulo en que se halla Helen con vista hacia el lado posterior donde se alzan los puntales del portón que conecta con Huerto azul, la encajan con precisión entre el par de pinos asentados en cada uno de sus lados. El fondo de agua que como un vestido de tul discurre suavemente a escasos diez centímetros por debajo del tapiz dorado, acicalado en su tono claro por tres reflectores que alternan sus tonos verde, azul y plata, dejan fascinada a la mujer que sin embargo no tiene suficiente para dejar de percibir la estructura fotovoltaica de su podio que como un mármol azulado inclinado a unos 45 grados a unos 70 centímetros del suelo, mimetiza su silenciosa presencia sin cesar de aprovechar cada milímetro de espacio que le concede la naturaleza.

Una cosa trae a la otra en ese desinhibirse jactancioso de la fascinación. Cerca como tienen ante sí a la pequeña laguna, la pequeña cascada que lo surte de agua clara, y aquel largo y sinuoso canal vestido de verde que hace las veces de rio en ese valle en miniatura que hace inevitable el deseo de recorrerla, no puede sino empujar con su entusiasmo a un Eliseo que cada vez más está seguro de esa simpatía que jamás ha sentido por político alguno, y entiende su popularidad entre gentes afines a su circunstancia y postura. Y olvidando por un momento, ambos y los niños, la lluvia y el desayuno caliente que los espera, casi sin darse cuenta ya se encuentran embarcados en la travesía de los cerca de quinientos metros por los bordes verde-abonsañados del pequeño río y no paran sino hasta llegar a guarecerse recién en el pequeño granero de forrajes para los animales.

«Nunca estamos lo suficientemente preparados para contingencias como estas», dice Eliseo mientras con una pala extrae el agua que ha logrado filtrase algunos metros en el cobertizo. Un par de potros y otro símil de becerros, ambos en pareja, son los nuevos engreídos de la pequeña granja, los dos primeros llegados en familia junto a sus padres, que como novedad para la temporada de invierno, servirán de ejemplares para el servicio de carruajes que pretenden establecer en el próximo invierno. Y como si todo ese itinerario matutino hubiese sido dispuesto premeditadamente para darle la bienvenida a la recién llegada, tras algunos minutos de haber recorrido el pequeño criadero, el suave trote de cascos sobre el empedrado y el jolgorio de los niños que se han adelantado asomando sus cabezas por una de las ventanas que colinda con Huerto azul, descubren una leve sonrisa cómplice en la mirada de Eliseo.

El largo y cálido abrazo entre la recién llegada y el anfitrión, quien ha ido a su encuentro estrenando el amplio carruaje de tolda acondicionado por Eliseo, denotan la cercanía alcanzada en sus varias comunicaciones vía la web, no sin antes no deslizar sutilmente su extrañeza y algún dejo de reproche por lo inadvertido de su visita. Así, muy a pesar de lo brumoso del clima, o quien sabe gracias a el, la amplia casona allá en Huerto azul que en los últimos tiempos había lucido un tanto relegada y vacía dado el protagonismo alcanzado últimamente por Pueblelo, daría inicio a un periodo de redescubrimiento que de pronto la llenaba de una resplandescencia inusitada al arribo de la visita. Jacinto, quien ha logrado avistarlos desde cuya ventana frontal en la pequeña torre que predomina precisamente ese lado aledaño de Valle dorado, sorprendido como todos por esa repentina visita, ha dispuesto junto con Emilia una mesa grande para el desayuno en el mismo centro de la amplia sala.

La casa está llena otra vez, la primera ronda de desayuno del comedor de Pueblelo ha sido trasladada a la casa madre, como ellos llaman a la casa grande. Si bien la tenue luz blanca de su interior por si sola es ya ese apretón de regazo que ansía el peregrino luego de una larga caminata —junto con su ropa empapada y sus zapatos enfangados—; y el aire seco y tibio de su fogata encendida al muy fiel estilo cowboyano parece suficiente para desterrar de un sonoro escalofrío cualquier rezago de tiritona que subyaga a la penetrante garúa: estas palidecen ante el vapor de las tazas de café que, entre embriagos de mirada e incontinencias de paladar, son avizorados ya en ese lado de luz que a la par de sus satisfacciones más saciadas, enaltecen el velamen cuticular facial con su cálida humedad recorriéndoles la frente en tanto sus adentros disputan ya el primer sorbo.

« ¿Café los niños?», pregunta Helen sorprendida de no ver más que negros humeantes dispuestos alrededor de la inmensa mesa.

«Son las versatilidades que nos traen los días domingos_ responde Jacinto_, pecar por atribución un día a la semana, luego de una dieta abundantemente sana del resto de días, sin embargo no todo lo oscuro es sombrío, el negro de muchas de las tazas, incluidas las de algunos adultos, obedecen a un delicioso y nutritivo pasadito de cereales», acota mientras uno tras otro, los grupos de abuelos van llegando, se acercan al lugar que ocupa Helen, saludan con una reverencia algo exagerada, y van a ocupar sus lugares en la mesa, mientras uno tras otro también, los humeantes tamalitos blancos aceleran el flujo de comensales a la mesa asó como el de sus marejadas salivares en sus bocas.

La crudeza de las vidas pasadas de los pocos niños que desayunan a tan tempranas horas dominicales, si bien atragantaron por breves momentos alguno que otro bocado delicioso del desayuno en Helen y los presentes, contagiándose con ese llanto a punto de explotar de sus relatores, la exultación de sus momentos actuales, que soliviantan sus palabras postreras junto con el optimismo con el que combinan tanto sus momentos dedicados al esparcimiento actuales, como los dedicados a un sistema de aprendizaje en el que el recreo, la travesura y la aventura está siempre articulada al contenido de la asignatura con un consiguiente entusiasmo perpetuo del cuento vivido por capítulos: no hizo más que consolidar su presencia y lo preciso del lugar en el que se halla. En esta etapa, el solo hecho de superponer en las mentes de los niños —entre todas las imaginaciones que los asolan a esas alturas de su vida—, sus horas de estudio, denotaban la precisión de la ruta tomada y la firmeza de los pasos dados, sin desmedro de la también exacta presencia de creadores, narradores y actores, y su lidiar de argumentos junto con los leones de las ciencias y de las letras en el lugar de los hechos, fundamental si tenemos en cuenta de la trascendencia de la elaboración del método pedagógico. Como no participar del proyecto del que tanto se habla pero muy poco interés se presta una vez alcanzado el sillón presidencial, es el futuro el que está en juego, la base mental, espiritual, sicológica, en suma, esa imprescindible capacidad de percibir las distorsiones de una sociedad que pide a gritos ser enrumbada desde una base moral que se cimiente en los modos y prácticas de gobierno.
 ...❀ Continuará

por: Rodrigo Rodrigo

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