No hay ninguna ley que prohíba embrutecer a la gente

Vivar Saudade - Capítulo 1 - Págs. 29 al 38 - 38 al 42

Ingreso: Mayo 25 de 2011

Escala de grises

La luz natural se va instalando casi sin sentir en la torrecilla justo cuando Jacinto ha logrado cerrar ese primer pasaje de historia cuyo título depurado en repentino aliento de sereno de cinco y tantos de la madrugada le obligara también a cerrar la ventana en medio de un ligero escalofrío que le obliga a frotarse las manos de manera estrepitosa, complacido más que entumecido, porque una vez más se corroboraban los límites de autonomía que podían alcanzar sus historias cuando se dice repetidamente asumir apenas el papel de intérprete en una suerte de mesa redonda en la que un cúmulo de factores los más de ellos emocionales interceden sus encuentros frente al cuadriculado.

Si bien por circunstancias propias del otoño que ya parece asentarse definitivamente, el amanecer no alcanza a dotar a la mañana de la luminosidad de otros domingos. Las tonalidades que van adquiriendo los frondes de los frutales tratando de desenmarañarse de los grises en cuya opacidad son irremediablemente envueltas, son sin embargo, la recompensa a ese grado notorio de melancolía que se dibuja en la mañana nublada y prueba fehaciente de que si bien es la luz natural intensificadora del color y por tal, responsable de morigerar ciertos estados de ánimo con predisposición al optimismo: es en su estado de mayor exigüidad natural, o artificial provocada por el umbrío de la noche, cuando se ajetrean y empinan con mayor fidelidad los picos balsámicos y vivificadores de su fragancia visual y sensorial en demanda de mayores tonos cromáticos al matiz intruso.

Grato misterio el del ensimismado trajín de la introspección que del mismo modo que los ojos nos señalan, primariamente, lo brumoso de una realidad unidimensional en la cual siendo estos punto de partida y confín, son también evidencia irrebatible: una consideración en teoría algo menos superficial que la simple mirada vacía, pero que cual vías de escape resaltadas en el negro del auditorio para dar intimidad a la amenidad, no para de encender con su llamarada de vivos colores lo más profundo e imperceptible de nuestros días baldíos insinuando las miles de salidas al laberinto que la sola realidad era incapaz de mostrarnos con su sola planura empapada de todo, excepto de perspectiva.

Descansando sus ojos esta vez en el vistoso paisaje que con su recuadro la ventana parece enmarcar y agigantar, pero sin dejar de porfiar la mirada empozada de principio de jornada, esta vez con un ligero malestar producto de la noche en vela, apenas si se conmueven sus orbitales al notar la causa de la serie de golpes de pico y pala que por momentos lo han estado perturbando desde antes de que clareara el día. Una larga fila de laboreros cuyas cabezas y hombros apenas asoman de entre los montículos de tierra acumulados en hilera hacia la pared norte del huerto, le recuerdan la ramificación del canal de riego en cuya construcción estuvo empecinado Eliseo desde hace algunas semanas atrás que habrá de dotar de agua al depósito construido para el sistema de goteo.

Muy al estilo de los colonizadores de antaño, un sistema rudimentario de rueda, manivela y latón que una serie de engranajes fabricados casi en su totalidad en madera aligeran su brazo de palanca, espera, contiguo a la pared oeste del fundo a la altura del óvalo de hortalizas casi terminado semi oculto entre los gruesos follajes de un par de paltos, desempolvando otra ingeniosa afición del viejo Eliseo cuyas destrezas emergen insólitas como reflejos de atardeceres que busca angustiosos paisajes desolados dejados inadvertidos a su paso; silenciosos como los vestigios anticipados de un futuro incierto que irremediablemente volverá los ojos a sus obsolescencias cuando la sobreexplotación y la imprevisión de recursos que abastecen a su motricidad alcancen su punto de no retorno y aquella ubicuidad que como una premonición obliga a la mañana nubosa a detener por algunos segundos su paso sobre ese depósito de concreto todavía vacío, se haga realidad añorando ese algún momento de nuestro avanzar errático cuando aquel inmenso cubo de 50 m3 de capacidad entonces sin las paredes corroídas y resquebrajadas por el tiempo, rebozaba de disponibilidad suficiente de agua capaz de alcanzar subir los 3 1/2 metros de altura y más, que el tanque requiere.

"Compañeros de mil batallas", le dice Eliseo a Jacinto, mostrando una de sus raras sonrisas que a falta de costumbre más parece una mueca que una expresión de sutileza o amabilidad pretendida. Cerca de una decena de hombres de descuidada figura detienen su labor para saludar con venias la llegada de este último quien ha decidido dar un paseo por el huerto antes de tomar un descanso. Los restos de tiza blanca que señala la dirección y extensión del acueducto todavía persisten entre los bordes de los aproximadamente cincuenta metros de excavación que los montículos de tierra de sus orillas han aguzado en profundidad en tanto otros cien metros en sentido transverso indician una tarea ardua que el sol que de pronto se insinúa entre las nubes promete agobiar más de lo esperado.

"Sea cual fuere el trato que tienes con ellos, no olvides sus alimentos", dice Jacinto visiblemente conmovido de ver a algunos de ellos, los más mayores y contemporáneos a Eliseo, quienes muestran en sus avejentadas manos una extrema delgadez que acentúa las formas de su osamenta. La larga fila de sillas alineadas bajo alero de la estancia, sin embargo, y ese penetrante aroma a café que junto a un no menos profuso olor a pescado frito entrecruzan sus olores hasta incomodar a los laboreros que de rato en rato echan una mirada hacia la puerta cercana, lo tranquilizan, y dándole una palmada en la espalda a Eliseo prosigue su camino.

Es temporada de otoño en el valle y algunas de las figuras ornamentales que ha ensayado Jacinto en los vértices del terreno para este periodo del año aprovechando la vistosidad y periodicidad de algunas floraciones estacionales como la de las chorisias o los guaranes: aunque haya que sacar un poco el cuello desde la ventana más alta para poder visualizar algo de ese esplendor todavía incipiente de principios de estación, pueden ya ser divisados en parte desde el pasadizo central del huerto aunque sin gozar del deleite total de sus formas. El rosa-fucsia con el que los “palos borracho” ya se perfilan con nitidez en la esquina izquierda del lado sur como el primero de los varios intervalos de florecimiento que se generarán a lo largo del año y cuya primera floración es causa de emoción inusitada en Jacinto, va trazando ya su silueta acorazonada en medio de aquel jaspeado de amarillos que ganan terreno entre los follajes de su entorno. En el otro vértice meridional todavía sin definir los bordes de su forma, un apiñado de malváceas blancas mimetiza los tonos cremosos de sus botones en cogollo, algo superados en altura, con unos jacaranda todavía tiernos a quienes el otoño no perdona anunciando con los tonos opacos de sus hojas, la época de muda.

Cerca ya de la casa principal, el llamado de Emilia saca de su ensimismado caminar a Jacinto obligándolo a un lento retorno hacia su encuentro, mientras con el rostro risueño se acerca ella llevando entre sus brazos una pequeña planta de no más de treinta centímetros de alto. Es tan notorio el beneplácito que la embarga que, acurrucando en pequeño árbol a su pecho, comienza a mecerlo dando la impresión de un bebé envuelto en pañales de color marrón que despierta una inesperada hilaridad en Jacinto.

"Ayer lo encontramos en la puerta de la calle", le dice Emiliana mientras exhala un profundo aliento.

Se trata de un pequeño roble labrado que en sus escasos veinte centímetros de altura desde el borde superior de la pequeña y rústica maceta muestra ya los pequeños matices amorfos de su delgado tronco y un fronde colmado de hojas que habla de su buen y oficioso cuidado. Cuando ambas miradas se centran en la pequeña tarjeta en blanco que trae adherida a una de sus ramas, ella solo se encoge de hombros y se aleja con una sonrisa a flor de labios.

"El desayuno estará listo en veinte minutos", exclama deteniéndose un tanto cuando ya Jacinto se apresta a acceder al primero de los cuatro peldaños de piedra de la estancia principal provocando a su vez, una vez más, que los obreros giren en sincronía sus cabezas hasta donde los aromas parecen tomar impulso y regocijarse sembrando oleadas de sabor y textura entre sus torrentes.

A diferencia de otros domingos en los que sus ojos cansados apenas si se permiten parpadear unos minutos antes de caer rendido en profundo sueño, esta vez son los reflejos de un mundo pleno de verdes floresta cuyos remanentes se han quedado prendados de su mirada con su lluvia incesante y sus penetrantes aromas a madera y flor, los que con sus inquietos rebotes al tenor del suave viento desde el cristal sobre el cielo raso, no parecen dispuestos a dejarlo partir así se trate de apenas una pausa entre capítulos. Ya no es un mero intento de supervivencia del relato que pugna por hacerse de un espacio; esta vez se trata de un sobredimensionamiento en la provisión de imágenes; imágenes no retratadas todavía, pasajes no dichos, y sonidos que probablemente queden sin describir de aquella primera noche en Amanhecer la cual habiendo roto los límites de su radio de acción extra temporal y extra dimensional de ese quinto piso adonde se halla alojado Eraldo, hace ya una fiesta de insomnios en medio de una espera que adherida al gran fondo blanco, se resiste a que una pizca de sueño invada también los ojos de Jacinto y den descanso, de paso, a ese par de ojitos tristes que nunca pensó dotara de tal intensidad al silencio con el que parece integrar a tan disímiles personajes y escenarios en su sola mirada.

Más no son solo los recuerdos de Aracatuba y sus noches de esparcimiento, ni solo los de aquel auditorio llovido del cielo y sus no menos celestiales melodías los que esta vez con mayor intensidad resuenan en la cabeza de Jacinto pretendiendo prolongar su vigilia en pos del mayor acopio de imágenes posible. Como un prolongado eco que arrulla Amanhecer con sus platinadas noches de espejuelos y onduelas provocadas por la fauna nocturna –un tanto más tiradas hacia el lado de sol que de luna, dos de los tantos riachuelos que se desprenden del Tieté a lo largo de todo su recorrido y bañan apaciblemente al pueblo con sus orillas calladas-, cual si el propio río celoso reclamara para sí a sus arroyos ese pedazo de esplendor natural con el que a unos 200 metros hacia el sur –desde los dos pequeños deltas que ovalan los bordes de aquel penacho de bosque rescatado al talado y parecen encender silenciosos a Amanhecer en sus noches ausentes de smog e intenso aroma a gasolina y etanol de las pobladas urbes de Sao Paulo–: su mundo propio, pasado en los últimos siete días a un segundo plano apenas plasmado sobre sus páginas aquella profecía especulada con años de anticipación -ya suficientemente castigado con la plena indiferencia que aun sin lograr su cometido pues difícil es entender los misterios del peso ajeno sobre los hombros cuando es más sentido que el propio_, también ha contribuido con su amalgama de arena en esa ausencia de sueño de los últimos días, aunque no por el asolo de alguna pizca de tristeza o incertidumbre, eso había que descartarlo de la razón de su insomnio.

Aquello que con tanta anticipación estuviera pronosticado no podía menos que fijar una sola determinación en Jacinto acorde con su línea de raciocinio argumentativo y de principio. Las tan impensadas tendencias de buena parte de su querido pueblo, sin embargo, por asolar los abismos de la reincidencia; esa extraña dolencia crónica que parece preferir el consuelo lenitivo de cada promesa nueva y como un adictivo se le es suministrado en cada terapia de olvido a la que son sometidos en la que son los dosificadores los que se estimulan; los histriones los que se regodean y aplauden haciendo de un burdo remake, un nuevo estreno, eso si que era para jalarse los pelos, más aún cuando la presencia esta vez de una hornada de jóvenes al parecer dispuesta a romper esquemas en los cuales fueron encasillados por un estado de cosas conservador, insinuaba un grado más prolijo de desobediencia en ese intento de frenar los ímpetus de quienes teniendo la potestad de ofrecerles alternativas se empecinan en imaginar sus mundos a partir de caminos ya ni siquiera maltrechos apenas por el convencionalismo ya de por sí relegante y postergador; sino y sobretodo plagados de un sin fin de recovecos vergonzosos que ni sus resecos polvos pueden esconder cuando algún ligero viento devela avergonzado las incontables huellas de arrastre de rodillas entre sus carcomidas rutas.


22 de abril
"Si bien los purgatorios poblados están de almas noveles y de pecados veniales o inculpos; y los infiernos, de ese sufrimiento sin fin de las almas reincidentes que purgan entre sus irrespirables aires corrompidos por el avezo, la contumacia y la impiedad, sus pecados sin nombre: dime, por cuales laderas se decidirían transitar a tus pies, sin ofender a tu mente que desde mucho antes de que se te dijera que el cielo no era solo para los perfectos de corazón sino también para los prolijos y leales adeptos de la contrición y la reconsideración, idealizara un infierno justiciero y aleccionador…"
, reza fechada el 22/04 con abundante visita, la cabecera del blog de Pedigrí colgada en la web en plena semana santa, develando entre los tantos adeptos que ha concitado su mensaje, una suerte de expectativa “episodial” que se ha visto acrecentado al parecer extrañando esa especie de enlace emocional que los siete días de ausencia de Jacinto en la web, parecen haber fortalecido, desnudado cierto impensado grado de dependencia mutua y complementariedad creados.

Érase una vez un comerciante_ dice en otra parte del texto que acompaña a la entrada ultima, siempre aludida a la semana de recogimiento de cuyos ritos curiosamente, aunque con muchas reticencias, es también adepto Pedigrí_, que apremiado por el tiempo y la añoranza que le infringen sus cada vez más largos períodos de ausencia de su hogar y como hoy le hacen parecer más inalcanzable la meta trazada de cada día, caminaba día y noche con sus mulas y su carga a cuestas tratando de llegar a su pueblo para la fiesta más importante del año. Ya en la última noche de adviento y víspera de la fecha magna, un repentino eco de júbilo y luces que cual bombardas luminosas se alzan desde el pueblo cercano a su ruta lo hacen detener un instante, y preguntarse que sentido tenía caminar otra noche más, teniendo dos noches sin dormir y con el trecho todavía largo y sin ninguna certeza de llegar a tiempo para la ofrenda central. Era un devoto practicante y la repentina idea de recibir la homilía en ese pueblo desconocido para él, pensando en no llegar a tiempo al suyo, hizo que de pronto desviara su camino.

Comió y bebió como nunca en la única fonda del pueblo repleta de viajeros pues las raciones de la ruta eran bastante limitadas. Le sorprendió mucho la gran agitación que se vive en el pueblo y mucho más el que no haya sido destinos de sus incontables viajes; en este como en todos los pueblos de las cercanías se reflejaba en la indisponibilidad de alojamiento esa gran presencia de forasteros ad portas ya de la fiesta más importante del mundo cristiano. Cuando ya se halla decidido a buscar un refugio aunque sea entre los establos de las bestias de carga que tanto abundan, el recuerdo de su familia que lo espera, en particular el de su hijo menor a quien prometió su primer par de zapatos propios, lo hacen reflexionar y decide retomar el camino.

«He prometido a mi esposa llegar a tiempo para asistir juntos a la ofrenda de siete_ se dice_ y es mi deber cumplir o ellos vivirán una pesadilla con mi ausencia justo ahora en la más importante de las festividades familiares del año».

Ha perdido sin embargo horas cruciales durante su breve estadía y volver a la ruta le quitará mucho más del tiempo que no tiene. Hay otra ruta sin embargo que conduce hasta su pueblo pero que por el sentido de sus actividades comerciales nunca ha recorrido, y temiendo perderse o ser víctima de algún percance, decide acudir a los viajeros que en grupos se aprestan a salir con diversos destinos pues el pueblo es al parecer un importante centro de comercio de la región.
«Quedan dos grupos con ese destino_ le dice el encargado de la estancia, y señalando al más numeroso de ellos en el cual bellas mujeres parecen pasarla bien bebiendo y danzando con los parroquianos mientras lenguas de humo se elevan de entre sus tumultos, acota_ Esa tomará la ruta antigua pues tiene un espectáculo circense y debe visitar algunos pueblos más, pero cuenta con coches de carga muy rápidos y como ve, buen aliciente y muy buena compañía».

El hombre se quedó pensativo mientras observa a varios hombres en el grupo que cruzan misteriosas miradas con otras tres longevas mujeres entre quienes resalta una de cuello largo y mirada mucho más adusta que las demás que poco se empeña en esconder; a ninguna de ellas parece hacerles gracia la presencia y regocijo de tan voluptuosas mujeres en el equipo de viaje y sin apenas morigerar sus gestos desdeñosos parecen evadirse dela euforia que se vive en el resto de la mesa.

«…el otro grupo que tomará la ruta nueva como ve es bastante austero y lo más que puede ofrecerle es compañía y dirección hacia su destino_ le dice sacándolo de su ensimismado trance el encargado_, y ya se apresta a partir», acota finalmente.

Yo se cual ruta tomó el viajero_ dice Pedigrí dando fin inusitado a la historia_, porque sin importar desde donde diera inicio a su travesía, el tenía claro cual era su meta y cuales sus prioridades, y porque se cual es el desenlace de la historia te pregunto: ¿Cual sería la ruta que tomaras tú si tuvieras la encrucijada de lograr un cometido trazado sin traicionar ese principio de principios que es la palabra empeñada la cual va más allá de cualquier sentimiento coercitivo o de intención soterrada que nuestras propias historias de vida sinceran?

En un acápite, Pedigrí ensaya una rara fusión entre el largo encabezado del post y la historia narrada con el siguiente mensaje:

"…Del purgatorio sin embargo, en caso caigas producto de ese cierto grado de a-referencialidad y albur que todo proceso innovativo y expiatorio de males trae consigo, formas hay de salir y en doble sentido, según que como los méritos o los compromisos hayan o no sido cumplidos. Más dime eso del infierno; de la reputada des-afección y desobediencia del propio amo y señor del averno a sus propias leyes que dicen condenar a sufrir a todo ladrón, violador, usurpador o asesino".


01 de mayo
Hoy más que nunca –dice Pedigrí en otro post, ya más cercana la fecha que definirá los destinos del país y mucho más enfático esta vez ante un descarado viraje de cierto sector del cenáculo oligarca, antes acérrimo crítico, hacia el bloque de Kika Montenegro cuya partida si a alguien debe agradecer su supervivencia y actual vigencia es a quienes propiciaron un exagerado sobredimensionamiento del remanente terrorista en la zona cocalera adonde son celadores y entes distractores que usa el narco-negocio para su libre accionar–, tanto sátrapas como su brazo legal necesitan el golpe de gracia con el cual consolidar aquel estado de trance en el que parecen haber sumido a medio país. Y, acorde con ese juego de vocablos inventado con nombre propio para su supervivencia, “El narcoterror”, que no es otra cosa que la archiconocida “alianza narco-corrupta” nunca pretendida de ser extirpada más allá de la pose o el verbo florido de los responsables de hacerlo, al no permitírsele al Estado una sola captura de los supuestos mandos o capos de la tan pretendida súper alianza, más allá de ese sinnúmero de mochileros de sí, aquel verdadero flagelo de la sociedad hecho ya realidad, el narcotráfico: es menester poner en alerta a las fuerzas de seguridad que laboran en la zona de exclusión, en particular aquellas que por su vulnerabilidad logística y de entrenamiento fueron y serán pasto de las hordas narco corruptas, las cuales, habiendo antes logrado ser diezmadas con la precisión de un cirujano, para acallar momentos clave de acto de presencia del enemigo más acérrimo de la verdadera coalición de la droga y la corrupción, “los derechos humanos” -haciendo sentir a los verdaderos traidores a la patria, la camarilla corrupta de los Noventas, su más grosera lealtad y alianza-: ¡Cuidado, cuidado y cuidado…! No siendo las premoniciones reversibles más si los grados de intuición de quienes tienen entre papilas la historia aún por escribir de esta lacra, un grado de precaución nunca estará demás si con eso ayudamos a evitar un despliegue inútil de listones negros y como no, un oportunísimo circo que caería como anillo al dedo a quienes han demostrado hasta la saciedad ser los campeones de lucrar con el psico-negocio del miedo.


07 de mayo
Aquí vuelve a destilar su enojo Pedigrí, esta vez contra ese mismo grupo de medios de comunicación cuyo sesgo abiertamente manipulatorio denunciara en la campaña previa –y otros que de manera disimulada se suman–, quienes no tienen el más mínimo recato de mostrar un “inmoral favoritismo”, como el lo denomina, hacia la candidata Montenegro:

Si bien las infidentes lenguas de la internet tantas verdades otrora amordazadas nos develan y tantas salvaguardas de tiempo y escollo deparan a nuestros cometidos dilucidatorios sin que los ”defensores del progreso y la estabilidad”; aquellos perpetradores y perpetuadores de nuestras más profundas incertidumbres; los autodenominados “personajes influyentes” –que no son otra cosa que chupasangres defendiendo a uña y pelambre la roña de sus privilegios disfrazados de bienestar colectivo–, ni sus obedientes pasquines y ondas de frecuencia amañada que ad portas de la luna llena de nuestras más despejadas decisiones pretenden con soslayada doble intención tomarnos de las narices, sean capaces ya de hacernos desviar la mirada: cuanta falta hace que el reinado de la iniciativa y aquel activismo de la palabra tan ansiado que a gritos sugieren los acontecimientos para ser puestos en contexto, se impongan y escriban su propia historia –verdadera y fructuosa como se merecen las generaciones en ciernes–, lejana del bozal y de la hediondez de quienes hincados de rodillas acentúan sus inminencias; pero sobretodo, reivindicativa de tanta falsedad, discriminación y acomodo escondido de esos comodines de la sociedad.

¡Que tortura conocer in situ de tantas verdades ocultas que el seudo independentismo y el seudo humanitarismo de tanto mercantilista de la palabra, finalmente torpemente revela, y no hacer nada. Susurrar y quizás enfrascarse en un debate inocuo de foros y marionetas, si es para envolvernos más en el manto negro de las frustraciones, de nada sirve si no se es capaz de llegar por propias vías, tal y como lo hacen los propios distorsionadores y derruidores de las sanas intensiones con sus extendidos tirajes centralistas a todos los rincones patrios –diciéndoles a quienes necesitan saberlo para definirse –: que como ellos hay otros que discrepan de tanta mediocridad y tanta maniobra desinformativa encubridora, y que es posible hacer más que refunfuñar y lamentarse para si solos, o lo que es peor, caer en las redes de los miedos manipulatorios que hasta la saciedad han demostrado ellos y sus novícimos secuaces, ser especialistas.

Es una náusea mayúscula, es cierto, ver desnudos nuestros temores de que un día como tal llegara, y ser salpicados en nuestros propios rostros por la saliva hipócrita de la verborrea traicionera de la más inmoral de las formas de serlo, cuando se cae de rodillas ante aquello que un día más repugnancia nos causara –claro, solo en el sentido figurado si nunca fue un sentimiento auténtico y privativo como el principio que rige nuestro interior–, y dejar en un abrir y cerrar de ojos expuesto entre la pus bajo la costra que tantos pensadores arrostraran a una clase dominante que escondida en un seudo anacronismo de su propio verborrea pervivía: sus propias incredulidades y sus propias in-praxis derramadas vilmente mientras solo esperaban que se cumplieran las escrituras y una vena pestilente y traidora aflorara de pronto –ausente de fidelidad como en tantas otras centurias que se nos vienen a la memoria–, en la propia versión moderna de historia de tanto camaleón de conciencia y decencia.

Hedionda metamorfosis la de los tiempos de la globalización que sin pelos en la lengua enfatiza con los hechos las bondades del imperio del dinero y perjura con el verbo cuando denuncia las secuelas dejadas a su paso en su afán de no quedar sin el rédito de nobleza merecido en tanto un enjuague se encarga de devolverle “prestigio” a la boca. Hoy, domesticado ese último bastión de la decencia –la vergüenza–, aflora como la seta venenosa el mercenarismo de la palabra, la traición al sanguis del redactor de conciencia que tantos mártires de la pluma honraron con pulcritud y modestia y hoy los “instrumentos” de la comunicación no tienen el recato de exponerla ante los hálitos más fétidos que jamás en la propias mañanas de sus más gélidos amaneceres ellos mismos y sus propios alientos hubieran pensado respirar jamás cuando mentían y volvían a mentir defendiendo algo en lo que nunca creían.

“Perú 01”, el más descarado de los tentáculos de “El Decano”, aquel que un día mis propias manos pusieran sus páginas a la altura de la cerviz más erguida que podía existir sobre la faz de esta triste ciudad, por una línea acaso más cercana con la inubicable ética de aquellos y estos tiempos de apego a toda libertad excepto a una verdadera independencia informativa, es hoy la repugnancia hecha calizo; es la propia cueva de mercenarios adonde la ética y la moral y ese mínimo de ecuanimidad que exige la profesión para no equipararse al pasquín de la sin razón corrupta –o a sus primos hermanos putativos, los diarios “chicha” que otrora tanto escozor causaran a nuestra “sensibilidad”–, languidecen hoy entre tinajones de óleos turbios y hediondos como sus propias historias sin fin.

Alguien muy ladino diría quizás: “¿Y porqué tanta hediondez no es percibida mayoritariamente?”. Y antes que me arrostrara otro de sus tantos porqués, yo les respondo dos veces y no tres:
¿Acaso mayoritariamente nos percatamos de la mugre que comenzó a destilar desde el primer día de gobierno en aquel "palacio de la inmundicia" de la década más oprobiosa de la República, el mismo que pudo prolongarse por muchos quinquenios más si no reventaba la pus ante nuestros propios ojos?


Bajo tanta escabrosidad tendenciosa, inequitativamente sembrada como noticia única entre los lectores desde diferentes logos: ¿No subyace acaso el temor de una oligarquía a lo antaño, de no ser más los “influyentes” de una sociedad a quienes manipular a su antojo? ¿De no ser más los ejes de poder económico que si bien todo gobierno de cualquier país tiene enquistado en su círculos más íntimos y co-gobiernan y hacen realidad sus programas –que novedad–, la novedad sería en todo caso el porqué y el hasta cuando de una simbiosis nefasta que ya quedó demostrado, que si de algo bulle es de una ausencia total del principio ético?

Los cómplices y cultores de la demagogia le han amputado el brazo a la ética señores y eso es grave en medio de una contienda en la que de inicio se abdica al más importante principio de ese cambio que tanto se pregona, la conducta moral y ética de sus entes directrices, y sin embargo, sin sentirlo, menos profesarlo, se expone desvergonzadamente como carne de cañón a una acepción que encierra todo el anhelo de ese costado más consciente y progresista de la sociedad cuando se renuncia a aceptarla como principio y fin primordial.

Ellos saben que no es ese ciego y ensordecedor pedido de años atrás influenciado por ese esperpento llamado “chavismo” el que exige cambios; cuando el oportunismo y la bruma de un proyecto facilista generaba expectativas también superficiales en los pueblos de toda la región pudiendo poner en peligro su estabilidad. Hoy, los altos índices de corrupción a nivel global y las violaciones de los derechos civiles como norma de ese régimen dictatorial lo han convertido en el más aversivo de los modelos de gobierno lo cual ha redundado también en la nueva concepción de sus gentes, y sin embargo insisten en sus falsedades. ¿Son acaso sordos cuando tan imprudentemente desnudan la más vulnerable e imprudente de sus propias discapacidades –su insensibilidad?

Es mas bien el rostro anacrónico-centralista, ya que de obsolescencias hablamos, de los que se resisten a aceptar que somos un país y no una metrópoli al que hay que mirar por igual y hacia donde debiéramos coartar a los gobernantes a mirar con prioridad y con proyectos de Estado –no con chucherías baratas como mi chamba, mi olluquito con charqui, u otras sandeces–, lo que los hace humillarse así tan ignominiosamente ante la mafia corrupta que si a alguien tiene tomado de las narices con bozal y espuela, es a ellos, sus otrora detractores, entre quienes desmenuzan así con bastante anticipación, los mendrugos con los que esta vez sí, lograrán acallar con autoridad los desmanes que su venia negligente habrá legitimado, y eso deben tenerlo muy en cuenta cada vez que recuerden que fue su egoísmo el que hiciera del presentimiento, presagio y finalmente revelación.

Hoy es a todas luces un llamado más consciente y más sereno de modificaciones en actitudes, básicamente de formas más que de fondo en el estilo de gobierno lo que pide esa amplia mayoría que discrepó inicialmente con las dos posiciones en contienda, distantes ya de esas lacras perniciosas que se engendran precisamente cuando se aparta a la sociedad de los actos de gobierno, desviándolo de las prioridades y las equidades que todo crecimiento exige. Los índices de impopularidad de los últimos quinquenios deben enseñarnos y abrirnos los ojos de que algo anda mal y no ser tan arrogantes cuando se pretende entregar en bandeja un país, no solo al continuismo que ya sería de por sí el mal mayor, sino a la intolerancia y la componenda legitimadas; a aquellos campeones de la incubación y la propagación de la peor de las lacras aludidas en el texto: aquel del robo descarado nunca admitido; de la infiltración de las instituciones de los mismos que nuevamente enquistados en el poder y excepto alguno que otro grupo principista y con una oposición que no tiene definido el concepto de corrupción –es la verdad aunque duela aceptarlo–, grábense esto, ya no solo estará en juego ese seudo autoritarismo que hoy muy anecdóticamente se maneja para lavarle la mente a los incautos ciudadanos, el que pondría en peligro derechos fundamentales a la libertad de expresión, sino y fundamentalmente aquel ineludible deterioro moral de la sociedad peor que el vivido en los tiempos de oprobio dictatorial.

¡Oigan bien señores dizque principales denunciadores del crecimiento del narcotráfico en el país!, este será el caldo de cultivo para el enquistamiento que estas lacras delincuenciales que pululan sus primeras planas necesitan para dar el golpe de gracia a un país que se debate en traspasar todos los índices, el de producción de cocaína y el de cultivo de su materia prima, sin que haya sido tocado el meollo jerárquico de estas organizaciones.


14 de mayo
Este es el último post de Pedigrí, dejado al parecer inconcluso luego del extenso alegato dedicado hacia un gran sector de medios de comunicación, y que por el tenor de su párrafo inicial, se predice será largo y esclarecedor.

Pero si de círculos de poder y co-gobierno hablamos, otro cantar es el de los perpetradores de la fe y la conciencia. Y no me refiero a las alabanzas que siendo muchas veces elevadas con poca convicción hacia el infinito sirven al menos para hacernos soñar mundos irreales; ni siquiera a ese- al parecer de muchos-, innecesario pacto formal entre la fe que es privativa del ser– como lo es el perdón al que tanto se acude en estos tiempos, o el arrepentimiento, al cual no tanto–, y los entes políticos que si por algo se caracterizan es por su desapego formal y de conciencia a los mandamientos de las santas escrituras: sino a esos distorsionadores del humildismo y el apego a los más vulnerables de la sociedad que inspiraba el cristianismo en sus inicios y hoy, con la infame irrupción del Opus Dei en el catolicismo, ha sido convertido grotescamente en un eje de manipulación del poder…


Nuevo ingreso: Junio 04 de 2011

Ocasos
La sabiduría del ser cuando se la dice propia de la experiencia, de los años vividos y de las lecciones aprendidas es parcialmente cierta por lo tanto inocua si no le añadimos un tenor a ese grado de reflexividad que precisamente los años y aquella temida cercanía con el ocaso enfatizan diferenciándolo del ser inconmovible. Fulgores de equilibrio que bien podrían desnudar alguna arista no escrutada –rara y súbita- en el intelecto de un adolecente quien, teniendo tanto por recorrer, de ser consciente de tamaña virtud no lo pensaría dos veces en guardarlo para más adelante. Más, entendida la sabiduría como fuente inagotable de suministro que deba dar aviso de su existencia para ser reconocida y asediada como tal –como hace el mechón de pasto con el puquial o la palmera con el oasis ante la mirada vehemente del sediento–, es cuando hace incursión un factor primordial que hará que el ciclo cobre vida y ante cuya ausencia nada de lo enunciado con anterioridad serviría: la voluntad, no solo para plantearse como fuente de información referencial que pueda –como un texto común y corriente que de pronto ve desempolvado su postergado interés–, servir de agente de ignición de alguna virtud irresoluta, anónima e inerme; sino y sobre todo que sepa despertar en ese otro orillo adonde la apetencia por el espiritoso elemento se gesta, un imprescindible acto correctivo en algún supuesto recorrido de relieves deslumbrantes cuya exageración o intermitencia son apenas reflejo de nuestras propias imperfecciones.

La fuerza de voluntad de aquel ejército de viejos, de años equivalentes en escala a los metros avanzados en la construcción de la zanja, y enfilan ya rumbo a los últimos 30 metros adonde se halla Eliseo presto a culminar el último trecho del trazo en bajo relieve: no puede ser menos conmovedora y aleccionadora, y prueba de que hallado el canal, muchas veces mimetizado entre el desdén y la altivez de la fuente de inspiración, puede la sabiduría también ser aflorada en el más pesimista y último de los escenarios producto de una adecuada estimulación, calificado por su propio nivel, es cierto, pero inmenso y ruidoso cuando se trata de sujetos a quienes sería banal ser considerados como modelos de vocación o candidatos al cielo en plenos tiempos de segregación en los que vivimos.

Apenas dos horas han pasado desde que con dificultad Jacinto lograra conciliar el sueño, y ya tiene otra vez la mirada tratando de pulir las asimetrías del cielo raso en tanto las imágenes pugnan por superponerse unas sobre otras tratando de ganar preponderancia o apenas conformarse con convencer y ser puestos en fila. Se asoma a la ventana apeándose ligeramente sobre la cama sillón y mientras observa las jarras de limonada que descansan sobre una pequeña mesa adyacente a la zona de trabajo, los vasos vacíos y la reciedumbre con la que uno de los ancianos descarga los pocos restos de su brebaje sobre la tierra suelta, un chispazo de melancolía incomoda a sus ojos en tanto imágenes de trozos de suelos resecos y combadas de picos se pulverizan entre filas de pies descalzos y el polvo que desatan.

«Cuanto extravío pudiera ahorrarse el mundo si tan solo pusiéramos una dedicación y un título digno a esa dedicación allá entre las imperceptibles ranuras de nuestras llanuras hasta donde aun la esperanza parece haber perdido la ilusión de ser conducida», murmura Jacinto mientras trata de que el brillo de sus ojos no prospere y revierta en vertiente.

Son las 10:00 a.m. y aun cuando tiene ante sus ojos el fuerte llamado del huerto encarnado en las herramientas dispuestas sobre un anaquel en el propio ambiente adonde tinta y celulosa pretenden imponer sus aromas, puede más la vieja máquina de escribir y las favelas de estrechos pasajes que pueblan su mente.

«Un par de horas y salgo_ se dice en voz alta como si quisiera ser oído por la pinza y la cuchilla que penden sobre una percha en su extremo más cercano y disculparse así con sus plantas por la breve postergación_, después de todo es otoño y un par de horas más no serán demasiada espera aun para las “enanas”, acota refiriéndose al riego de los bonsái que descansan alrededor de toda la ‘casa grande’».

Extenuado luego de haber culminado el recorrido de cerca de cien kilómetros que duró el ‘Tour del hidrógeno’, paseo el cual incluyera ciudades meridionales al Tieté como los dos Santo Antonio al norte de Aracatuba _habla entre golpes de tecla y rodillo de la máquina de escribir, una vez mas la hoja en blanco, adentrándose con placer entre los fastuosos escenarios plagados de frondes, colores y sonidos de naturaleza de ese pedazo de paraíso en la tierra que era Amanhecer_, Eraldo es pronto sumido en el más profundo de los sueños. Apenas tuvo tiempo para fijar la alarma del despertador del celular para las siete tratando de ser lo más considerado y precavido posible con sus horas de sueño sin que alguna pizca de cansancio intente perturbar su concentración durante las exposiciones.

Cualquiera que lo viera y siguiera con atención la evolución de su sueño jamás pensaría de la gran turbulencia que se desarrolla en el interior de ese sutil sobresalto que acusan sus extremidades. Como si una mezcla de conciencia y propósito creara un estado paralelo de actividad vital en la situación de letargo en la que se halla Eraldo, haciendo cobrar vida un estado razonado de latencia corporal en el cual siente que ha sido sumido antes siguiendo la lógica del sueño, pero en cuyo remolino ha sido siempre reacio de dejarse envolver temeroso de que no solo pueda ser acorralado por los misterios de un mundo al parecer pleno de la fantasía e inverosimilitud que al ojo de un simple neófito inspira, sino por un infante temor a la lugubridad que siempre le ha inspirado el sueño tan adicto a la preponderancia de los encajes negros de la noche.

Lo que cuando niño tratábase apenas de un mal sueño o un intento de pesadilla conjurado del cual lograr despertarse, en medio de un tire y afloje desesperado entre sueño y realidad, era alivio y victoria y un nuevo intento esta vez por prolongar la vigilia al máximo antes de caer rendido en un nuevo sueño que lo llevara a otro despertar más cotidiano y más amistoso: el de hoy que va precedido de ese enjambre de recuerdos que aquella bella y versada mujer ha despertado en él, se ve morigerado azuzado por el eco melódico de un “Claro de luna” espléndido que hacía tanto no escuchaba con detenimiento y ha quedado registrado como un fondo musical que parece arrullarlo mientras pega su sien a su pecho. Y un leve susurro mezcla de arrojo y resignación que apenas suscita un leve sobresalto superficial en sus hombros se encarga de desechar del todo ese instintivo temor de acceder a una suerte de dimensión desconocida de historietas como el que siempre supuso de ese estado de trance.

«¡Ya que más da, llévame a donde quieras!», resuena silencioso en medio de ese vacío pleno de un todo negro que no es obscuridad pero excepto la ausencia de imágenes tampoco nada parece ser diferente del sueño que sigue su curso.

«¡Después de todo quien puede exigirle alguna pizca de lógica al sueño…!», acaba apenas de musitar cuando de pronto, cual si algún hilo rezagado de sus pensamientos vespertinos sobre la cama quedara flotando entre el penetrante aroma a nogal de la habitación, es transportado hasta el día en que la silla vacía en la antesala de ese segundo piso al pie de la escalera de la escuela, le hiciera sinceramente consciente de una ausencia que por vez primera lo hacía sentir concernido y descorazonado deteniéndose un instante, y otro, y otro mas en cada paso dubitativo con el que recorre la estancia vacía.

«¡Vaya sueño!_ insiste sorprendido de que aun cuando irreales las imágenes le van mostrando cuadros tan nítidos pero a la vez tan ceñidos a un contexto y a una voluntad que se diría puede él manejar soltando o tensando sus hilos a su antojo_. Es un sueño, solo un sueño», repite.
Los recuerdos no tardan en arremolinarse cual un cúmulo de fotografías recién llegadas de manos del mensajero llenando de entusiasmo su periplo, haciéndole perder por un momento la noción fundamental de su arribo a esas instancias , y sin esperar que las imágenes destinadas retomen las riendas del sueño y todavía sin plena conciencia de lo atípico de la situación, decide sentarse en la carpeta unipersonal que con cierto fulgor parece destacarse entre la media docena de símiles que en forma y color se enfilan a lo largo del pequeño descanso.


Apenas tiene tiempo de musitar enternecido la frase: «Es todo tan suave y real que hasta me parece percibir su aroma a frescos narcisos y sentir la caricia de su mirada rozar cálidamente mi pelo mientras los bordes de mis orejas se envanecen al murmullo de sus yemas…» con cierto sabor a canto en los labios, cuando, un inusitado temblor que lo sacude de pies a cabeza lo hace pensar en la retirada.

«Uh, Uh, esto no está bien», se dice mientras otra serie de imágenes todas sombrías e hirientes comienzan a desfilar por su mente; primero desordenadas que parecen intentar envolverlo en un estado de confusión muy a pesar del período de sub consciencia que en primera persona lo mantiene atado a ese escenario límbico; para luego, en tanto los propios recuerdos parecen intervenir con su dosis de cronología y orden, ser llevado hasta un pasaje que había olvidado sucediera. Pero es tarde ya y aunque la evocación quedó flotando en medio de ese silbido que rompe el silencio de la madrugada, su sola intención de dar fin a ese estado de trance, ganado por la impresión, es puesto abruptamente sentado sobre la cama mientras un aroma a narcisos penetrante pervive en la habitación.

Un escalofrío le recorre el cuerpo cuando es consciente de lo sucedido cuando apenas a dos años de iniciada sus operaciones la institución ambientalista. Para entonces ya la mirada risueña y fácil de ruborizar del pie de la escalera había sido ganada por una mezcla de tristeza e indiferencia esencial hacia todo, excepto el grupo algo sofisticado de amigos que comenzaba a frecuentar, con cuales al parecer quería zanjar con algún pasado doloroso que solo podía entender quien se sintiera empujado a hurgar un tanto en su contextura particular, que no era el caso de Eraldo lamentablemente; alguien que se sintiera involucrado al menos la mitad de esa vorágine totalitaria que si inspiraba no solo en él, sino en media población masculina de los cerca de 700 alumnos de la escuela: la enésima vez elegida reina de la escuela.

La última vez que la viera dar una mirada disimulada hacia el balcón adonde Eraldo y un grupo de amigos departían abstraídos del gentío del patio en tanto ella se despedía de los suyos y cuya mirada triste que nunca volvió despegar del suelo en tanto se alejaba, quien sabe era un llamado inconsciente de auxilio que las soledades y la últimas veces auguran mientras recogen los pasos de su víctima tras de sí.

Un enterizo azul cuyo brillo jaspeaba sus tonos oblicuos al sol de la mañana llenaría los ojos de su asiduo y solitario espectador al extremo de hacerlo sentirse tentado de seguir un fino llamado de su instinto, más no lo hizo, apenas la siguió con la mirada en silencio hasta verla desaparecer tras la esquina. Quizás si hubiese estado en ese otro ángulo desde donde se podía observar los ojos de la tristeza hecha carne que sin poder contener más una pena guardada dejaba asomar un par de lágrimas y prestamente secara una vez ganada la calle transversa, quizás hubiese forzado aquella desdichada tensión y duda con la que sus pies se resistían a ir a la caza de una congoja cuya presencia era debilidad y reto para él, y ganado con ello algunos minutos suficientes para torcer el sentido de los acontecimientos, más no fue así y esta partió posando su brazo alrededor de su cuello...