No hay ninguna ley que prohíba embrutecer a la gente

Vivar Saudade - Capítulo 1 - Págs. 1 al 16

CAPÍTULO 1
DE AZUL VISTE EL AMANECER

Ya la madeja de recovecos, de tramos rectilíneos cortos y largos que plenos de giros y de paradas sin nombre inundaron de verde y rojo el incesante trajín de las puertas corredizas, parecen por fin dejar atrás aquel forcejeo entre la inercia, la desaceleración y el decibel descontrolado de la gran ciudad, y pronto, cual alveolos pulmonares alistando entre hondos respiros la inmersión final hacia el punto de desplegué de lonas: los matices de una selva de neón que lentamente va dejando atrás sus haces multicolores dispersos entre los últimos conciertos de bocina y niebla, inapelables de sus rangos y de sus intensidades finitas descuelgan sus tenues espectros lumínicos de las amplias lunas de los ventanales apocados por la imponente noche.

Invocada a partir del final del pandemonio del libre albedrío de los amos de las pistas, y libre ya de distracciones lumínicas en su infinito campo visual, la otra tenuidad, aquella sin matices y sin traslapes de párpado y pestaña, tras un breve oscilar de estrellas en su firmamento, devuelve pronto intimidad al recinto y a los ojos vueltos en sí, un ensimismado visual que nítidamente destaca las siluetas y algo más de los pocos pasajeros que quedan en el articulado, quienes aun en postura de diálogo, sumisamente se han adherido al paisaje del silencio, los más de ellos intentando con la mano sirviendo de visor, romper los confines del nuevo espectro que impone la noche cada vez que la pantalla anuncia la nueva parada.

Que maravilla la de estos carros”, piensa Jacinto mientras sonríe al reparar del triunfo del cansancio del largo viaje o del trajín del día último de labor por sobre los vanos intentos de mantener en equilibrio los párpados de la dama de anteojos que mano en el libro yace dormida con la sien sumisa pegada hacia la ventana izquierda: acaso vencida por la solaz espera tras intentar extender sus minutos de atención bajo la pista de algún argumento interrumpido; acaso fascinada por un hilo de trama que sea el reflejo de la amplia sonrisa que tiene dibujada en los labios.

Cual veloces bulldózer abriéndose paso hasta no tener más que al aire ofreciendo resistencia entre las densas masas laterales de chatarra y relumbro que por igual, ágilmente se desvanecen tras haber optado por apear sus apiñados flujos en las orillas en un círculo inacabable de avidez e impetuosidad que desafía al tiempo y a la norma, haciendo del horario directamente proporcional a la cabida, el aforo y el nivel de CO2 estabilizado en los pulmones”.
Que introspectivo y armónico con el propio ser informal resulta apearse de cuando en vez de la caravana, y cabalgar despreocupado rodeando las emblanquecidas rocas ya en pleno arrullo con los pastos crecidos. Brincando entre cada amarillento zig zag tallado en bajo relieve a punta de suela y tacón sobre la cuesta cada vez que el nivel ya casi acañadado de algún cruce recurrente así lo exige”, repite una vez más la frase Jacinto tratando de grabarla en su esencia mientras piensa en el capítulo que le toca escribir esta noche. Y es inevitable volver en el tiempo, apenas algunas pocas horas atrás cuando a la espera de una cabina libre a la puerta de “Del internauta”_ establecimiento adonde suele pernoctar sus horas vespertinas en la red cada vez que la tarde lo toma en pleno centro de la ciudad_: en plena hora punta en el ciberespacio, una inesperada demanda de conexión a la red le diera algunos minutos de solaz observación de un discurrir de calles que en ángulo y perspectiva inusuales le brindaba el balcón que sirve de puerta de acceso al segundo nivel.

Y desfilan nuevamente las imágenes cual si las tuviera ante sus ojos justo como tiene ahora a los puntos de luz interior atrapados en el fondo negro de sus pupilas reflejadas por el diáfano de la ventana en un concierto de espejos superpuestos. Con sus oleadas de gente transitando en todas direcciones; empañando con sus sombras fugaces las lozas del gran jirón; a ritmo pausado; reduciendo y devolviendo espesor al cauce lizo cada vez que las innumerables tiendas con sus intensidades de luz predominantes encienden los cabellos de los transeúntes, y las calles adyacentes al ser inquietadas en el curso de su tenuidad, quebradas por algún intempestivo par de faros amarillos cual si del afluente de algún indiferente remanso turbulento se tratara, hacen presencia suspendida ante el paso del vendaval.

Y es inevitable en medio de un traer a la memoria exclusiva de recuerdos recientes, aquel escabullirse de entre corrientes de uno que otro peatón que por no perder el ritmo o ser arrollados por las irrefrenables marchas aferran su curso a la calzada entre cientos de pies en ineludible movimiento consonante. Calzada hoy desolada por el tramo silencioso de ruta que ha tomado el bus que afianza también las imágenes y los planos, llenando de peatones silenciosos los hoy cristales vacíos del vagón secundario; hallando entre sus intensidades encontradas; entre sus pesos morigerados por la prescinción, el afán y la fricción ausente: una aceleración distinta que los obliga a abrirse paso aun entre los andantes del mismo sentido en el cual transitan.

<<Es lo que muy bien pudiéramos llamar la zigzagueante liviandad de lo fortuito_ se dice Jacinto_, que, tal como aparece entre el todo, buscando un mejor ángulo de traslación, desaparece no necesariamente habiendo hallado en el paso más confortable hacia su destino el origen de su extrema ingravidez, mucho menos habiéndolo debidamente contrapesado con la aceleración imprimida tantas veces entorpecida por la velocidad. Apenas habiendo dejado al azar un pequeño desliz del polvo de calzado, o el rodar de alguna piedra fuera de su molde, como única huella de una estela dispersa que acaso el viento, la llovizna, o las faenas de mantenimiento de las 23, harán pasto de una invisibilidad anunciada>>.

<<Cinco minutos cabina siete>>, se oía decir de pronto al tendero haciendo inevitable que algunos ojos curiosos todavía con el brillo de la pantalla reflejada en su retina cruzaran miradas entre ellos antes de irse en avalancha hasta la figura del flacuchento hombrecillo de chalina, gorra y bigote, ostensiblemente delgado para su talle, quien con los ojos enterrados en su pequeño escritorio, indiferente, parecía contar los ingresos del día recorriendo una y otra vez el número de registros que alberga el gran cuadriculado en doble oficio que tiene extendido sobre la mesa.

<<Media hora más señor>>, fulguraba de pronto como una estufa al pie de la sala, anónima la voz femenina que con una simple frase ya pretende erguirse como la protagonista de la noche pese al repentino nublado de cielo que su solo de ángeles se encarga de seducir así de prematura a la penumbra de la noche. Y es entonces la sola mirada del cliente en espera la que recorre el estrecho establecimiento tratando con una leve inclinación de cuerpo, alcanzar a ver ese número siete escondido entre las paredes de las cabinas apenas separadas por unas delgadas placas de madera y triplay, mientras un juego de cejas y hombros del encargado le da a entender que tiene que esperar otros diez minutos más obligándolo a volver la mirada a la calle con un tono ligeramente menor de afabilidad en el rostro.

Un repentino viento helado filtrado desde la ventana semi-abierta del vehículo pone en alerta el sentido de orientación de Jacinto justo cuando a lo lejos, resaltadas por la proximidad del vecino poblado, pueden ya divisarse las primeras sombras coposas de los árboles en ambas bandas laterales de la vía. Y frota sus manos el pasajero mientras retorna a la figura del pequeño balcón con su luz de neón visibilizando su aliento desde un ángulo aproximado de 15 grados a babor, guarecido ya tras la pared sur de su pequeño mirador, pretendiendo, en tanto trata de mitigar la frigidez de sus palmas, de embeberse insaciable de su propio aliento.

<<Pase nomás señor>>, vuelve a sentir Jacinto cual si tuviera sobre su hombro una vez mas aquella delgada voz femenina exponiendo sus sensaciones a pétalo de piel tras ese delicado toque de dedos sobre su espalda que lo toma desprevenido como un susurro escondido exponiendo en alerta al unísono sus sentidos, aunque, siempre fiel al principio de una solitariedad ecuánime firmada y sellada en pacto desde tiempos remotos con su voluntad y aquel carácter más bien huidizo: como entonces, apenas permite a sus ojos entregarse de nuevo a la sonrisa liberando apenas a su olfato desinhibido aquel desplegar inmenso de alas capaz de perturbar el más voraz de los cursos del viento. Cuando ya hay que exhalar el aire y abrir los ojos para no dejar que la última pizca de ensueño se extinga en el instante perdiéndose así total el encanto, la imagen de aquella delgada figura disipándose ya tras las barandas de la escalinata rumbo hacia el gran aluvión, vuelve a despertar una ligera sonrisa en el rostro de Jacinto encendiéndose con disimulo tras el cristal de la ventana; tan cálido como los finos guantes de lana de color negro que acomoda la silueta sobre sus delgadas manos llenando una vez más de calor la cruda noche; llevándose entre rasgados de acrílico y refriegues de goma, su aroma que junto a los compases lejanos de un final de canción sempiterna invaden un exagerado suspiro que a medio volver se atenúa presumido por algún por alguna mirada indiscreta. Y en medio de aquel suave tono anarcizado que como señuelo de una femineidad en plena vigencia hace del hondo suspiro que impulsa su abordaje en el viento, se envuelve el hombre entre la estela que todo mortal quisiera acompañe el final de sus días.

El frío que muerde azuzado por el viento vuelve a castigar el rostro de Jacinto ya con los pies sobre el único montículo de cemento en trescientos metros a la redonda sobre el descampado devolviendo cada imagen prestada a su debido contexto. Y es el olor a naturaleza el cual sumado a la tenue luz del paradero y la negritud de una noche tan pura, los que toman posesión de una realidad que se asienta en medio del silencio que crece tras el ruido del motor del bus que ya se aleja. Y es también cuando, aquel pasadizo de casi doscientos metros que lo separan de casa desde la autopista central, le parecen lo más apacible de toda la noche recorrida, abriéndose paso entre conciertos incesantes de cantos y danzas de silencio sobre un haz de la linterna de mano que se mece al compás de los gruñidos de los dos canes que le dan la bienvenida apenas sentida su presencia; flanqueados de aromas a tiernos eucaliptos y cantos de cigarra; todos agasajando su llegada con una sola imagen viva del dulce hogar y su penetrante aroma a leño estremeciéndolo de solo pensar en ese calor traspasando los puntos “v” de su chompa de lana en plena sala.

Ad portas ya de las rejas de la gran villa, junto a la azucena sola que pese a la sombra post otoñal acaba de desplegar pétalos al pie del puente que la separa del camino, son los agudos ladridos de los dos pastores que se hacen cada vez más escandalosos y plenos de sinceridad, los que junto a un rayo de luz reflejado desde las aguas del canal de regadío hacen que Jacinto desvíe de pronto la mirada hacia el manuscrito que enrollado lleva consigo en su siniestra. Y sonríe, una vez más mientras la lumbre de la linterna tiene ahora enfocada a totalidad el título y el seudónimo que firma aquel emplazamiento a la impopularidad contenido el un juego de páginas que hoy más que nunca le parece más auténtico y acaso tan leal como es el ladrido del amigo fiel. “¡A que no votas por mí!”, relee casi murmurando.

<<¡Pedigrí!, como no haberlo imaginado>>, exclama prolongando esta vez más la sonrisa en su rostro, mientras, entre el trajinar desordenado de patas y jadeos que casi, casi le impiden caminar, y el polvo levantado que va quedando atrás, una doble hilera de frutales en plena sazón se abre paso en medio de otro largo pasadizo, esta vez de unos cien metros de longitud hasta la estancia principal del huerto que hoy se hace más visible que nunca tenuemente iluminado por unos esporádicos bulbos azules que cercanos a los tres metros de altura sobre unos postes plantados al azar, reflejan las sombras de los lúcumos y chirimoyos más antiguos y fructuosos sobre el empedrado.

Y es inútil dejar pasar inadvertido allá arriba en el techo de la casa, el tenue reflejo del resplandor del pueblo próximo dibujando los contornos lisos del panel solar que luego de tantos aplazamientos acababa por fin de ser instalado ya.

Ingreso: Noviembre 25 de 2010

“Es casi el mes de septiembre y en el ambiente de finales de invierno, de bermas y jardines anunciando al quiebre de la opaca cubierta de smog y moho por los precoces retoños de temporada, el pronto retorno del intenso de colores y aromas; en algún lugar de la gran ciudad, mientras alguna reina todavía vigente ensaya sigilosa la más fingida de sus sonrisas frente al espejo en tanto acomoda por enésima vez su corona en su frente : todo parece probable para una provinciana que aún no han tenido tiempo de afianzar el guardarropa con la ligereza de espesor y amplitud que exigen los cánones del encanto femenino hoy, excepto, no pasar desapercibida al común de ojos masculinos que ya bogan en medio de ese mar tempestuoso de hormonas apenas desatado…”, diría el párrafo primero de la historia apenas naciente, si lograra rebatir aquel comienzo de hilado en tinta y celulosa que sin haber terminado de hilvanar siquiera su extremo germinal a la imagen difusa que se gesta, ya avanzada la noche, pareciera condenada a hacerse nudos y a diluirse en medio de ese frío circunstancial de madrugada que arremete.

Lo que apenas dos días atrás hubiese significado un vuelco total hacia un personaje tan carismático y disímil como el que con lozana sumisión pero gran firmeza a la vez iba tomando posesión de la mente de Jacinto intentando de una vez por todas dar forma al paisaje que habría de determinar los umbrales de su mundo; privativo e imperturbable como la propia obsesión con la que parece aferrarse al boceto: hoy, en plena sincronía de sensibilidades con su creador, sus ojos grandes y redondos ensayan la primera seña de tristeza en su semblante apenas confrontado el frío fáctico de una realidad circunstancial más inhóspita de la esperada que la relega, y por más que se ufane Jacinto no logra disimular, superponiéndose con su dosis de mortificación sobre cada frase abstraída hasta hacerla empozar literalmente entre los cuadrantes del papel en blanco.

Y aquel opaco clip que acaso simulando el abrazo tierno de oso de felpa, contagiado por la repentina lluvia de feronomas que ha invadido la casa, relajaba la firmeza de su estrecho sobre el manojo de hojas dejado al azar en la mesa del comedor: cobra vida de pronto haciéndose perceptible y vital en la mente de Jacinto a medida que crece en consideración el mensaje que abrigan sus hojas; un tanto especulativo tal vez como todo inicio de historia, pero exigente y rotundamente privativo como el carácter mismo que la diva de la dulce mirada pretendía imponer aun desde el propio útero virtual.

La lobreguez del ambiente en el que se halla sumido el comedor invadido de pronto por lo más ecuánime del imaginario de Jacinto la hace propicia para la otra trama que atestada de impúdicas realidades, sumisiones y amnesias clandestinas se insinúa en aquel cuestionario de preguntas y respuestas irrumpido de pronto en su diario acontecer. Entonces, aquel rasgo puntual y concreto casi tan próximo al anhelo mismo de sus evocaciones mas íntimas_ tal vez por ello más absurdas_, termina de imponer condiciones por sobre los siempre dóciles esbozos de un mundo ilusorio como el suyo, más bien cálido y reconfortante; si bien colindantemente análogo a su hado desentrañado, en rumbo y trayectoria: sin esa luz cegadora sin embargo, tan exuberante, impertinente y sin la más mínima intención de integrarse en cualquier atmósfera convencional, lo que la hace plausible de enfocar todos los sentidos en un solo horizonte a la espera del eco inevitable que habrá de diseminarse lozano y adverso a toda búsqueda de epicentros u hormas de silueta.

“Es época de primavera y época de candidatas y de reinas también y no hay tiempo para provincianas que, recién arribadas a la gran urbe, no han tenido tiempo aún de afianzar su encanto…”, acotaría una vez más el texto sin esconder la desazón de sus blancos relieves postergados en tanto deba envolverse en sus noches de invierno por algún corto tiempo más.

Solo una eventualidad tan estridente como la recién comparecida, sería capaz de sofocar y desvanecer aunque sea sólo circunstancialmente un sonido colindante en curso tan melodioso como el que en forma de susurro, apenas logrado centrar su atención, debe atenuarse en considerada aquiescencia “...como se esfuma el sonido agitado de pasos de los cientos de estudiantes que al subir de cada mañana por las escaleras del pequeño edificio rumbo a su tercer y cuarto nivel, ignoran por modesta hasta casi hacerla invisible, la mirada disimulada de aquel par de ojitos solitarios que en redundante y tal vez fingido último retoque de algún tema inconcluso en su libreta de notas, espera, sin poder esconder una ansiedad muy mal disimulada, de ver pasar a esa sola persona que habrá de colmar su mañana y quien sabe ser el aire que le permita un día más de precaria plenitud; de hondos respiros o de simples y meticulosos latidos de pecho en medio de un rosario de iniciales palabras docentes, por esta vez sin sentido”.

Pero así el sol no sea del todo de fiar en esta segunda mitad de agosto, es tan refulgente el brillo primaveral que trae consigo la historia, que aun arropada como se halla ya dentro del viejo cajón de madera del escritorio, en un último artilugio de su poder seductor todavía impregnado de sus imágenes en el ambiente, toma a Jacinto por la muñeca y lo obliga a blandir la pluma por primera vez en lo que va de la noche, forzándole a plasmar aquel inicio de historia con el cual se prometa a si mismo a pronto concederle el tiempo merecido.

No será la primera vez que se lleve en la estancia más de una historia en curso, y ésta, plena de fortalezas distintas hasta del simple parpadear de ojos bajo la remozada luz blanca que ha desapercibido cada tono amarillento de las paredes del estudio_ incluido aquel intenso olor a bencina acumulado entre sus penumbrosos recodos _, si bien dócil ante la firmeza de aquel nuevo alegato que ha logrado relegarla a un segundo plano junto con el candil, su media luz; el anonimato y la rusticidad de anteriores personajes: saberse distante a su enunciado apenas en la forma, la conforta y afianza más su estado expectante en aquel pequeño ático adonde se desvelan las más queridas imágenes nocturnas de un forjador de semblanzas tan de confianza como Jacinto.

“…Y la gruesa chompa de alpaca babe_ continúa ya más seguro de sí, el párrafo_, si bien se asienta de maravilla entre las finas facciones de su espigada figura, tan al natural que aún no ha aprendido de torturas dietéticas ni de maquillajes estériles, será siempre un punto ciego en la elección de prioridades del ojo masculino tan proclive de ser llevado del mentón por la obviedad y la habitualidad implantada por el señorío de la imagen. Apenas con las pestañas ligeramente rizadas pero con una rara belleza que cualquiera que pusiese verdadera atención en sus finos rasgos se sintiese inevitablemente, no solo transportado imaginariamente al París de finales de los 70s, sino casi, casi sintiéndose protagonista de las trazas escenográficas de quizás la más taquillera de sus historias filmográfica. Tal vez por eso pase desapercibida entre una nube de ojos más bien acostumbrados a prototipos más acordes con el glamur de las pasarelas y el celuloide importado por las pantallas de Hollywood, lo suficientemente fastuosas para inhibir cualquier manifestación distintiva de juicio estético”.

Así, esta vez con un estribillo menos melodioso que pese a lo conciso y poco ostentoso de su elaboración se ha alzado triunfante en una justa contienda de prioridades, una vez más el amanecer toma por sorpresa a Jacinto sonando ya tan temprano, y oliendo, a marcha de banderas en lo que el considera la total antítesis de lo que en tiempos electorales suelen traernos los medios publicitarios, tanto visual como sonoramente, en su mayoría cargados de un alto grado de hipocresía y ciertamente audiencia propicia para su fermentación.

“Por favor no votes por mí”, parece ser el título más adecuado para una entrevista, si bien certera y racional en sus impugnaciones, no por ello menos canalla y deliberada cuando parece buscar un despertar de ebulliciones vesiculares allá donde las promesas, los buenos perfiles y las seductoras posturas, pasan menos desapercibidas que el contenido y la verdadera intencionalidad de los discursos, casi tan ostentosos como las propias frases que las prologan. Nada que no se haya dicho con anterioridad puede leerse entre la crítica y objeto de crítica de aquel grupillo de hojas que con apariencia a filatería de bajo rating contiene el cuestionario, sobre aquello que cual si del discurso aprendido de un niño cantor de micros se tratase se repite una y otra vez cada quinquenio, y lo que es peor, con unos oyentes in-presentes que cual si de marinos en los mares de Odiseo se tratasen, estuviesen condenados cada vez más a sucumbir que a luchar.

Es quien lo dice sin embargo y con una abierta intención provocadora la que lo hace interesante, antipática, y quien sabe hasta premonitoria. Es la voz silenciosa que se halla en algún lado de la red con su dosis de “buen juicio” y descarnado reproche, que si a unos cae como anillo al dedo, no necesariamente porque hayan conformado un grado de empatía estética con el sentido de su voz; a otros sabe a caucho quemado entre los dientes sin embargo, allá donde la formalidad y alguna que otra componenda es capaz de auto silenciar los verdaderos propósitos. Es la voz de los que no quieren oír; de los que prefieren desapercibir por inculta o algún grado ausente de exquisitez consonante; pero, quien sabe también de alguno que otro, o quizás muchos más de los merecidos que se sienten identificados con el sentido de la flecha que es al fin y al cabo el propósito de las luchas cuando son tales, y aunque suene presuntuoso decirlo, por todo ello, digno de asegurada audiencia.

Pero hablar de la red, de un mundo “on line” en el cual han sido quebradas literalmente las barreras del tiempo, es también hablar de lo más insospechado que podemos hallar flotando entre sus ondas eminentemente facultativas; de afinidades imposibles de hallarse ausentes en ese mar tan diverso de formas de pensar: como el mensaje que desde hace algún tiempo viene recibiendo Jacinto en su correo que lo llenan de emoción aunque sea solo una por vez.

<<La escritura no es como el deporte pues, adonde lo importante es participar>>, se dice cada vez que es sacado de sus rutinas por aquella sentencia con la cual su email parece esperarlo cada día dispuesta a romper con la odiosa paridad del silencio que para el que escribe siempre será un uno en contra que no le permita ese respirar tan hondo del punto a favor. Tal como lo hace ahora que vuelve a leer ese inicio de escrito en minúsculas y con los mismos sugerentes puntos suspensivos de siempre abriendo y cerrando comillas cual susurro de viento: “…cuando la idea encuentra la hebra del sonido, que importa cuan alejado o aislado se halle del más próximo oído. A falta de susurros que logren llenar los silencios optados, siempre estará el viento y sus ráfagas de penetrante pienso trayendo la voz que colme las aureolas de sus siempre entreabiertas eslavas…”

Hace ya buenos meses que la rutina de sus horas de escritura lo han llevado a elegir las cinco ante meridiano, cenit fastuoso de madrugadas, como hora favorita de descanso previo contemplar de aquel umbral de umbrales con el que cada mañana lo espera literalmente el cielo cuando ha vertido sus saldos de seda sobre las copas de los árboles y herbáceas de su huerto. Aires pulverizados de amanecer que tras horas de encierro visual a la luz artificial se convierten en el somnífero adecuado que en tanto adormece su mente, detiene por largos minutos su mirada prendada de las formas extrañamente fusionadas en azul de aquel pequeño óvalo de hortalizas y legumbres que rodean al viejo ciprés_ único recuerdo memorable del terreno baldío de diez años atrás_, luchando por expandir sus dominios al azar de las apocadas intensidades del sol y del viento de finales de otoño. Justo al pie de la escalera de madera que conduce al altillo con forma de torreón, desde donde en grupos compactos impresionantemente imitando a las formas geográficas de un globo terráqueo en pleno asentamiento orbital, se combinan los tonos apenas insinuando unas formas geométricas evadidas de toda forma convencional tal vez inspiradas y diseñadas al sereno de alguna madrugada Pollockiana perdida en el tiempo.

Las tres hileras de coliflores en plena y robusta plétora de follajes que atravesando la esfera justo en su lado ecuatorial, si bien apenas bosquejada por la simple mano de un hombre, dan desde el pequeño ático solitario la sensación de asistir a la más grande obra de arte tallada por la naturaleza capaz de ser visualizada solo por aquel que abriendo su mente en el más profundo bostezo del alma pretende sumirse en el mas reparador y profundo de los sueños. Abstracto desde cada núcleo de color que con vida propia refulge entre los cristalinos matinales de sus hojas azuzados por el azul artificial sobre el leñoso, las imágenes de paños subliminales se diseminan por cada rezago ganado en sus lados adyacentes encantando en cada segundo de mutación cromática, cada mirada onírica o seudo onírica de esas horas mágicas del despertar del día.

A esa misma hora, quizás atraído por similar manifestación visual, como el rótulo silencioso de un tic tac orgánico no tarda en aparecer la figura de Eliseo que cual si pretendiera tomar la posta vigilante de ese breve periodo de vulnerabilidad fascinadora del jardín, sale a fumar su acostumbrado cigarrillo a la puerta de su pequeña estancia. No lo ha visto anoche a su llegada Jacinto, como otras noches al pie de su ventana a la luz de la lámpara y con su acostumbrada mirada fija, silente, apenas levantando la mano o asintiendo la cabeza en son de saludo. Hoy mismo es apenas el humo que se eleva en medio del haz de luz azul sobre el tejado el que delata su presencia, más atenuada que otras madrugadas por la sombra que coincidentemente el techado a media agua, construido muy al estilo de los aleros serranos, ha extendido sobre el perímetro del aposento.

<<Cuanta miseria humana pululando las calles sin historia>>, se dice Jacinto recordando la noche en que solícitamente se le acercara el viejo Eliseo ofreciéndole su compañía desde la carretera hasta el solar cuando todavía con el terreno apenas cercado de ladrillos, era todo inseguro, a cambio de una propinita que para el momento pleno de desamparo y soledad, resultaran una ganga compartida. Monedas que como su cada vez más penetrante aliento a alcohol, se fueron convirtiendo en costumbre con el paso de los días y de las semanas hasta el día en que Jacinto hallándole fortuitamente durmiendo la mona a plena luz del día le propusiera ayudarle con el riego de las plantas que el clima cálido y una vena repentina de crecimiento masivo obligaba a una mayor frecuencia de riego. Cual sería su sorpresa cuando éste sacara a relucir unas dotes de jardinero escondidas en medio de la depauperación y el abandono de unos envoltorios no siempre elocuentes que así con un meticuloso moldeado del huerto rehacía su propia historia remontándola más allá de su pordiosera noche estigmática, pero sobretodo, exponiendo a flor de piel aquel sentimiento de atrición que a sus setenta y tantos años le pesaban cual el mundo y sus crueles filos de escarpa a sus espaldas.

Y vaya si la vida da revanchas. El viejo fue oportuno al asirse a la única saliente sobre el acantilado; porfió y gano. Hoy tiene algunos animales menores junto a su mujer quien sin saberse de donde apareció también como un fantasma, en silencio, como ocurren muchos de los eventos importantes en el huerto, apenas acompañados del insistente gorjeo de alguna paloma forastera de paso, o el zumbido de algún abejorro solitario ensayando el preludio de una sinfonía al silencio; siempre intentando despertar cada rezago distante de conciencia en el alma, que en el caso suyo, quien sabe sea la balsa que los conduzca al remanso de su atardecer. Si bien rememorando viejos tiempos de vez en cuando la añeja pareja se toma todavía sus copas, ambos sin embargo son capaces ya de discriminar sus actos yéndose en silencio a descansar a su cuarto, sin líos entre ellos como solían hacerlo antes en pleno periodo de afirmación y valoración de ventajas todavía inciertas.

Pero también el huerto, la casa y la propia vida opaca de sus rutinas renacerían con su presencia en aquel pequeño connato de purgatorio de grises paredes de ladrillo, las cuales, invadidas adrede por el cacto y la retama sembrados a lo largo de todo su perímetro en tanto tejen sus tramas a manera de cálida bufanda, a la par que obligaban a una reconsideración de sus propias técnicas de crecimiento, van creando el más grande proceso metamórfico sufrido por naturaleza inerte alguna sobre la tierra, dando inicio a un irreversible periodo híbrido de mutación que al émulo de la flor ya marchita, el fruto, el albumen y el mesocarpio, renuevan desde la piel todo ciclo de vida en el interior del huerto. Los escasos comensales de la casa también se ven beneficiados con las carnes y sus derivados los cuales se suman en ritmo progresivo al de verduras y frutos del huerto; las propias plantas ganan en sustento orgánico, hoy con un guano imponiéndose cada vez más junto con el compost sobre el uso de abonos sintéticos.

Un largo bostezo le recuerda a Jacinto el par de horas de sueño que le falta completar, es sábado y ganas no le faltan de echarse a dormir con sus plantas a media luz susurrándole las mañanitas a ritmo de arrullo.

<<Pero es sábado_ se recuerda_, y un par de horas de sueño no pueden echar a perder un momento tan pleno de magia como este primer amanecer límpidamente iluminado por el eco extendido del sol y sus rayos vivificantes. De que sirve el solo regocijo visual si no interactuamos con un acontecimiento que no habrá de presentarse dos veces en la vida>>, acota mientras ensimisma una vez más su mirada en el azul del huerto.

<<Si hiciéramos un tentativo balance entre las piezas ausentes del rompecabezas de un día de pleno sol extendido en la noche sobre el follaje como los rayos fotovoltaicos que parecen agotarse ya a la par del clareo azulado del día asoma_ se pregunta_, ¿No hallaríamos, al menos metafóricamente, en la renovación de nutrientes el complemento más adecuado capaz de fundir en uno solo, tanto a hombre y planta, con el día y la noche? ¿Si tanto fotosíntesis como absorción radicular causantes directos de aquel verdeo que tanto encandila las almas humanas lograran romper con ese estigma de incompatibilidad entre el día y la noche, y tan próximos ya de la estación primaveral?>>.

Y llaman con tal fuerza las plantas envueltas como están en ese nuevo tono azul insinuante de los dos cabos opuestos de sol que al arrullo del más profundo olor de azahares se encuentran y juntos penetran por vez primera por la ventana, que, lampa en mano sale el nocherniego a dar inicio por anticipado a la temporada de abono.

El frío de una noche que cesa despeja los últimos rezagos de somnolencia en el rostro de Jacinto quien recostado ya entre las vertientes de dos raíces sobresalientes del viejo ciprés y sintiéndose uno más entre las plantas, enfunda sus ropas en un viejo mameluco a la sombra del eclipse azul bajo el añejo. Como un fantasma y todavía con el mismo humeante cigarro suspendido entre sus labios, vuelve a entrar en escena Eliseo adelantándose como siempre a la acción cual si de una extensión mecánico-mental del propio Jacinto se tratase, con sus tres distintas bolsas de abono sostenidas entre sus brazos y axilas y una mirada enigmática en el rostro más expresiva que las propias palabras que nunca dice. Es casi primavera y hay que reforzar los tres elementos: si bien el verde pretende avasallar a partir de una por ahora evocada mirada, hay plantas desnudas como los duraznos y chirimoyos prestos a florecer al menor estímulo que, a la par de aquel desborde clorofílico en curso, el penetrante olor a pescado que emana de una de las bolsas deshonrando los suaves aromas a narciso que rodean al cincuentenario, se tornan en el más anhelado manjar no solo avizorado por las plantas, sino también por un sinnúmero de colonias simbióticas de insectos que ya alistan un pronto retorno no por todos anhelado.


Ingreso: Enero 16 de 2011

Hace ya algunos días atrás, y 180 grados contrario a ese devenir rutinario que le exige apenas el tiempo de conexión suficiente para la descarga y edición de archivos en la red, que lo primero que hace Jacinto al dar inicio a su tarea diaria es revisar su correo, casi inútil hasta entonces como lo es todavía cualquier otra herramienta que no sea apenas un bloc adonde tomar notas y publicar historias; más que por inutilidad de aquellas que tanta asiduidad despierta entre los cibernautas de hoy y su desmedida avidez por socializar, por alguna pretendida indispensabilidad que no termina de colmarlo.

Hoy, como espera cada vez, y peligrosamente tornándose en una suerte de juegos de anonimatos cada vez menos incidentales y anecdóticos, está esa especie de encabezado con estructura de ‘asunto’ dando inicio al mensaje, un tanto más largo que el tradicional y todavía siendo causa de alguna secuela escalofriantica en cada lectura. Siempre con aquellos puntos suspensivos con los que la respiración parece tomarse una pausa de apenas segundos en tanto mente y letra cavilan el párrafo siguiente; entre aquellas minúsculas con las que si bien austeras se tejen las primeras palabras, imponentes se concatenan y expanden como los botones de una enredadera en medio de un armonizado respirar profundo de alientos; entre aquellas imágenes sugestivas que habiendo logrado transmutar el eco de su aroma en coloquio de lecturas pre-morfenianas: ya con las corolas desplegadas incitando al abrazo profundo, logren un solo entrelazado de ideas que en aquel lado de lecho tan proclive al filtrado de cuadros a ritmo de celuloide, solo quede pernoctar en tanto una dosis de frívola especulación condiciona sus matices al sueño.

“… me parece bien lo de la entrevista…”, dice el mensaje de hoy explorando el tema de la víspera cual si alguna faceta telepática peligrosamente compartida comenzara a establecer predominio en aquella débil consonancia que a leguas exuda una determinación y fluidez tan poco usual en un mundo delimitado por el 'anatomismo' y el 'condicionismo' de las lealtades.

Es tan atípico el nexo entablado_ por ahora apenas causa de una curiosidad creciente_, más que por la forma, tan “ciberespaciana”, llena de misterios, incógnitas y atavíos: por ese fondo tan confluente de representaciones que parecen haber dotado a sus ojos, resignados ya a actuar también de buena fe, de una nueva y veloz función apenas activada por el toque de su intuición. Cual satélites rastreadores apremiados por la irrupción de alguna estrella fugaz en las inmediaciones de su dominio elíptico, sus ojos son instados a recorrer raudamente cada confín que le permite su mirada cada vez que cegados por algún resplandor fortuito de alguna estela huidiza convierten su huella silenciosa en canto melodioso sin que cada vez sea suficiente la luminosidad menguante de sus horas vespertinas en una búsqueda que, aunque teórica esta vez, la propia resplandescencia de aquel halo cósmico la reanudará atrapada como se halle ya, y holgada, en medio de un ecrán de la noche dueño de su propio campo espectral.

<<Probablemente esté sondeando, o alardeando de una capacidad mental lectora que yo con tanto intentarlo no he logrado_ dice haciendo alusión a una habilidad transmisora incipiente que le atañe_, transponiendo fronteras más allá del intuitivo mensaje empático en el psiquis, o de aquel siempre halagüeño murmullo sutil de pieles uni-direccional tan inconsecuente si, como a aquel tan inasequible desentrañar de conceptos de alguna mente seudo leyente, le fuera administrado el mensaje al sujeto incorrecto>>, añade Jacinto tratando de hallar una respuesta benigna a su inquietud.

“… pero no dejes pasar un solo argumento, así, si no causa impacto por el mensaje en sí, que al menos quede tu sello en la exclusividad…”, acota el texto que finalmente le hace sonreír pues, acaba de descubrir la brecha lacrada que esperaba encontrar en aquel pretendido usufructo compartido de mentes que le devuelve las riendas de una historia que está seguro basa su teje de urdiembres en un alto grado de presunción y por más que lo sintiera totalmente benigno_ y lo que es más estremecedor aun, tan afín a su ‘amica veritas’ pensante y al menos intuitivamente, también a la tan atípica usanza de su ‘modus vivendi’, en implícito_, siempre sería, en tanto no ocurriera alguna dosis de certeza que le hiciera pensar lo contrario, la frecuencia de un ente invasor por ahora apenas risueñamente utilitario.

Todavía recuerda el día en que llegó por primera vez a la capital. Su encuentro petrificante con la red; una ansiedad largamente guardada por conocerla, abochornada mucho antes de hacerlo con el propio océano y sus incandescentes arenas sedientas de un agua que aunque por razones distintas hasta hoy le mantienen a prudente distancia. Ansiedad que en poco tiempo cedería a los cantos rivereños de una tecnología que apenas empezaba a descubrir.

Sus primeras lecturas de algunos blogs interesantes si bien lo atrapaban zambulléndolo a ritmo regresivo entre sus temas hasta perder el hilo del tiempo; sus enormes contadores sin embargo, que hacen cada vez más y más explícita una pompa que empieza a detestar cuando señalan el número de visitante del día o dejan grabado algún ostentoso remanente acumulado de estos, solo terminarían por consolidar sus marcadas abstinencias. Aquel inmenso laberinto de chateadores, increíblemente siguiendo el hilo lingüístico de las calles cual si en un enorme parque público hubiesen sido tragados por la pantalla o algún micrófono escondido registrara y codificara sus conversaciones casuales en los más transitados jirones del planeta, solo lo abrumaban, enardeciendo en la mudez de su soledad un bullicio que aun callado lo atosiga como el tumulto a la liebre. Sin sorderas y sin paraguas en medio de dos mundos excluyentes llenos de reglas y estigmas completamente incompatibles con su carácter huidizo: inaccesible a los temas y al lenguaje con el que pretenden expresarse y logran contacto los demás, su hado se alzaría firme sin embargo desde una perspectiva más sustentable y menos proselitista y condicionante que solo el anonimato podía conceder.

Ya menos reacio a los medios de expresión que proliferan y multiplican su funcionalidad a medida que la tecnología afina su desempeño; y a sus herramientas de acentuación y resonancia adonde sus historias parecen haber hallado al fin un camino más bien balsámico del estrés y de sus consecuencias que plantea un diario devenir tan infausto cuando el peso de la indolencia muy bien morigerada por un no mirar atrás ni a los costados parece ir ganando terreno en su propósito de exorcizar toda sensibilidad del alma humana: su blog, aunque todavía experimental pero no por ello apenas optativo o de solo reconocimiento_ su versatilidad y asiduidad de uso como complemento unificador de sus contenidos así lo demuestra_, dará a conocer por primera vez una temática que acaso impacte de manera distinta a sus seguidores y no sabe como habrán de responder, sus “inermes cazadores de ilusiones” como el los llama.

No es lo usual, más, a pesar de su descarnado e impopular mensaje, el sentido de su interpretación y búsqueda es el mismo, y tal como a el lo atrapara a la primera lectura, también espera que en ellos despierte ese gesto de reciprocidad que como en la teoría, haga prevalecer en ese lado consciente del ser humano_ algo atrofiado en gran parte por su abdicación a un segmento importante de su carácter imaginativo y deliberativo que el consumismo muy convenientemente alienta_, aquel mundo hogar iconográfico que en lo más profundo de su singularidad no solo es capaz de inspirar la pervivencia, el amparo y el bienestar del diario devenir, sino de hallar también en lo más distante y opuesto de nuestras antonimias, junto con ese carácter siempre re-considerativo que los lazos de consanguineidad históricos inculcan: aquella senda extraviada que en lo más recóndito del divagar humano será siempre un perseverante aviso de retorno, aunque sea en solitario_ que mayor paso para el ser humano, que decidir en solitario_, hacia un principio tan entrañable y absolutorio como el de la propia existencia cuando evocada a partir de aquella disyuntiva tan excluida por la obviedad de nuestro muy mundano quehacer humano: la vida desde la perspectiva del intelecto y la afectividad no intuitiva de la especie.

El lenguaje sin embargo, y la misma dureza y énfasis de sus definiciones, más que a las de un destructor de coartadas se parecen tanto a las del anárquico y “desestabilizador” tan pertinente del idioma conservador que en el nervio más amainado de su ímpetu transformacional_ más que a alguna ligera alteración de la intocabilidad de su estatus esencial_, aspira a que los males pernocten junto con una supuesta estabilidad que no es otra cosa que aquella bomba de tiempo nunca activada a la cual solo la in-vergüenza es y será capaz de sosegar. Algo que, como es natural, seguramente incomodará y pondrá en entredicho las afiliaciones prestadas, pero como en todo ambiente influido por la relatividad, será capaz también de renovar simpatías, quizás ajenas o hasta entonces inciertas o irresolutas.

“…la vida es una sucesión de infidelidades que como la brisa del amanecer nos despierta en cada confirmar de nuestras convicciones y credulidades_ sigue el mensaje_. Ellas, aunque inadvertidas de su propia presencia en medio de una atmósfera humana saturada de emociones: sea por escepticismo, sea por impráctica, tarde o temprano nos pondrán a merced del ineludible reino del amor, del cual el odio, la envidia y aun la indiferencia y la propia locura forman también parte.

Cual fenómenos atmosféricos de irremediable y abrupta concurrencia, una sucesión de encuentros y desencuentros asolarán en el trayecto a aquel nuevo orden esencial de cosas sublime alimentando su fortaleza y fraguando su carácter en medio de cuyas tramas aun el más abominable narcisista será capaz de tejer su propia historia al amparo de aquel carácter neutral y pedagógico que aún en lo punitivo prefiere cautivar antes que aprehender, y callar antes que enrostrar alguna asimetría inhibida por la mirada miope de la presunción.

Una traición no necesariamente se da en un contexto de extemporaneidad del hecho consumado. El no llevar a cabo tan solo un detalle tenido en mente, sea un espíritu romántico o simple ardid calculador el que lo moviera, es ya una traición sin poco importar entonces la inocuidad del hecho no consumado; y si el amor sublimado al cual rige la entrega, no tiene ni injerencia ni reparo en la tan mentada frialdad de mente del acto planificado, es obvio que el riesgo aun existiendo dentro de ese matiz antidemocrático tan relevado por el abolicionismo, nunca será un óbice para la consecución de las tareas incondicionalmente asignadas.

El amor elevado si bien incluyente, terco hasta la saciedad en su a veces excesivamente ingenua búsqueda de caminos de atrición que separen el concepto de la parlanchina alocución proscenial, tiene también en el avatar de su zigzagueante desliz purificador aquella acción restauradora del anticuerpo que entre la paja y el tamiz, con la misma fuerza demoledora con la que una vez discriminara la pureza de tan noble alimento, será capaz también de hallar el camino de vuelta al silo de algún grano rezagado de rebosante trigo, pues si bien es el amor sentimiento del mismo reino del odio, la envidia y la locura, no lo impulsa sin embargo el rencor, menos es mecido por alguna acción discriminadora y sistémica tan omnipresente aunque solo sea como espada desenvainada cuando ausente…”.

Y es inevitable que los recuerdos fluyan como aguas de mar alistando el grito que en medio del constante ir y venir de olas quisieran plasmar en relato contra la roca; tejiendo sus propias historias de hazañas y de naufragios o dándole voz a algún pedido de auxilio prescrito entre las paredes de algún pico de botella que con el corcho todavía incólume se meza a pocos metros de la orilla.

La misma fogata de siempre, las mismas manos avejentadas embebiéndose del calor de las lenguas de fuego, excepto, aquel repentino pellizco de calidez que ha acentuado los tonos intensos de ese espectro quimérico que, pretendiéndose plasmado en imagen entre las charcas del río ido, blasfema de su irracionalidad bajo el techado del viejo puente abrumado por un misterioso impulso de voluntad que lo mantiene encendido y deslumbrado logrando enternecer desde su tenue amarillo aun a sus laderas sombrías, pero, enardeciendo a su vez junto al petróleo y el viejo saco de cuarto uso que le sirve de mecha, una inminente irrupción agreste de un frío nocturno que en lo que queda de la noche, junto con sus incondicionales olor a chamusco y denso humo entonces reinantes, reanimará desde las propias entrañas de la agrura, aquella dipsomanía despiadada que por algunas pocas horas las brasas encendidas y alguna inusual presencia inspiradora mantuvieran atenuada sin el viscoso sudor del mano en mano haciendo evidente una tersura perdida en el torso de la mugrienta botella que fuera ya de su radio de incidencia, por ahora apenas reposa de lado.

Acto de desnudez se dice, que solo es capaz de revelarse al candor de la inadvertida espontaneidad que aunque solo sea fugaz, será siempre el más puro acto de atrición y enmienda que entrelazados como estandarte algún reino perdido en anhelo endémico pudiera poner en lo más vislumbrado de su cénit ante la vista desolada de la pusilanimidad, la mendacidad y la procacidad, ya con las caretas exentas. Enmienda que casi nunca re-aprende a caminar sola cuando despertada por aquella sonora bofetada del amor capaz de desnudar lo más recóndito de la fraternidad humana, expone a flor en piel sobre aquel grueso caparazón de la indiferencia, entonces quebrado, el grado suficiente de conciencia que en la última tanda de suspiros sirva apenas para un evitar de espinas tan idílico como la propia apacibilidad de la nada.

Si bien la escena parece tan corriente de aquellas sub urbes de noches informales distantes a años luz de aquella plenitud lumínica de los grandes jirones repletos de trajín y desbocada glotonería mercantilista que a la par de las sicodélicas luces de sus escaparates puja y respira exento de remordimientos: es esta vez apenas una gran lata vacía de aceite, la que_ haciendo las veces de perol a manos de Emiliana y exquisitamente emanando aromas casi extintos entre las papilas olfativas de los convidados_, perpetra la diferencia y desata el milagro callejero que quien sabe sea, no obstante su imperceptibilidad en el negror inconmensurable, el grado de desviación de bitácora que necesita aquel gentío informal que apenas en el preludio de un largo nocturno, no profiere infundios, no vocifera ni se envenena con el licor barato para alcanzar su orilla: aunque cueste creerlo_ asistidos por algún grado escondido de afinidad que su sobriedad rescata_, cantan villancicos alrededor de la gran fogata a la voz de Eliseo, indiferentes totalmente de aquel in-crecente grupo de niños de las cercanías que arremolinados en torno de los aromas festivos que emanan del redondel, sin poder creer lo que sus ojos ven, ríen y se regodean a rabiar.

La irrupción en volumen alto de algún fanático setentero con la siempre emblemática “Yesterday” que el inmutable “flaco” del establecimiento se encarga de acallar raudamente, despierta del leve cabeceo en el que ha caído Jacinto devolviéndolo de bruces una vez más contra aquella frase justo al instante que el salvapantalla la desvanecía. “A que no votas por mí”, reza aún el título provisional que con un súbito movimiento de ratón vuelve a poner ante sus ojos, dejándolo con la mirada fija en la pantalla del computador mientras sus dedos hojean el grupo de papeles que todavía sin editar contienen los detalles de un extenso cuestionario que publicará pronto en su blog, y ante una indagación muy disimulada, con su silencio el propio entrevistado abriera la posibilidad de una segunda parte.

“Da la impresión de que lo que Ud. buscara fuese totalmente opuesto a lo que cualquier candidato pretende despertar en el elector. Afinidad, simpatía…”, era la primera pregunta que luego de profundos respiros producto de alguna inesperada amnesia interfiriendo en el orden de preguntas previsto expusiera Jacinto a su entrevistado. Adversa completamente a todo lo practicado con anterioridad algo intimidado por la fama escrupulosa y adusta que se había tejido de este personaje que hasta en lo más trivial y no por ello menos abundante de sus murmuradores más explícitos se decía era causa de una suerte de “efecto ventriloquia” masivo, tan incuestionable como la salud del paciente vista desde el punto de vista del esquizofrénico.

El rostro del entrevistado solo denotaba sin embargo, sencillez y anuencia muy a pesar de que era claro que la pregunta lo incomodaba y de que con esa mirada profunda a los ojos cual si quisiera estrujar el extremo más apartado del nervio óptico de su interlocutor, buscara en ese juego de parpadeos que provoca, establecer los verdaderos límites e intensidades del diálogo en implícito. También para él era la primera vez que tenía a alguien de carne y hueso frente a sí, es más, se diría que era la primera vez que entablaba contacto directo con ese otro lado de la web con quienes si algún vínculo habían cultivado era de mutuos escucha. “Pedigrí” es su seudónimo, quizás haciendo alusión a ese rasgo de absoluta lealtad para con un único fiel amigo a quien prepondera y engríe: sus ideas.

Ideas a prueba de demagogias y de acomodos circunstanciales que dan a sus detractores en la yema del gusto cuando el despecho o algún otro in-sentimiento halla en su lado más despectivo, el ángulo más denigrativo del término, pero que, hurgando el flanco más irónico de la expresión, haya en el fondo quizás todo un mensaje reivindicatorio hacia esa relación mantenida a partir de la óptica del canino respecto de su amo así fuera este el ser éticamente más grotesco del mundo: la lealtad, aquella otra cara de la moneda al maltrato despiadado o a la ingratitud confundida con heredad y retribución de los que no teniendo ‘corazón’ para abandonarlos a su suerte, sin alimento y sin abrigo, son sin embargo capaces_ esta vez sí con mucha sangre salpicada en el rostro_, de pretenderlos arcilla con los cuales moldearlos tan deformes a la imagen y semejanza de sus propias almas.

<>, se oye de pronto decir al flaco Benito, con su voz ronca que sabe a caramelo belladona cuando parece escoger el momento de silencio más hondo para prorrumpir en la sala.

<<Son las siete_ se dice Jacinto_ y con escasos minutos para tomar en expreso de 7:15>>. Un leve escalofrío lo sacude mientras extrae las dos monedas de sus bolsillos. Hay una imagen difusa que como una hebra ha quedado pendiente en su subconsciente atrapada en las paredes ulteriores de su reciente despertar. Son tan vivos los colores que todavía pernoctan en su mente alzándose candentes como el óleo sobre el lienzo de la noche y un fondo tan afín a los paisajes de sus itinerarios nocturnos de vuelta a casa, que una urgente necesidad por corroborar esas imágenes tan poco usuales lo hacen abandonar de prisa el establecimiento. La imagen de Eliseo pala en mano y ya con los rayos del sol obligándolo a deshacerse del grueso saco mientras pasa un pañuelo por su frente desvanecen momentáneamente aquellos persistentes matices de su mente mientras un tentativo desfile de canciones sin comienzo ni final es señal que ya escoge compañía su alma en tanto afinan los tímpanos sus oídos.

En casa ya, y mientras saluda a la pareja de ancianos que parecen esperarlo al pie de su ventana, el momento parece dar respuesta a la hesitación de Jacinto aunque sin ser lo suficientemente categórico para dejar de cuestionarse en silencio.

<<Justo ahora tenía que quedarme dormido>>, se dice, mientras el último reflejo de los faros del articulado que en su tramo final hacia el pueblo ha dado la última curva en espiral sobre la loma, se mezcla con el sobresalto en medio del cual tuviera que apearse del bus en el último segundo de parada.

Solo el ruido del motor lentamente apabullado por el regocijo de los canes y aquel profuso olor al guisado que Emiliana con una sonrisa a lo Monalisa pretende con no poca modestia asumir culpabilidad, son solo el preludio de aquel ajetreo silencioso de una noche que por estos lares apenas si empieza a burbujear… Continuará…