(Páginas: del 1 al 7)
BRISA“Atrapados en la plenitud de la noche, cuando diéramos todo porque aquel amanecer evocado reflejado en ese rayo primigenio y dorado de nuestras esperanzas que en la cúspide de la promesa más sincera nos mostrara al fin –en un atravesar sereno de cortinas floreadas–, aquellos incontables caminos que nuestros miedos más espantosos hicieran invisibles en el punto más vehemente de todas nuestras destrezas amainadas: Una vez más, como la víspera, y todas las vísperas de nuestras mañanas crepusculares, serán la fascinación, la obstinación y la resignación las que hagan de cada final de plegaria transigido, una nueva promesa, apenas comenzado a refulgir sus destellos dorados los cientos de aldabas soslayadas por nuestra posesa mirada”.
Capítulo 1:
“4 estaciones”
Zona florídea
Septiembre
del año 2020 en la región administrativa de Aracatuba, Estado de Sao Paulo, Brasil. Apenas a diez
años de haberse iniciado la incorporación de los primeros buses abastecidos a
hidrógeno en el mayor sistema híbrido de transporte metropolitano de Brasil, no
solo la comunidad ecológica de este país, sede del “Primer Congreso Mundial del
Hidrógeno como medio de Locomoción Autónomo”, vibra ante el lanzamiento oficial
de la primera flota de buses de transporte masivo de pasajeros con un sistema
de electrólisis incorporado en su sistema eléctrico, sino el mundo entero. Es de
tal trascendencia el evento que no pasa desapercibida en otras latitudes del
planeta, en especial entre los países adscritos a la Plataforma del Hidrógeno
de la Unión Europea –un equivalente al proyecto sudamericano liderado por
Naciones Unidas–, cuyas delegaciones oficiales se hacen presentes por primera vez recibidas y
ovacionadas amistosamente por bulliciosos grupos ecologistas a su salida del
aeropuerto en la ciudad de Aracatuba;
un verdadero carnaval del cual difícil será abstraerse aun por la propia Amanhecer, una pequeña ciudad a orillas del Tieté
con un número de calles troncales
que no suman más de siete y fuera elegida
sede del congreso.
Los
pueblos sudamericanos que se sienten
representados en este concierto
mundial por una lucha frontal contra la
deforestación y degradación de los suelos que de manera concertada ha cobrado
relevancia en la región en los últimos años gracias a una fortuita coincidencia
en el poder de los tan temidos gobernantes ‘verdes’,
tampoco se quedan atrás relevando en sus agendas el tema amazónico como fuente de la mayor reserva de agua dulce, oxígeno y especies de
flora y fauna del planeta. Si bien en ellos cobra relieve la oportunidad de
verse favorecidos con la implementación de la nueva tecnología en sus propios
sistemas de transporte metropolitano masivo de sus cada vez más populosas
ciudades, un profundo deseo por consolidar lo avanzado en el tema climático los
motiva a tomar la selva amazónica como distintivo de lucha en esa desigual confrontación
contra la contaminación en el mundo, y exponer dos papeles trascendentales: la
abstinencia a todo modelo de explotación de recursos extractivos de probado peligro para la subsistencia tanto de humedales como de sus colonias vivas, cada vez más asediadas por la deforestación
y la contaminación, sin descuidar claro
está, el ineludible papel
retributivo y restaurador de las
economías contaminantes.
Cual el
más voraz de los tiempos electorales –pero a diferencia suya también cuando se
oye respirar consenso y sinceridad en
las calles sobre una sola convicción y enfoque–, que ha volcado a la gente a
caminar y a usar la bicicleta como medio
principal de locomoción interna: cobra relieve entre los bosques, esta vez de
banderas y banderolas que engalanan calles
y parques de todo el país, las fotos de algunos científicos y dignatarios en una explosión jubilar
solo comparable a las tan inspiradoras fiestas patrias o a las no menos
eufóricas comparsas carnavalescas de cuya fastuosidad y exuberancia, entre
tantos otros motivos que inspiran su entusiasmo a la hora de celebrar, hacen
también gala los brasileños de ser los mejores, a tal punto que han logrado
sacar a las calles por segunda vez en un mismo año, a las escuelas de zamba más
allá de las propias fronteras de Río de Janeiro.
Aunándose
a un detalle que tampoco ha pasado desapercibido al hombre común y corriente de
toda la región sudamericana representada
en el pueblo brasileño, ha cobrado
enorme relevancia la figura del Secretario General de Naciones Unidas, el
coreano Sun Kim Park, artífice principal del giro en 180º que ha revolucionado
la ONU en los últimos tiempos. Lejanos
ya los prejuicios y secuelas
derivados de la guerra fría y las tan
infaustas confrontaciones mundiales, aquellas modificaciones estatutarias
logradas casi en las postrimerías de
su gestión y cuyas prerrogativas hacían
de las decisiones tomadas por ese organismo profundamente in-democráticas al
estar sobredimensionado el peso decisorio sobre
temas fundamentales en apenas unos
pocos países en desmedro de las mayorías, van rindiendo los primeros frutos en
el actual contexto que se vive en ese
primer país sudamericano, tan
dinámico y funcional a la hora de dar rienda suelta a sus iniciativas
individuales de búsqueda de fuentes alternativas a la quema de combustibles contaminantes
tan auspiciosamente confrontadas desde la insubordinada incorporación del
etanol como alternativa al irrestricto uso de combustibles fósiles en el mundo.
Por
primera vez en la historia de ese organismo, la mayor de las partidas
presupuestales jamás concedida a la investigación recaída esta vez en un
equipo multinacional de científicos
daba los primeros frutos en una búsqueda tan esperada por consolidar los paradigmas de la tan anhelada economía
del hidrógeno, o del “auténtico cielo
azul” como es ya conocida en el mundo. Luego de una campaña feroz de
desprestigio por parte de las otrora poderosas y dominantes firmas petroleras y
del sistema automotor convencional basado en fuente fósil, solo la incursión
agresiva en el debate de una sociedad cada vez más consciente e implicada en el
tema climático lograría frenar y dejar intempestivamente
en desuso –junto con sus spots manipuladores– a tanto “magnate de la
contaminación”; aquellos profesos practicantes del ‘negacionismo’ del efecto
invernadero que hubieran así de mirar desde lejos y torturarse por todo lo invertido y dejado de invertir, aunque, si hemos de ser justos debamos antes
aclarar que todo ello fuera favorecido grandemente por ese telón escenográfico insustituible
agreste y persuasivo de los últimos tiempos, de una intensidad repentina
cobrada por los fenómenos meteorológicos y sus cada ves mayores grados de
desastre.
Amanhecer
es un poblado rural a orillas del Río Tieté al noroeste de la Región
Administrativa de Aracatuba. Con no más de dos mil habitantes y menos de una
década de creación política, la ciudad ecológica famosa por haber reforestado
enormes extensiones de selva tropical aledañas a la zona de Florinea, antaño dedicadas al cultivo de caña de azúcar
–materia prima del etanol–, vería así hecha realidad el sueño
materno, de devolver aunque sea de forma simbólica aquella porción de vida despojada a la selva. Es aquí en esta bella ciudad que aún mantiene en la configuración de su
arquitectura ciertos aires nativos que subyacen a la modernidad y la avizora
desde una serie de incorporaciones icónicas previstas para el aforo y sesgo afectivo
de los visitantes, adonde, la nueva red metropolitana que habrá de poner a
prueba su primera flota de autobuses
100 % auto-sostenibles habrá de ser
inaugurada, habiéndose
incorporado para ello –a
exclusividad–, una cadena de aprovisionadores energéticos basado en biomasa y energía eólica suministrada
por los vientos del litoral atlántico
para el abastecimiento de sistemas de electrólisis tanto como para el surtido de
hidrógeno de las unidades de combustión interna cuya autonomía de propulsión
cero emisiones a las cuales integran
energía una serie de parques solares
construidos a lo largo de las rutas principales de la red, es otro proyecto a
ponerse en macha ya de manera masiva
desde esta ciudad sede de la inusual conferencia.
Si bien
los carteles y algunas pintas han alborotado la tranquilidad de toda una región
casi enteramente dedicado a la
agricultura y a la ganadería, y porque
no decirlo, al arte, que tiene como distintivo icónico a la “Nueva Ipanema”
como injustamente se le conoce al municipio asiduo guarida de poetas, pintores
y cantores: esta vez son precisamente
las canciones y no los lemas antagónicos los que acompañan a las marchas de los activistas que han logrado rebasar los
endebles sistemas de hospedaje y alimentación de Aracatuba y desde luego Amanhecer que tiene sus áreas libres llenas
de tiendas de campaña y ollas comunes que despiertan la nostalgia de la
precariedad de inicios entre los habitantes del pueblo en su mayoría conformado por la unificación de
pueblos nativos desplazados por las
actividades extractivas y el clareo de bosques para la agricultura, en particular,
de una desmesurada voracidad cafetera desatada en el estado del Mato Groso. Ellos, contagiados por una euforia que
también los alcanza ante el advenimiento de
ese “portavoz” de la modernidad, acuden con afecto a los visitantes acopiándoles
con carnes, verduras y utensilios y accesorios de ingesta, y degesta cuyos servicios el municipio ha tenido
que improvisar en escuelas, colegios y campos de esparcimiento.
En la
ensoñación del despertar a ese 23 de septiembre al cual todos los visitantes
ansían llegar como parte de un recorrido turístico más bien íntimo, está la
exégesis de todo el simbolismo que el solo nombre de tan bella ciudad inspira como un mea culpa simbólico y una
retribución al daño ecológico infringido en la Amazonía del cual el poblador
brasileño es hoy felizmente consciente. Grandes espacios forestales nativos de
áreas similares a las de un parque
convencional van siendo “incorporados” de manera emblemática al estético urbano
del nuevo paisaje urbanístico en Brasil como última frontera a la intrusión del
hombre en suelo silvestre –tal cual fueron concebidos por la naturaleza–, lo cual
hace de cada mañana en Amanhecer aquel despertar surrealista teñido en verde
fotosíntesis que todo amante de la naturaleza ansiara compartir con la tierra, su agua y aire puros en el último aliento de su vida; tan profusamente y libre de
impuestos tal cual se manifiestan en tan
pocos ambientes tropicales del planeta como este.
“Feliz aquel que es capaz de percibir el tono cromático de la reconciliación_ reza alguno de los tantos afiches que adornan las paredes de la ciudad con su verde intenso y pulcro fondo blanco_. Aquel verde existencia potestad de quienes son capaces de sentir, cada mañana, tras profundo aspirar de un aire todavía con rezagos de sereno matinal entre sus átomos, el rol cumplido por el actor mas importante y mas relegado a la vez de la vida en ese sustentáculo por vocación llamado mundo: la naturaleza y su incondicionalidad que, más allá de las complejidades de un organismo como el nuestro de cuya precisión ni siquiera somos lo suficientemente conscientes hasta que nos falla, nunca habrá de defraudarnos por voluntad propia”.
Con un
nombre tan sugestivo no hay lugar para la tristeza en Amanhecer. Aquel que por
naturaleza de la vida y sus avatares tocábale sentirse miserable en los tres
días que habrá de durar la magna asamblea, es inevitable que apenas logre fruncir los ceños,
naufrague en medio de tanta camaradería
y jovialidad y simplemente se dejen llevar por los empellones de jolgorio y optimismo que se respira por doquier debiendo
de posponer necesariamente sus
tertulias con el destino para cuando el vendaval “amaine”. Solo Eraldo, quien a sus 43 años ha dejado por primera
vez su país, sentado al borde de una cama del “O’ Quietude”, uno de los pocos hoteles que cuenta la ciudad
y adonde sus huéspedes despertaron abarrotados la mañana del 22, tal cual sucede con los otros cuatro:
si bien entusiasmado también_ como no estarlo ante un paso trascendental en una
lucha que hasta hace apenas cinco años parecía imposible_, prefiere tomarse un
respiro antes de salir y envolverse en ese oleaje de fervor que con talleres y exhibiciones preludian los
acontecimientos del día siguiente, sabe que algunos paisanos entre ellos la presidenta
peruana, primera mujer en la historia del Perú elegida el año 2016 atenderán
también al encuentro y espera hacer contacto con ellos.
«Como estará la calle», se pregunta mientras un
inesperado aguacero se deja sentir en los tejados de las viviendas contiguas que
arremete con fuerza sobre el gentío que se halla en las afueras del pequeño
hotel cuyo interior se ve de pronto rebasado de gentes de todas las razas
e idiomas quienes deben ganar
escaleras y pasadizos ante el atesto de personas
en la pequeña sala de estar del estrecho edificio.
Un tanto desanimado y cercana ya de la hora
de almuerzo prefiere revisar la programación del evento tratando de hallar en
ese inicio accidentado de víspera algún espacio que sin quitarle del todo el
entusiasmo propio de las formalidades que el tema exige, mitigue ese cierto
grado de melancolía que se ha sumado ante la lentitud de horas para el inicio del
evento.
Han de
ser cerca de las 4:00 p.m. en el comedor del hotel cuando un leve murmullo
melódico que se cuela entre los gruesos cristales de la puerta principal y es prestamente atenuado por el implacable
chasquido de un repentino nuevo baldeo de cielo que acomete, llama la atención de
Eraldo quien va al encuentro de la puerta de ingreso.
«Tal parece
haberse propuesto retenerme por lo que queda del día», se dice sintiéndose enclaustrado
en un lugar que dada la hora y la diversidad de idiomas que se respira por
doquier, por lo visto no acoge a ningún compatriota suyo.
Poco a
poco las calles se han quedado desiertas convirtiendo sus cunetas en corrientes
de agua cuya monotonía bullidora apenas
algún rezagado peatón se encarga de disturbar en tanto cruza de prisa el asfalto empozado hasta alcanzar la
acera opuesta: como la pareja de ancianos que hace su ingreso repentino al hotel totalmente empapada
y, anticipándose a los hechos, muy gentilmente la dama ofrece a Eraldo –cuya cercanía a los enormes
cristales lo supone dispuesto a salir–, el único paraguas que ambos traen consigo.
«A usted si que le va a servir de mucho», le dice en un inglés con claro acento asiático
mientras se saca el sobretodo que lleva puesto.
Sorprendido
el hombre apenas atina a asentir con
cortesía, pero justo cuando ha decidido
retornar a su habitación acobardado por la intensidad del aguacero, un
leve movimiento de gentío que a unos cincuenta metros de distancia de donde se
halla asoma sus cabezas de cuando en
cuando desafiando los embates del viento
–al parecer en busca de movilidad–, llama su atención en lo que parecen ser las
puertas de un museo por el enorme tamaño y forma de arco de su pórtico.
«Es esto o quedarme encerrado hasta las ocho», se dice pensando en la
ceremonia artística de inauguración
cuando, en un abrir abrupto de puertas centra todas las miradas tras de sí
mientras la lluvia deja oír toda la violencia de su fuerza desguarnecida ya del grueso blindaje de sus cristales.
No
puede más que congratularse cuando, ya en el interior del conservatorio, la
fuente de emisión de aquella música honda que
invaden sus oídos, quizás apenas
intuida por su decidida intención de salir de
su encierro, se torna de pronto en caricia; tenue y cadente caricia que en
forma de notas musicales penetran sus poros hasta erizarlos todos por segunda
vez en apenas segundos. Solo cuando a su
ingreso el portero le pidiera la tarjeta de registro y asistencia al
congreso pudo entender Eraldo que se hallaba en la propia sede de inauguración
del evento, y aquel “Claro de luna” que ya ha logrado acallar el estrepitoso
barullo del aguacero desatado afuera, es parte de los ensayos de una suerte de “Sinfónica
Global” lograda reunir por los organizadores con motivo de esta justa
especial que ajusta las piezas a interpretar durante la ceremonia de las 8:00 p.m.
Unos pocos asistentes, sea formando pequeños grupos o en sosegados solitarios dispuestos
aquí y allá en la platea, son de los privilegiados seres a los que se suma Eraldo y confundidos
entre las raleadas sombras del
amplio auditorio se embeben de tanta pureza que revolotea entre los aromas a
satén y madera nueva de los tapices de las butacas. Al frente cobran también preponderancia las luces,
las cuales, ora resaltando al grupo
de vientos, ora al de cuerdas o al de coros, juegan sus círculos torpemente en
distintos recorridos una y otra vez tratando de encontrar los ángulos de incidencia correctos. Tan solo el director que luce una camisa blanca que resplandece al fulgor de las
distintas proyecciones que deambulan en el escenario, mantiene un halo
exclusivo sobre sí, cuyo único círculo amarillo parece también destacarlo entre
el albor de los demás.
Si algo caracteriza a los grandes conciertos
sinfónicos, adonde la gran variedad
de tesituras que conforman la bastedad y
variedad de ritmos de sus piezas musicales exigen del oído su punto de
concentración más alto, es la potestad y protagonismo que asumen otros sentidos
en su misión de hallar ángulos variados desde donde captar señales no
trabajadas en el disfrute del género expresado. Como la expresión en el rostro
del intérprete que es en suma el espectro cadencioso individual vivo, similar al de un espectrograma en
el cual el punto de vista emisivo capaz de dar una lectura más subjetiva de la
pieza interpretada –acaso más cercana a la idea de su creador–, puede ser
captado y absorbido por el espectador de forma más legítima y lozana.
En
medio de un enjambre melódico tan considerable
como el conformado con suma
escrupulosidad para la ocasión en el
cual el panorama visual uniformado por un único atuendo negro pareciera tarea imposible
cualquier intento de reconocer a alguien entre aquella procesión de rostros y juego de luces que retoza sus
halos cónicos en el escenario impidiendo a los ojos asentarse en definitiva
en sus objetivos. Excepto por aquella violinista sobre cuya imponente figura el círculo nacarado detiene un tanto su
trajín y tal pareciera fuese la melodía la que a ella la interpretara.
Ella no parece vibrar ni en los ápices más refinados
de su solo de violines que como espinas de púas almibaradas entrecruzan las
respiraciones de los escasos espectadores hasta hacerlos escarapelar. Durante largos tramos solo mantiene cerrados sus grandes y
redondos ojos mientras se envuelve en un vuelo mágico por los blancos edredones
de ese cielo propio que dibujan los
leves vaivenes de su semblante
en tanto, aquel repentino buscador de señales que ha trocado su indagación de
registros subjetivos por otros más
fácticos, reniega cada vez que el de las luces retoma el cambio de ruta de
los conos lumínicos, aquí y allá, como si a propósito pretendiera hacer de
su objetivo más imperceptible.
«Esa mirada, esa mirada», se repite Eraldo en tanto el
director clava las banderillas finales rumbo al eco terminal de la pieza, y
aquella intempestiva mirada hacia el auditorio que parece querer traspasar y
revolver todos los tonos cromáticos de su negror apenas atenuado por el
refulgir de los conos lumínicos, ahora estáticos, lo estremecen hasta casi delatar su presencia,
siendo apenas salvado por un
oportuno reparar de la penumbra en la cual se halla sumido amparado apenas por ese insignificante
rojo refulgente que titila en las cuatro esquinas del auditorio.
Ya de
vuelta en el hotel recostado en el suave oscilar de edredones de su cama, ya no
hay lugar para la especulación. Aquella última
imagen prendada de su retina de un par de ojos intuitivos pretendiendo atravesar los espesos follajes de su media
luz hasta hacerlo desear enterrar la mirada tras las butacas, conduce sus recuerdos hasta inicios de
los años noventa allá en su tierra cuando una institución privada auspiciada
por un grupo de ONGs ambientalistas –con
bastante reticencia ante los hechos políticos que comenzaban a suscitarse tras
un inicio auspicioso del gobierno en
curso–, lograba establecer las primeras baldosas de la que es hoy en día la más
prestigiosa de las instituciones verdes en la región.
La primera Escuela de Estudios Ambientales y
Economía Sostenible, una entidad que
sin muchas pretensiones por la poca
efusividad que entre otros, el
tema ambiental merecía entonces por
el régimen político instaurado –ya bastante perturbado por un ambiente de
violencia que se vive y con el cual se
pretende justificarlo todo–, y si con mucho esfuerzo y no pocos obstáculos que como organizaciones no
gubernamentales merecían sus
patrocinadoras, lograba “hacinarse”
casi a empellones en un pequeño edificio de apenas cinco pisos a las afueras de
la ciudad. Si bien su condición de ONGs los proscribía, su propio prestigio
como tales evitaría también su desahucio apenas
a meses de haberse inaugurado. Y sacando cuentas, ¡Oh coincidencia!, un día
primaveral como esa mañana tan esperada de
inicio del congreso, rompía fuegos también con
la tenacidad que solo la convicción y determinación inspiran, aquella
institución que daba inicio así a un entonces
poco practicable labrado de vocaciones
por la preservación de la vida en el planeta.
(Páginas: del 8 al 13)
“Ruta T”
Travesías transgresionales
1997, han pasado cinco años ya desde que la E₂AES,
como era conocida la entonces prestigiosa entidad educativa iniciara funciones y en algún lugar de la gran
ciudad –en plena ruptura de la opaca
cubierta de smog y moho de bermas, jardines y parques por los precoces retoños
de finales de invierno que anuncian así
el pronto retorno de la primavera y
su intenso de colores y aromas–, todo parece probable para una provinciana que
aún no han tenido tiempo de afianzar el guardarropa con la ligereza de espesor
y grado de tortura que exigen los cánones del encanto femenino de los 90s, excepto, no pasar desapercibida
al común de ojos masculinos que ya bogan en medio de ese mar tempestuoso de
hormonas desatado, en tanto alguna
reina todavía vigente ensaya sigilosa la más fingida de sus sonrisas frente al
espejo mientras acomoda por enésima
vez su corona en la frente.
Y aquella gruesa chompa de alpaca babe,
si bien se asienta de maravilla entre las finas facciones y espigada figura de la recién llegada, tan al natural
que aún no ha aprendido de torturas dietéticas ni de maquillajes estériles,
será siempre un punto ciego en la elección de prioridades de ese mar de ojos masculinos tan proclives de ser llevados del
mentón por la obviedad y exuberancia de la mirada instintiva que promueve el
señorío de la imagen.
Apenas
con las pestañas ligeramente rizadas y
una rara belleza que su apariencia tan al
natural pareciera empecinada en destacarlo, cualquiera que pusiese
verdadera atención en sus finos rasgos sentiríase
inevitablemente no solo transportado imaginariamente al París de finales de los
70s, sino casi, casi sintiéndose protagonista de las trazas escenográficas de
quizás la más taquillera de sus historias filmográficas. Tal vez por eso pase
desapercibida entre una nube de ojos más bien acostumbrados a prototipos más
acordes con el glamur de las pasarelas y el celuloide introducido por las pantallas de Hollywood; lo suficientemente
fastuosas para inhibir cualquier manifestación distintiva de juicio estético.
Como
olvidar aquellos ojos tan únicos e inconfundibles y esa mirada mezcla de la más grande de
las alegrías y el más intenso de los reproches con los que cada mañana parecían
contarle toda una historia de devoción que él, abstraído como se hallaba en esas otras predilecciones cotidianas,
poco esfuerzo dedicaba en tratar de conocer. Aquel primer día y único en la
cadena de acontecimientos en el cual era él quien observaba detenidamente un rostro tan difícil de ser soslayado mientras
que, distraída –o simuladamente abstraída
en pensamientos distantes que
lejanamente estaba de sentir–, ella no intentase siquiera cruzar miradas, sería para Eraldo la única compensación a un sentimiento de culpa que
entonces sintiera por algún plazo finito
de tiempo que el propio curso se
encargaría de cortar de tajo con la consunción de sus ciclos.
Su pelo
corto tenuemente ondulado en sus cabos
desde la frente, dejaba resaltar un cuello largo y delgado que infructuosamente parecía pretender pasar desapercibido entre
los largos pliegues de cuello de camisa color
blanco que si bien, delicadamente encajaban sus colores en el predominante guindo
obscuro de su grueso atuendo, solo hacía resaltar aún más la naturalidad con la que sus
facciones parecían zanjar con cualquier intento de injerencia del maquillaje; apenas un par de
microscópicos aretitos plateados que en forma de corazón pendían casi
intrascendentes de sus orejas era lo único mundano al cual su sencillez expuesta
daba acogida sin que su todo auténtico
se resintiera.
« ¡Oh
recuerdos que a estas alturas venían
a interrumpir un viaje ya de por sí lleno de nostalgia y encierro!», resuena la
mente de Eraldo en medio de un absorto en el cual cobra protagonismo repentino un silencio lumínico de ventanas y techos que lo invitan a echar una mirada a la
calle sorprendido por el
repentino cambio que ha experimentado el clima en ese último suspiro del día. Sea instigado por esa dosis de melancolía
que lo embarga o simple lucubración por lo bello que azuzado por la contraluz
de la habitación se revela hasta alcanzar su pico, siente que tiene ante sí
al más bello atardecer que jamás han percibido sus ojos, y no
tarda en perder su mirada en la
vastedad del panorama que se
extiende entre tapices de edredones verde plateado del encopado selvático, sin
advertir –aunque por ese repentino divagar
de sus ojos abajo en la vía transversal a Los
Jacarandás, la calle del museo, se diría que lo presintiera–, que alguien
más ha coincidido en ese mismo objetivo haciendo detener con algún pretexto el taxi en el cual la familia entera se dispone a partir frente a la
puerta del auditorio, y sentir en ese
lapso de tiempo como, sin más remedio, la línea divisoria entre el día y la
noche, entre el ayer y ese mañana incierto, trepa las paredes del O’Quietude
llevándose consigo cada reflejo de ese final de atardeceres simpar.
Muy prontamente la sombra que extiende su
manto sobre Amanhecer conjuga tonos con la
tristeza que intensa el tono blanco del
delgado semblante de la mujer y el
marido alcanza a descubrir pero calla, envolviendo
de nebulosas aquel momento de profusión
que con tanta emoción había esperado ella desde que se enterara que había sido
escogida entre tantos audicionantes para conformar la Sinfónica. Solo las
pequeñas hijas, una más parecida a la otra, que a ambos lados de la madre en el
asiento posterior retozan jugando con las manos juegos que solo ellas pueden
descifrar, parecen empeñadas en celebrar
algo en medio una penumbra que ya ha
tomado control del atardecer.
La
noche en Amanhecer sin embargo, en desmedro de algún lastimado farol que
parpadea amenazando con dejar a obscuras alguna mínima porción de su
resplandeciente anillo durante las horas restantes de ese día 22 previo al
inicio del congreso, cobraría la vitalidad que nunca en sus 10 años de creación
el pueblo ha experimentado jamás. La estación principal de buses que acoge a las cuatro rutas principales con las cuales
conectará sus travesías a las
ciudades más cercanas, abiertas libremente al servicio de los visitantes desde las 5:00 p.m., comenzaría a
bullir estrepitosamente con el afianzarse
de la noche y sus enormes colas atiborradas de gente cuyo alboroto a
veces desordenado exigiría mas de lo esperado al personal de seguridad de la
compañía. Todo, sin embargo, viéndose compensado con ese silencio implícito pactado entre pasajeros y aquel momento cumbre de callado exhalar
de vapores de agua con el que los
tubos de escape de los acoplados –en emotivo diálogo de sensibilidades que
exteriorizan pareceres en cada respiro entrecortado que provoca cada inicio de
recorrido–, saludaran a los visitantes cumpliéndoles tal vez el sueño mas
anhelado de sus vidas.
Silencio
solo comparable a aquel insoportable vacío que experimentará Amanhecer a partir de las 10 p.m. cuando
habiendo culminado el programa de inauguración, los visitantes que aún no se hubiesen
embebido de tan relajante
experiencia del primer viaje por los recovecos de aquella inusitada ruta sigilosa
del hidrógeno, la prolongaran por algunas horas más en su búsqueda de relax y
arrobamiento allá camino del
centro de Aracatuba y sus noches de Ipanema, Paraíso y Saudade.
Como un
prolongado eco que arrulla a Amanhecer con sus platinadas noches de espejuelos
y onduelas provocadas por la fauna nocturna, un tanto más tiradas hacia el lado
de sol que de luna –dos de los tantos riachuelos que se desprenden del Tieté a
lo largo de todo su recorrido y bañan apaciblemente al pueblo con sus orillas
calladas–. Cual si el propio río celoso reclamara para sí a sus arroyos ese
pedazo de esplendor natural con el que a unos 200 metros hacia el sur, desde
los dos pequeños deltas que ovalan los bordes de aquel penacho de bosque
rescatado al talado y parecen encender silencioso a Amanhecer en sus noches
ausentes de smog e intenso aroma a gasolina y etanol de las pobladas urbes de
Sao Paulo: el día siguiente dormita
ya desde muy temprano con sus ribetes de ansiedad disueltas entre la bruma que
se asienta desde los dos riachuelos.
Extenuado
luego de haber culminado los cerca
de cien kilómetros que comprendió uno de los recorridos del ‘Tour del
hidrógeno’ –paseo el cual incluyera también
ciudades meridionales al Tieté como los dos Santo Antonio al norte de
Aracatuba–: ya en el hotel, Eraldo
es fácil presa del más profundo de
los sueños. Aquel inaudito silencio con
el que una treintena de buses pareciera concurrir voluntades con el estrepitoso
dormir –o despertar– de la fauna nocturna, y a cuyo invisible espectáculo no
pocos pasajeros sintieran la necesidad abstrusa de grabar asomando sus
celulares por las ventanas: apenas resonó y parpadeó levemente en medio de
aquel prolongado barullo de la floresta que sin bajar un ápice en su intensidad
lo siguiera hasta los más recónditos confines de su leve dormitar sobre su
lecho.
Ya con ese sonido intranquilo de avenencia
entre la vida salvaje y la máquina configurado como sello sempiterno en la
memoria de su teléfono móvil, a cuyo sonido insólito de alguna ave noctámbula
estrepitosa se ha adherido la toma del bus parcialmente reflejado en las
tranquilas aguas del Luna en el cual apenas puede observársele con la mirada
perdida en el horizonte sirviendo ya de fondo de pantalla –gracias al intercambio,
al final del recorrido, de imágenes tomadas de un bus a otro que despertara
entre los pasajeros una afición casi olvidada de tanta niñez y tanta aglomeración
desordenada buscando la imagen faltante entre los cúmulos de figuras duplicadas
de sus álbumes en proceso de “relleno”–: Eraldo, sin percatarse que aún debe asistir a
la inauguración del evento en solo una hora más, apenas si tuvo tiempo de fijar para
las siete la insólita alarma del
despertador de su celular tratando de ser lo más considerado y precavido
posible con sus horas de sueño sin que alguna pizca de cansancio intente
perturbar su concentración durante el discurrir de las exposiciones.
Cualquiera
que lo viera y siguiera con atención la evolución de su sueño jamás pensaría de
la gran turbulencia que se desarrolla en el interior de ese sutil sobresalto
que acusan sus extremidades. Como si una intrusa
mezcla de conciencia y propósito creara un estado paralelo de actividad vital en
la situación de letargo en la que se halla Eraldo; haciendo cobrar vida a un estado razonado de latencia
corporal que pareciera dispuesto a tomar
las riendas de un sueño en el cual siente que ha sido sumido antes aunque –siguiendo esa lógica de extravagancia
y libre albedrío con la que parece alardear hoy–, en cuyo remolino ha sido
siempre reacio de dejarse envolver temeroso de que no solo pueda ser acorralado
y sujeto por los misterios de un
mundo al parecer pleno de fantasía e inverosimilitud, sino por un infante temor
a la lugubridad que siempre le ha inspirado un duermo tan adicto a
la preponderancia de los encajes negros de la noche.
Aquello que cuando niño tratábase apenas de un mal
sueño o un intento de pesadilla conjurado del cual, lograr despertar en medio
de un tire y afloje desesperado entre sueño y realidad, era alivio y era victoria, y un nuevo intento esta
vez por prolongar la vigilia al máximo antes de caer rendido en un nuevo sueño
que lo llevara a otro despertar más amistoso y más cotidiano: el de hoy que va
precedido de ese enjambre de recuerdos que aquella bella y versada mujer ha dejado expuesto a ras de piel, se ve
morigerado “fustigado” por el eco
melódico de ese “Claro de luna”
espléndido que ha quedado registrado como un fondo musical y parece arrullarlo
mientras pega su sienes de fidelidad y asentimiento a su pecho. Y
un leve susurro mezcla de arrojo y resignación que apenas suscita un leve
sobresalto superficial en sus hombros se encarga de desechar del todo ese
instintivo temor de acceder a una suerte de dimensión desconocida de
historietas como el que siempre supuso de aquel
rehuido supuesto estado de trance.
«¡Ya que más da, llévame a donde quieras!», resuena silencioso en medio de
ese vacío pleno de un todo negro que no es obscuridad pero excepto la repentina ausencia de imágenes excéntricas, tampoco nada parece ser
diferente del sueño que sigue su curso.
«¡Después de todo quien puede exigirle una
pizca de lógica al sueño…!», acaba apenas de musitar Eraldo
cuando de pronto, cual si algún hilo rezagado de sus pensamientos más vespertinos sobre la cama quedara flotando entre el penetrante
aroma a nogal de la habitación, es
transportado hasta el día en que la silla vacía en la antesala de ese segundo nivel al pie de la escalera de la escuela
le hiciera sinceramente consciente de una ausencia que por vez primera lo hace
sentir concernido y descorazonado deteniéndose un instante, y otro, y otro mas
en cada paso dubitativo con el que sube
la escalera hasta sentir la necesidad de
volver los peldaños remontados y sentir aquella inmensa ausencia que lo invade ya
de nuevo en la estancia vacía.
« ¡Vaya sueño!_ insiste Eraldo sorprendido de
que aun cuando irreales las imágenes le van mostrando cuadros tan
nítidos pero a la vez tan ceñidos a un contexto y a una voluntad que se diría
puede él manejar a su antojo soltando o tensando los hilos_. Es un sueño, solo
un sueño», repite.
Los
recuerdos no tardan en arremolinarse cual cúmulo de fotografías recién llegadas
de manos del mensajero llenando de entusiasmo su periplo, haciéndole perder por
un momento la noción fundamental de su arribo a esas instancias, y sin esperar
que las imágenes destinadas retomen las riendas del sueño y todavía sin plena
conciencia de lo atípico de la situación, decide sentarse en la carpeta
unipersonal que con cierto fulgor inusual
parece destacarse entre la media docena de símiles en forma y color que se
enfilan a lo largo de ese pequeño
descanso en el segundo piso.
«Es tan suave y real que parezco percibir su aroma a narcisos y sentir la
caricia de su mirada rozar cálidamente mi pelo mientras los bordes de mis
orejas se envanecen al murmullo de sus yemas…», tiene apenas tiempo de musitar enternecido Eraldo,
con ese cierto sabor a canto con el que parece pretender recrear la escena, cuando, un inusitado
temblor que lo sacude de pies a cabeza lo hace pensar en la retirada.
«Uh, Uh, esto no está bien», se dice mientras otra serie
de imágenes todas sombrías e hirientes comienzan a desfilar por su mente. Primero
tan caóticas que parecieran intentar envolverlo en un
estado de confusión muy a pesar de ese
estado de sub consciencia que en primera persona lo mantiene atado a ese
escenario límbico inicial, para
luego, en tanto los propios recuerdos parecen intervenir con su dosis de
cronología y orden, ser llevado hasta un pasaje que ya había olvidado sucediera. Pero es tarde ya, y aunque la
evocación quedó flotando en medio de ese silbido que rompe el silencio de la madrugada,
su sola intención de dar fin a ese estado de trance, ganado por la impresión, Eraldo es puesto abruptamente sentado
sobre la cama mientras un aroma a narcisos penetrante pervive en la habitación.
Un
escalofrío le recorre el cuerpo cuando es consciente de lo sucedido apenas a cinco años de haber iniciado sus operaciones la institución ambientalista en el país y tan solo a meses de haberlo
hecho la ignota mujer. Para entonces la mirada risueña y fácil de ruborizar
de ese pie de escalera hacia el tercer piso había sido ganada
por una mezcla de tristeza e indiferencia esencial hacia todo, excepto a aquel grupo algo sofisticado de amigos
que comenzaba a frecuentar con quienes
al parecer quería zanjar con algún
pasado doloroso que solo podía entender quien se sintiera empujado a hurgar un
tanto en su contextura más íntima,
que no era el caso de Eraldo, lamentablemente; alguien que se sintiera
involucrado al menos la mitad de esa vorágine totalitaria que si inspiraba no
solo en él, sino en media población masculina de los ya cerca de 700 alumnos de la escuela: “Ariani 1ª” la enésima vez
elegida reina de la escuela que al fin declinaba la corona aunque solo fuera por
que, al igual que Eraldo, era el último año que cursaba estudios en la
institución verde.
La vez
que viera sus ojos por última vez dar un tanteo disimulado hacia el balcón
adonde Eraldo y un grupo de amigos departían abstraídos del gentío del patio en
tanto ella se despedía de los suyos, cuya mirada triste nunca volvió despegar de las panorámicas traslúcidas del suelo
llovido en tanto ella se alejaba, quien
sabe era un llamado inconsciente de auxilio que las soledades y la últimas
veces conceden a sus víctimas mientras
recogen los pasos de su última caminata al abrigo de alguna mirada heroica
prematuramente puesta en desuso por omisión y desencanto.
Un
enterizo azul cuyo brillo jaspeaba sus tonos oblicuos al sol de la mañana
llenaría con extraño desasosiego los
ojos de su asiduo y solitario espectador al extremo de hacerlo sentirse tentado
de seguir un fino llamado de su instinto; más no lo hizo, apenas la siguió en
silencio con la mirada hasta verla desaparecer tras la esquina lejana. Visto quizás desde ese otro ángulo, desde donde se podía observar directamente
a los ojos a la tristeza hecha carne
y que sin poder contener más una
pena guardada dejaba asomar dos gruesas
lágrimas las cuales apenas ganada la calle transversa muy prestamente secara con
su pañuelo de lino; quien sabe
hubiese forzado aquella desdichada
tensión y duda con la que los
pies de Eraldo se resistían –como otras tantas veces–, a ir a la
caza de una congoja cuya presencia fue siempre debilidad y reto a la vez para él, y ganado con ello
algunos minutos, los suficientes, para torcer el sentido de los acontecimientos
que apenas hacía inicio de partida;
más no fue así y esta marchó posando
su brazo alrededor del suave y delgado
cuello de su víctima... Continuará.
por Rodrigo Rodrigo: Septiembre 24 de 2011