BRISA
(Sigue Capítulo 1: "4 estaciones"; páginas 14 a la 23)
Otoño: una tarde de primavera que no termina
Un
sentimiento de culpa invade el despertar de aquel periplo seudo onírico que
acaba de experimentar Eraldo y desentraña en su memoria –al parecer ya sin
punto de retorno–, una serie de recuerdos que comienzan a acusar posición en el
hilván añadiendo un factor más de estremecimiento a su ya trémula piel. Es tan
obvia la silueta que se bosqueja en el encuadre de piezas sobre el tablero y
muestra la ya inevitable silueta de una tragedia sucedida apenas al año cuarto
en función de la institución verde, que el fondo episódico y sus ribetes extra
sensoriales quedan relegados a un segundo plano desbordados por el contexto
sujeto.
¿Pero
porqué hasta hoy se presentaban esas imágenes tan evidentes? ¿Hoy que su
percepción sobre el tema humano si bien ha variado ostensiblemente desde unos
inicios confusos en medio de una juventud subyugada –casi a tiempo completo–, por
los espejismos que distorsionaban por igual tanto a su panorama, por entonces tan
difícilmente esbozado, como a sus trechos finitos, los cuales, pese a extenderse
auspiciosos como tentáculos benignos y bifurcarse sólo para desaparecer como sus
coartadas de vida y sus plazos de vigencia, mantuvieron siempre intacto el
sentido de su sensibilidad e intuición? Bueno, al menos es lo que hasta hoy creía
él.
¿Eran
simples oleadas de pasado de un sueño atípico y anárquico que, aprovechando sus
contados estados de vulnerabilidad, simplemente deshila sin control; o pretende
decirle algo hoy que a decir de los acontecimientos diríase que su sensibilidad
ha experimentado también un abismal cambio? No podía ser simple casualidad que
entre tan delicados aromas que despertaran con mayor intensidad un recuerdo
hasta hace algunas pocas horas enterrado en un pasado apenas memorable y hasta irrecordable,
pudiese permitírsele al escalofrío cernir su torbellino así tan impunemente
entre tantos aromas respirables que le iba deparando la trascendental cita;
algo había que descifrar bajo esa nube de simbologías que tras ese dolor
atemporal parecen insinuar la presencia imperiosa de un eslabón zurcidor.
Y es
inevitable el confrontar los detalles que bajo las envolturas de platino y vivos
colores dejan traslucir su contenido. Eran tiempos de intimidación los de entonces
–naturales o artificiales de los estados de violencia y manipulación que por
igual se vivían, pero eficaces y coercitivos de las libertades al fin y al
cabo–. Tiempos de insania y de sospecha ilimitada, y aun cuando entendida y no
por ella aceptada, teñida también de
arbitrariedad desmesurada y abuso de poder. Bastaba caer en alguna redada aunque
fuere de manera incidental para ser tratado como el más vulgar criminal hallado
sobre la faz de la tierra aun cuando la presencia del incauto en el lugar de operaciones
obedeciera a una simple coincidencia probada, pero como una bola de nieve, la
tendencia infalible y a-rectificativa de una autoridad arrinconada contra la
pared desde dos flancos –salvo las unidades especializadas de inteligencia cuyo
desplegar obedecía a maniobras planificadas–, hicieran de ese paroxismo que
alimentaba una insaciable necesidad de compensación que solo fuese satisfecha
por el escarmiento, en especial tratándose de esa ala conexa al entorno del jefe
del gobierno de facto de entonces, influida
por un estilo plenipotenciario y arbitrario que su situación jurídica fomentaba
tornando ciertos hechos difíciles de justificar en irreparables.
Más que
podía recordar Eraldo desde su entonces indiferente interés para con el hecho al
extremo de no haberse dado siquiera el trabajo de conocer el nombre de la
persona lesionada, que no haya sido publicado en los medios “afines” –por
llamarlos de alguna forma decente–, siempre “mancos” de objetividad; denigrativos
y encubridores de los hechos cuando de ajustar cada vez más los enormes rombos
del velo impuesto en los ojos de la población se trataba; y es lo que más lo
estremece ahora, pues hay más hoy en su memoria de lo que tenía entonces o
debería tener, gracias al sueño. Apenas han pasado algunos minutos desde que
entre espasmos lograra despertar de su periplo por “Villa miseria” y aunque
mucho lo intentara no ha vuelto a conciliar el sueño envolviéndose en una serie
de recuerdos cuyos hilos dejados al azar por el tejido truncado lo obligan a
retomar tratando diligentemente de unir cabos.
Por si
fuera poco lo sucedido, otro nuevo escalofrío se suma a su estado de tensión ya
bastante alterado cuando algún mensaje de promoción no solicitado enciende el
celular que carga baterías sobre la mesa de noche y es consciente de que se ha
perdido la inauguración musical del evento. No hace falta revisar la configuración de
la alarma pues sabe que sin querer ha programado las horas para las 07:00 a.m. acusado
por el cansancio del “Viaje del hidrógeno”.
Como
hacer para que el estremecimiento no deje ese sabor concluso en el alma; de una
inalterabilidad del hecho consumado que ni siquiera un segundo episodio en
ciernes pueda dar consuelo a ese desencanto por omisión que siente el
espectador frustrado. Hoy más que nunca sabe que más allá de la música y todo
lo grato que entraña saberla en parte virtud de una sensibilidad amiga atrapada
entre aquellos matices de alianza que se cuelan por sus poros, está una obsesa
idea de corroborar ese eje de historia que en forma de retazos deambula por su
mente. Por una extraña razón y aunque
fortuita de todo lo acontecido, y pese a todo lo que un encuentro plagado de
estados de conmiseración extemporáneos que lo asolan pueda repercutir en la
actitud de la ahora protagonista de la retrospectiva más sombría que le ha
tocado experimentar en su alma, siente que necesita una nueva comparecencia de los
ojos de esa mujer. Dos solas miradas: la una pasajera y somera, y diríase con
una gran dosis de exacción personal, contemporánea y pacífica, pero no por ello
capaz de admitir en él una pizca de desconcentración que arruine un todo
cargado de instantes y de precisiones; la otra, si bien cargada de
fluctuaciones y de rangos de tolerancia que sobrelleven un todo más bien
necesitado de sinsabores que maticen los detalles de su larga travesía por la
supervivencia, más vital y más de cuidado a la hora de exponerla a estados
innecesarios de contraste, sin embargo.
“La
encrucijada del pensamiento telepático”, es entonces el título que muy
oportunamente le viene a la memoria de Eraldo tras recordar haber leído alguna
vez de forma casual en el Internet, a propósito de las miradas, la forma más
circunstancial posible de entablar conexión
con una persona no pre-dispuesta. En el cobraba relevancia fundamental la
confrontación visual previa –no necesariamente presencial–, como una forma de
tamizar todo elemento residual que perturbe el contacto con el receptor. Si bien lo sucedido es atípico
del argumento teórico y más aun del contexto vivido, es todo lo que por el
momento tiene para dar alguna explicación a lo sucedido y por ello, aventurándose
a teorizar más allá del asunto formal , concluye que debe capturar una vez más esa
mirada teniendo cuidado, por un lado, de no perturbar ese al parecer nuevo
rumbo que ha experimentado su vida en tanto algún ángulo baquiano escondido en
ese iris negro profundo de su mirada, lo enlace con la hebra conductora que
está seguro lo conducirá hasta el lugar y momento preciso de sus teorías e
hipótesis sin resolver.
La
mañana lo toma con la mirada perdida en algún punto de las largas y blancas dobleces
de las cortinas que lentamente dejan avizorar un albur nuboso que se enciende desde
el espaldar del pequeño edificio. Son las 6 am y en apenas dos horas se dará
inicio a la inauguración del congreso y si bien el enfoque de su mente y estado
de tensión que lo apremia no difiere en nada del que siente y anhela cada
persona que habita el edificio ante la proximidad de un acto tan transcendental
en la consolidación de sus ideales – aunque solo se trate de un pedacito–;
aquel leve estremecimiento con el que repara su rostro reflejado en el cristal
de la ventana, amplificado por la tenuidad de la bombilla de luz, en definitiva,
tiene otro horario mas bien vespertino de un diferido irrealizable, y en vez de
carraspeos y sonoros sorbos de agua de los disertantes en sus breves espacios
de silencio, repleto está de ecos de acordes y cadencias que reverberan entre
las paredes de un mismo auditorio. Agua como la que desde ese pie de ventana en
el que se halla ahora torna intempestiva la tenue quietud de sus terrazas
cristalinas que ganan brillo ante el paulatino arribo de la luz del día.
Entre onduelas
silenciosas que abren el paso de cada
pequeña embarcación de pasajeros que ya desde muy temprano y con los
paneles desplegados a manera de velas, aligeran el nutrido paso de personas por
el puente ciclo-peatonal que une el lado septentrional del río con Amanhecer,
la mayoría de ellas laboreras de una infinidad de servicios que habrá de nutrir
la fiesta dentro y fuera de la sede principal del congreso. Y aquella vista
majestuosa de un inmenso Tieté que ya en el remanso más vasto de su lento
recorrido es obligado a desmembrarse más a menudo de lo usual –en gruesos
deltas que poco a poco los frondes ribereños parecen querer envolver entre sus
profundidades–, lo invita a tomar una profunda bocanada de aire deslumbrado
ante tanta diafanidad que arroban sus ojos, mientras, una nube de imágenes cargadas
de rubor y una gran dosis de envidia de no pocos paisajes ribereños de su
terruño parecen desbordar las orillas de esos propios aniegos visuales que invaden
de pronto su mente.
Soberbio
desde la esplendidez de unos robustos brazos que parecen impulsar la dificultad
de su lento discurrir a través del espeso follaje, el río que tiene entre sus
pergaminos haber convencido a sus co-moradores humanos –en especial a los de su
naciente trecho tan prontamente ganado por las urbes de los alrededores de la
zona metropolitana de Sao Paulo–, con apenas una esbeltez de figura que patentizaba
todo lo inmerecido y afrentoso de sus vertederos que parecían inducir a aquella
extraña rebeldía de trasgredir los dichos de la propia geografía al negarse a
discurrir sus aguas hacia un tradicional destino, el mar: de ambos hacer usufructo
de ese espacio vital, sin manchas ni ofensas que degraden la causalidad y
objeto de su presencia interactiva y fundamental en el planeta, al extremo de
ser hoy 100 por ciento fuente de biodiversidad más allá incluso del propio
bagaje de especies residentes anteriores a la que sería una de las peores
catástrofes contaminadoras que río alguno haya sufrido alguna vez en el mundo luego
del Támesis, con quien comparte historias de reencuentro y desprendimiento
humano; o del propio río Amarillo o el Ganges que todavía luchan por romper
algún esclerotizado tabique de indiferencia del alma humana, aquella pesada represa
que fuerza al ser humano a tomar cauces contrarios y cuya demolición, si bien aflore
algunos aniegos que impelen sus sentimientos de culpa más cautelados, germine y
acreciente sin embargo los de desagravio y euritmia inconmensurables.
Y es
imposible para Eraldo no verse surcando ya esas místicas aguas en alguna de cuyas
escasas crestas liberar la enorme necesidad de acariciar la fría suavidad de su
superficie esperando en vano un arqueo de lomo de cachorro agradecido, cuando,
luego del tercer día de conferencias, tenga el congreso como colofón a la cita
magna, la excursión y visita de algunos pueblos nativos recuperados de la zona
en tanto una emoción que no ha sentido hace mucho, desde ese su primer connato
de pesca cuando niño, en algún pequeño lago de su valle, lo hace presa de un tercer
estremecimiento, esta vez sin poder evitar una leve sonrisa en su semblante.
Un
estribillo final recogido apenas al inicio de sesiones de la inauguración
propalada por los parlantes de todo el recinto en la voz del secretario general
de Naciones Unidas previo al inicio de las conferencias conexas, queda como un
título enlace al final de la primera jornada y sirve como tema de conversación
en el breve coloquio mantenido por toda o casi toda la comitiva peruana reunida
en la cita magna que incluye tanto al sector público como al privado.
“…No convertirnos en aquello que tanto hacíamos foco de nuestras críticas fue la clave de este fundamental paso hacia una economía del hidrógeno que hoy podemos decir damos inicio con éxito. No hacer de la energía renovable una fuente de especulación, e inevitable de las tendencias del mercado hacer de su desarrollo aleatorio, de una u otra fuente por separado, un motivo más de competencia en vez de esa interacción no solo de complementariedad técnica y de asignación de recursos solidario que también hoy relevamos, sino y sobretodo de su implementación en el sistema de redes de distribución como un todo, en un planeta climatológicamente tan diverso como el nuestro; como es la diversidad de sus gentes que se dan cita en esta cumbre, y puede fruncir el seño o sonreír en sincronía como lo hace ahora apenas hermanada por ese aparatito esencial, el audífono, que aquel idioma universal de los pueblos, la música, ha ayudado a innovar haciéndolo tan interactivo con nuestros pensamientos…”
Es pues
época propicia para la convergencia de innovaciones
como la que trae a esta cita a Eraldo la empresa en la cual trabaja, en busca
del novísimo sistema estático de captación de radiación solar denominado
“Girasol”, la cual liberará de la tecnología de rieles de seguimiento de rayos solares
y de las continuas y costosas calibraciones a los paneles fotovoltaicos influyendo
grandemente en la reducción de costes, algo que tan ensimismado lo mantienen en
su habitación mientras lee los textos distribuidos para las tres jornadas.
«Quien
podría imaginar que apenas una simple membrana poliédrica desplegada sobre las
placas solares diera fin tan abruptamente a toda una tecnología asentada ya
como el prototipo a ser innovado_ se dice Eraldo mientras repasa los recursos
técnicos del sistema_, con unos costes
que se reflejaban sobretodo en el mantenimiento de un sistema que, al igual que
en su momento significó para la informática y su industria del software cuya sana
competencia acusó finalmente freno a su “irrefrenable” tendencia “innovativa”
de descarte: esta vez sí parece que el boom investigativo de la fotovoltaica,
la energía eólica y la cinética del agua en especial, ha logrado tan pronto tornar
en anacrónico mucho –o poco- de lo avanzado en energía alternativa deviniendo
en el crecimiento que experimenta ahora», acota complacido.
La
tarde avanza en Amanhecer y acosado por la somnolencia, un breve paseo en
bicicleta ha llevado a Eraldo, casi mecánicamente a detenerse recostado en los
estribos del puente ciclo-peatonal. Y mientras corrobora una fuerza de torrente
mayor a la que le inspirara la distancia desde la ventana, la misma que sin
mucha dificultad logra ubicar en el pequeño edificio adonde se aloja, es recién
consciente de lo poco certero de las proporciones que puede inculcar la visión
y la distancia cuando no son careadas. El
entonces pequeño edificio tampoco parece tal a la distancia pues es uno
de los pocos que sobresalen sus cimas a un estándar más bien de doble piso en
el común de las edificaciones. Solo el edificio de Naciones Unidas, otrora
inadmisible en una ciudad tan pequeña, cuya construcción ha reunido todos los
estándares de sostenibilidad acorde a la ya sancionada obligatoriedad en el
sistema oficial y gubernativo en general del planeta, aún con los escasos diez
pisos que lo sobresalen del común de los pocos edificios aledaños a la ciudad, parece
un castillo de cristal dejándolo traslucir todo, incluida la hilera de palmeras
que divide las dos torres las cuales apenas pueden distinguirse una de otra desde
esa posición, mientras que una tripleta de aleros solares azulados que a manera
de tejados medievales japoneses bordean a media agua cada una de las torres,
son coronadas por esa suerte de arte callejero implantadas en la “jardinería de
cielo abierto” que caracterizan estos tiempos, entre lomadas que han superado
las barreras de la mera sostenibilidad del techado verde, allá donde si algo
sobran son los colores y la ductibilidad que desata la imaginación.
Pero si
hay algo que abunda y arrecia en los climas tropicales es la impredictibilidad
de sus estados climatológicos, y si algo hacía preguntarse a Eraldo el porqué
de tan poca gente circulando por el puente a tan plenas horas de sol: tiene la
respuesta en el chubasco repentino que lo hace reaccionar demasiado tarde y
temeroso de hacer algún papelón que agrave su situación, retorna lentamente al
pueblo llevando de lado a la bicicleta, apenas deteniéndose un instante para
adquirir un sobretodo que más allá del agua que discurre por su cuerpo, cubra
al menos algo de las miradas de compasión que pueda inspirar su ingreso al
hotel. Sin embargo estando en una época y lugar adonde los patrones comunes de
trato y convivencialidad han sido invertidos al azuzo de un grado superlativo
de homogeneidad de criterios, sin esperarlo se halla de pronto frente al fuego
y con parte de su ropa siendo secada al abrigo de una misma brasa.
Pero no
hay como una afinidad de estados de conflagración compartidos, aunque sólo sean
desde situaciones teóricamente comunes sin importar las jerarquías atemporales,
generalmente lejanas e imperceptibles en el tiempo, para hacer que esta se
materialice al simple azuzo del presentimiento o la mirada intuida, reduciendo
al mínimo las improbabilidades de redundancia de la coincidencia –como la
chispa que la gota dejada al azar entre las grietas del leño, en el momento
menos pensado enciende en lenguas de fuego–. Desde apenas los 90 cm de diámetro
aproximado de amplitud de mirada que le permiten la serie de maniquíes y
vestidos que tiene entre él y una de las dos ventanas del establecimiento con
vista a la calle, no puede creer lo que en uno de los escasos giros de casi
180° hacia la ventana de calle a sus espaldas le muestran sus ojos. Lejana
quizás esta vez de la influencia anímica de su mirada cuando es persistente, o
simplemente imbuida totalmente del embrujo feliz de las dos pequeñas que
parecen arrancharse en teoría las bondades de un mismo peluche del escaparate,
tiene una vez más ante sus ojos aquella mirada que curiosamente, minutos más,
minutos menos, hace 24 horas hiciera que su cuerpo entero se estremeciera con
sus notas y aquella postura levitativa con la que parecía transportarlo a las
alturas más prohibidas del firmamento. Más una tristeza apenas visible al ojo
embebido pronto devuelve a esos ojos a la profundidad de su mirada cuando luego
de una bocanada de humo acerca sus mejillas al vidrio del escaparate.
La
lluvia ha pasado y como vuelven nuevamente las aves a retomar el camino
interrumpido a casa, vuelven también las teorías más guardadas a la mente de
Eraldo, y si bien tiene una vez más capturada entre la suya esa mirada que tanto
buscaba, quizás hubiera preferido ser descubierto y con ello incitado a la
portadora de sus desvelos a mostrarle ese lado sombrío, el más álgido de sus
recuerdos con el cual poner en práctica una hipótesis en esa nueva obsesión por
llegar a extremos no permitidos por la lógica.
por Rodrigo Rodrigo: Octubre 12 de 2011
Estación desamparados
La
noticia de que el concierto a realizarse en la noche de ese segundo día de
conferencia había sido pospuesta para el día de clausura del evento, lejos de
entristecerlo –era la segunda vez en apenas dos días que se frustraba una
emoción tan fervorosamente anhelada y planificada–, el hecho de haber sido
adecuada al “Viaje de reencuentro con el nuevo mundo nativo” del día de
clausura a bordo de la barcaza Euritmia, enardecía más en él ese sentimiento de
plenitud imaginada que incubaba su espíritu, más aun tratándose esta vez de la
reminiscencia a la obra de Beethoven incluida como parte del programa central
de cuya obra era ferviente admirador Eraldo. Extrañamente en ese inicio del
segundo día de conferencia, imbuido esta vez de lleno en el tema especifico del
sistema “Girasol” y sus engranajes, siente una extraña serenidad y conformidad
respecto del evento suscitado la primera noche en Amanhecer.
Luego
de lo acontecido en la noche reciente, tras haber recogido con sus dedos los
rezagos de mirada atrapada en ese aliento guardado sobre el cristal del
establecimiento que lo acogiera durante el chubasco, y ya sin lugar para el
casualismo ocasional entre los estribillos de un mal sueño, y lo que es más,
comprobado como está ya de que puede lograr asumir control de cada movimiento explorativo
cuando los planos argumentales –o su secuencia lógica entendida desde la
lucidez del ser consciente–, pretende desbordar cauces tratando de conducirlo por
escenarios caóticos, aparentemente intentando someter su voluntad: su más reciente
experiencia, esta vez acaecida desde la total anuencia y la predisposición, le
hace sentir la certidumbre de aquel ferviente caminador que sin tener
cuantificado el tiempo que habrá de llevarlo alcanzar su meta, tiene sin
embargo el panorama intacto disponible a sus ojos sobre el cual trazar la mejor
ruta y no precisamente la más corta cuando de sortear una serie de eventos
caóticos naturales se trata, los cuales, no por ser inclementes de alguno de
sus elementos interactuantes, deba serlo también del paisaje entero.
«Es bueno que finalmente haya logrado
superarlo», se dice ante la taza de te frío que ha pedido para el coffe
break sumiéndose una vez más en sus pensamientos en tanto desde una mesa
cercana un grupo de paisanos le recuerdan con señas la reunión acostumbrada al
final de la jornada. Y tan pronto como sus argumentos reclaman ensimismamiento
pleno, una vez más, la escena cálida que ha logrado reordenar sus sentimientos
al extremo de pasar a un segundo plano esa suerte de facultad intrusiva que por
momentos parece querer encontrar arresto propio en su subconsciente –algo que
conforme se adentra más en sus propios recovecos descubre cada vez más firmemente
que va más allá de una simple confluencia de voluntades a través del
pensamiento–, se alza contundente tomando como marco la pequeña mesa y su
reluciente superficie que bajo el baño de la luz natural amplificada por los
enormes cristales laterales parecen arrancharse grados de intensidad lumínica
con los bordes dorados de la taza y los utensilios de mesa.
«Y ni siquiera fue necesario capturar su
atención», acota complacido
mientras, cual si atrapado entre las secuencias de un banner anunciando las
bondades de un viaje de vacaciones en alguna azulada isla, la escena paralela
de las dos niñas brincando sobre la cama contigua formando un trío con un oso
de peluche; y la de la madre, que con la sien recostada en el brazo del marido que
repasa algún tema personal en su computador personal, lee el último capítulo de
la noche de Una noche de verano, se
repite entre cada sorbo de te que lentamente invaden sus papilas rompiendo en sonrisas
cada vez que las gemelas fingen perder el equilibrio provocando el sobresalto
de los padres hasta que las luces se encargan de poner en pausa tanto imágenes,
sonidos como pensamientos, acaso hilvanadas – como en un argumento filmográfico–,
por el baño de luz, el enfoque visual y la memoria dormida.
Con la
curiosidad al límite, de tener una vez más ante sus ojos, o diremos mejor ante
los ojos del cristal tridimensional que como un mecanismo virtual por momentos
parece querer tomar control de cada movimiento que se suscita en un escenario nuevo
en el cual no es raro que se sienta extraño y torpe –como esta vez en que como
un zoom su mirada es llevada en retrospectiva hasta los ojos de la mujer
pudiendo auscultar aun los bordes de un lunar disimulado entre sus cejas–,
apenas puede musitar “No ha cambiado un ápice”, sin protestar, pues sabe que el
lente apenas ha intuido sus intensiones; más, si alguna conclusión había de
sacar de esta segunda experiencia sobre la almohada, y eso lo había comenzado a
entender desde la tarde del último avistamiento, era que estaba ante algo
innominado sobre cuyo tratado estaba apenas discerniendo incidencias de un
capítulo introductorio.
Si su
teoría le decía que había que hacer arreglo de toda una situación enlace en la
cual se careasen los pensamientos a través de la plena consciencia –en este
caso un cruce de miradas como requisito primordial para entablar contacto y establecer
un trasfondo específico temporal y geográfico hasta donde ser “arrastrado” por
una vorágine telepática atípica en la cual era el pensamiento post-consciente el
que tomaba las bridas de la rutina–; el ser transportado hasta los confines de
un año y lugar que no ha vivido, menos conocido, solo a partir de una mirada
ajena y sobre todo in presente en cuyo cabo, sintiéndose por algún momento
desconcertado supuso apenas haber cambiado de escenario pues creyó ver a una de
las niñas jugar solitaria en el cobertizo de un inmenso jardín en tanto una
copiosa lluvia sacudía los rosales colindantes: solo estando seguro de estar
ante una visión retrospectiva de la propia mujer cuando niña, pudo recién tenerlo
claro e inferir que, aun cuando había tanto más por explorar en todo lo que le acontecía,
aquella bitácora de viaje –azarosa y perturbadora hasta hacía apenas unas horas
atrás en que con tanta dificultad lograra conciliar el sueño–, mostraba de
pronto un lado excesivamente dúctil y fascinador como para solo ser utilizado
en buscar verdades o recomponer conciencias omisamente inmaculadas, y eso, en
lugar de entusiasmarlo o ensoberbecerlo lo estremecía más y más cada vez que
arriesgaba alguna hipótesis disparatada sin mucho molestarse en descifrar si se
trataba de escrúpulo o ansia escondida.
Solo
ese silbido peculiar de aves canoras en pleno concierto con el cual se da aviso
del inicio o reinicio de las exposiciones, casi, casi pretendiendo oportunamente
conjugar aquiescencias con los cursos de sus pensamientos, lo hacen volver en
si de pronto y sorber de un bocado los restos de líquido de la taza saliendo
apurado rumbo a la sala “E” del complejo.
La
reunión de trabajo al final de la jornada es esta vez más ceremoniosa que la
víspera pues a ella asiste la propia presidenta de la república y siéndose como
es una ecologista a ciento por ciento, como es natural, las probabilidades de sentar
las bases estructurales del sistema de pilas de hidrógeno en los propios sistemas
de transporte metropolitano del país antes de terminar su mandato, es el tema
sobre el cual gira la temática de la conversación sin dejar de sorprenderlo su
ya consabida disposición por los detalles cuando inesperadamente Eraldo es
consultado sobre el tema que lo trae a la cita máxima.
Es una
mujer afable en el sentido estricto de la palabra e imbuida de los temas a los
que inmersa sus hilos de conversación, y eso lo demuestra cuando luego de abrir
el diálogo mostrando su conocida vena coloquial al hacer una breve semblanza al
origen peruano del emblema ecológico mundial en el que se ha convertido la flor
del girasol, los detalles técnicos fluyen entremezclados con las probabilidades
de ir mas allá en esa búsqueda por lograr afianzar cada vez más el tema de
inclusión a través de la factibilidad de una mayor disposición de parques
solares en las zonas más aisladas del país.
« ¿Sabían que hasta hace apenas una década
todavía existían pueblos incomunicados en las regiones más pobres del país?_ dice enfrascándose en sus
conocidas reflexiones “des-comadas” como le conoce la prensa_. Lógico, cuando
a falta de noticia polvorienta la televisión no llega, o simplemente no cuentan
suficiente los votos, para que preocuparse de ellos. Hoy el mapa vial ha
cambiado ostensiblemente pero hay que tratar también de adecuar costos. ¿Han
visto la infinidad de parques solares que hay aquí a lo largo de las autopistas
principales? Pienso sinceramente que se abre un portal del antes y el después a
partir de estos tres días, algo que marcará el inicio de una adecuación masiva
a un sistema económico también pertinente para nuestros países, del brillo y del
silencio como prefiero llamarlo cuando encuentro analogías en el nuevo diseño arquitectónico
natural…»
Es
sorprendente como el cariz de una simple conversación puede remover de plano toda perspectiva de viaje cuando los ángulos de
prioridad se invierten o simplemente se disloca toda intención consuetudinaria de
la perspectiva desnudando en una segunda vez una serie de axiomas visuales
hilvanados por ese nuevo hilo del pensamiento apenas desenlazado. Pasadas ya
las 7:00 p.m. camino ya de Aracatuba y sus oropeles nocturnos hartamente
divulgados en los apartes de la convención, los innumerables parques solares
que saludan con su reflejo azulado el paso arrollador del expreso silencioso,
le dan un panorama existencial al paisaje de esas horas de la noche que parece
fusionarse con el firmamento y su lienzo estrellado pleno de distractores
visuales ausentes conspirando con la escasa iluminación.
Una vez
más con esa intensidad rojiza colándose por la ventana anunciando el final de
un día tercero de estadía en Amanhecer, si bien más calmado que la víspera, el
leve sopor que abrumaba sus ojos tras el ordenamiento de apuntes en el sistema
y la remisión del informe del día, –a sabiendas de que el viaje de reencuentro
no le permitiría el tiempo necesario para conocer algunas ciudades importantes que
tiene Eraldo registrado en su agenda–, una repentina evocación a la Ipanema que
tanto se comenta en las charlas de café, adonde se dice, una nueva generación
de poetas naturalistas ha establecido su guarida reciente, lo haría tomar su
chamarra una vez más por las rutas del hidrógeno pero esta vez si con escala en
la capital de esa nueva principal región metropolitana brasileña.
No en
vano se ha catalogado a Aracatuba como una paradoja a la modernidad de estos ya
cuasi inicios de la 3ra década del siglo que por fin parece comenzar a
consolidar la rúbrica que habrá de identificarlo en el confín de los siglos. Si
bien el rótulo de ciudad principal en Brasil le llegara apenas unos años atrás,
tras su designación como sede de la conferencia, habiendo crecido desde
entonces en especial en el rubro de construcción y servicios, un halo característico
que tiene sus orígenes en ese vínculo ancestral con la tierra, el ganado y la
vida rural –con sus tradicionales concursos bovinos y agrícolas siempre tomando
protagonismo en cada una de sus celebraciones–, ha sido desde siempre en hilo
conductor de una original tendencia en la abrupta evolución de crecimiento
urbano de la región, que si bien va acogiendo paulatinamente los enunciados de
sostenibilidad que impulsan los nuevos tiempos, con el uso racional del
espacio, la luz y el ahorro de energía compitiendo “bucolicidades” con la
vegetación colindante y sobretodo con el diseño basado en la línea –su
conjunciones y asimetrías–, como
estructura conceptual de las edificaciones: un aire provinciano y acogedor que
se respira en las formas de sus tejados de dos, tres y cuatro aguas, dan la
impresión –en las actuales circunstancias–, de haber accedido a un espacio vital
paralelo visto desde una dimensión panorámica global de la actual Sao Paulo o
la propia vecina cosmopolita de Río de Janeiro, traduciéndose el efecto en las
acuciosas y embelesadas miradas de los viajantes en el breve recorrido urbano del
transporte antes de irse a depositar muy suavemente en una de las estaciones de
ese gran complejo pleno de luces y de movimiento.
Un
coincidente levantar de cejas mutuo sorprende a Eraldo con la mujer de la
hilera opuesta de ventanas tras el juego largo de bulliciosas bocanadas de aire
de las compresoras del bus que junto con el murmullo que se cuela desde el
exterior, son lo más ruidoso que han oído en todo el viaje. “Después de tamaño
espectáculo ya debiéramos irnos todos a descansar…”, parecen confluir sus
pensamientos mientras una vez más coinciden rutas tras ese salir atosigado de gente
de las puertas del bus.
Como
dos golondrinas a-estacionales pretendiendo esta vez no dejar que la plena
primavera que se vive con intensidad entre los grupos de personas que se
dirigen hacia las diversas puertas del terminal, pase sin haberlos permitido
anunciar su llegada en solitario, sus manos apenas separados por un
imperceptible espacio de segundos se cruzan con la sensación de la última ficha
en el bolsillo prestado repitiéndose en ese coro atropellado con el que recitan
sus nombres.
Cuantas
probabilidades hay en el mundo que una persona conozca varios idiomas excepto el
Inglés. Más en estos tiempos en los que el bilingüismo de las generaciones de
la era de la globalización ha puesto casi en jaque a la propia hegemonía de las
lenguas nativas.
«Es el trabajo_ dice en buen español la agraciada mujer con
un marcado rasgo latino en su, a todas luces, procedencia europea que no debe
tener más de 30 años_, 28», acota
sorpresivamente ella causando un repentino estremecimiento en Eraldo que muy
pronto se afana en disimular.
«Conozco esa mirada en los hombres. Te estás
preguntando cuantos años tengo, tengo 28 años incluida las deducciones».
Más la
amplia avenida se abre de pronto ante ellos una vez alcanzada la superficie de
la calle, y aunque el protocolo y una pizca de orgullo los invita a ambos a
volver a cruzar manos guardándose para sí los vacíos quedados en la escueta
conversación, un extraño sentimiento apenas destinado a las separaciones temporales
o duraderas que suelen exacerbar las estaciones terminales los detiene
cogiéndolos desde la copa del cuello como a dos títeres, confrontándolos una vez más de forma atropellada
y apurando en ellos una frase, la más oportuna, mientras despiertan sus rumbos
inciertos aquellas desconocidas bocacalles en medio de un marcado entusiasmo de
sus transeúntes.
«Hay en estos momentos un concierto en Barrio
agreste, y…», balbucea
ella a sabiendas de que si él le ofreciera la antes mano no tendrá más remedio
que asentir y callar.
Hay
silencios que lejos de incoar al vacío a arremeter y a someter como condición
inmanente de su asentimiento como tercer acompañante –o como es el caso del
viaje apenas terminado, incitar más a un predominio como requisito previo a un
regocijo quizás mayor–, adaptan sus contornos al momento más resquebrajado del
espectro sensorial cuando, amputados sus extremos tanto lienzo, paisaje y marco, cada uno desde una
perspectiva propia, viéndose de pronto discriminados sus vínculos de su propia
atmósfera que hacen patentes sus discontinuidades a la par de sus también
silenciosos pedidos de auxilio, y fusionados con la sombra en el tenue pálido
de la pared vacía: hacen uno al brillo con el desapercibimiento, a la luz con la
penumbra, o a la muchedumbre con la soledad.
Quiso
decirle que algo muy especial lo había traído a Aracatuba y no era precisamente
un concierto de Rock, menos de un grupo que jamás había oído nombrar, más, de
que serviría pensó Eraldo, darle gusto al anoche cuando en su búsqueda
insaciable de cada milímetro de calor que intrascendente deambule por sus
riberas desoladas dispuesta está a devorarla en complicidad con el frío así el
fuego de su núcleo irradie tanto o más flama que dos o más leños extinguibles... Continuará.
por Rodrigo Rodrigo: Enero 05 de 2012