No hay ninguna ley que prohíba embrutecer a la gente

Vivar Saudade, Capítulo 4 [Feb 12/2017 - Págs:138-141]


Nuevo ingreso: Febrero 12 de 2017

Capítulo IV

La palabra: ¿esclavitud o emancipación?


Amor, perdón o la anfibología del acto humano


«Llegada la noche en el derrotero del ser humano, perdón, perdón, se oye entre sus ciénagas camineras, en tanto con el negro fango rebasándole la barbilla, apenas a unos pocos pasos de donde inmóvil y con los brazos extendidos, cual si una cruz invisible templara sus brazos y a sus pies alguna víctima del dolor tirara con imploro, sus ruegos parecen evadir los impasibles oídos de los peregrinos que apuran el paso entre los pastos iluminados del corto trecho restante hasta el poblado próximo».

«Entre tantos y perturbadores gemidos que se alzan desde ambas penumbras laterales, minúsculos y casi inaudibles parecen los que asienten: “Fui yo, y no lo volveré a hacer, sea Dios tu voluntad”. ¿Será por eso de la aparente indiferencia del ocasional transeúnte de las horas inoportunas? ¿O de su intencional sordera ante el ensordecedor pedido de ayuda en el que aquel: “Yo no fui, fue el demonio el que me tentó”, avasalla el hervidero? Sea por el simple temor a los arrabales de la noche o a las arterías de sus merodeadores; sea por aquel inaudible griterío desatado sumado a la invisibilidad de la presencia espectral de nuestras más reputadas supersticiones concedida como coraza preventiva al ser humano: nada parece abstraer a aquella fija mirada en el halo de luz que se alza en el horizonte que más y más aprisa la silueta sigilosa».

«Amor y perdón, tiro de palabras de un mismo carruaje que usadas en el verdadero contexto semántico del deber y el valor debieran apenas llenar los vacíos íntimos que el ser humano va socavando en si mismo en el transcurso de su insubordinada vida, como siempre, como cada paliativo prefabricado inventado para atenuar las culpas que va acumulando durante el señorío de la alforja tocada de arrastrar; pesada o ligera; traidora o fiel amiga de andanzas; siempre potestativa, espontánea. Como la existencia de un infierno extra-adjudicativo inventado al alma para la impunidad de la carne, que, como todo artificio humano destinado a evadir los mandatos divinos —la auto-absolución a toda costa—, termina involucrando y convirtiendo a terceros, ajenos protagonistas atemporales de también propias historias que sufragar, en los extras ideales de lo más inhumano de las historias jamás contadas con quienes atenuar grotescos protagonismos y horrendas culpas».

« “Oye tú, así como tuviste el valor de caminar senderos prohibidos y de sorber frutos y néctares indebidos, mezquinamente habiendo negado toda posibilidad de compartir sus delicias paganas con el prójimo; o tú, que en el más execrable acto de desafío a la voluntad del que dice regir tu misión en estas bajuras, supisteis no solo encontrar un perímetro aparente para el disfrute del fruto prohibido fortificado aun para los ojos del que todo lo ve, si no a los alcances de su propia ira: ahora asume tu culpabilidad con igual valentía e individualismo”, le diría la verdad a la soberbia ante el unísono y encubridor pedido de clemencia que su altivez y ausencia de arrepentimiento subraya en fosforado rubor. Más, si aquel peticionario endémico quisiera oír esas campanitas cardenales que se recitan con tanta o mayor frivolidad en los confesorios, si acaso me correspondiera a mí decirlo, le dijera: “Si te perdono, porque así me lo pide la humildad de mi alma siempre en busca de paz para mis andrajosos huesos” ».

« ¡Pero ve a rendir cuentas de tus actos!», acotaría sin reparos mi sentido de supervivencia de viva especie racional. Y es que el perdón no es una bendición multitudinaria condicionada al mejor postor, es una atribución personal usualmente supeditado al grado de bondad y entendimiento de cada ser humano, por eso su abismal distancia y antagonismo con el sentido de justicia que ese mismo ser puede albergar en su seno, sobre la cual inciden factores más racionales que en lo conductual delimitan las condiciones mínimas de una convivencia colectiva que no privilegia ni exceptúa. Primero de un sentido de justicia que verdaderamente halle el verdadero equilibrio entre la falta cometida y la condena. Segundo, que en su sentido más solidario, la justicia prevenga de una reincidencia y una culpabilidad que afecte a otros en su círculo vicioso, de la errada noción justicia-perdón tan terrenizada, de cuyo ámbito pernicioso obviamente el que daña y no compunge, no es consciente de su disparidad y atrocidad semántica. Si acaso lo fuera, el arrepentimiento, una decisión tan íntima como el propio perdón, bastaría para sentir la serenidad del ser perdonado, aun cuando le quede y le quepe todavía a la carne, padecer los rigores de la ineludible justicia terrena». 


¿Y el amor?


«El amor, el otro subterfugio muy utilizado por el humano para saldar los desmanes producto justamente de su privación, no es casual que sea la palabra más utilizada para la perpetración de su más vil antonomasia, y dejada como una conmoción, su nobleza, para el final de historias de toda una cadena de acontecimientos adversos a su propósito. Solo el que es capaz de amar también lo es para el perdón, y aquí volvemos al principio, a ese precepto que rige el ordenamiento del amor universal, el bien del otro, su búsqueda de preservación y perseverancia ante un mal también superior cuando éste se convierte en una amenaza colectiva».

«Sin embargo, a diferencia del perdón que es capaz de aflorar como una respuesta a la bondad, acaso como una simple y sola llamarada que alguna ventisca invernal la devuelve a un estado de latencia interrumpida, el amor es una condición humana que se cultiva en el tiempo y como la semilla permuta, y debe acaso esperar ciertas condiciones de fertilidad para volver a germinar sin nunca perder su latencia en el intervalo. Menos transmutar en odio. ¡Que analogía de la ignorancia!».

«Transmuta el amor sí, pero en su necesidad de arraigo, de su perpetuación tras el final del cortejo y la consolidación de la fusión, y para ello no duda en dejar de lado el ovillo y la coraza de la individualidad y traspasar las fronteras del exclusivismo en su búsqueda de un sentido más holista de su percepción. Todo esto, en tanto un hálito de consideración surquen los aires del hábitat. En tal escenario, falsea quien le atribuye antonimia del amor al odio, o peca de ingenuidad sospechosa. Salvo que quiera decir desafección, desamor o simple despecho, dolencias todas, las cuales por su volatilidad ante lo profundo, no califican para alcanzar a ser la antípoda de ese algo tan esencial tras el espejo sinuoso, en especial cuando se trata de amores tan inconmensurables como el prodigado a ese otro, el prójimo, el cual desborda todos los límites del tantas veces estigmatizado amor mundano».

«Por ello, ya desagraviado el amor y puesto en el contexto más intrínseco de su contextura representativa y atributiva respecto del perdón, no queda ya sino hacer esa única apología capaz de ser inmune a los rigores de la ley o por lo menos de los prejuicios que tanto esclavizan al ser humano. Y hablar de ese único acto impetuoso que no piensa, actúa, y a la vez trasciende. Que no delibera ni analiza los pros y contras, solo procede, y atina. Aquel que es capaz de dejar todo de lado y enarbolar la sola bandera de la reciprocidad en el cenit de su reivindicación, pero no como una condición a su entrega, si como una compensación a tanto sentimiento recibido, no necesariamente usufructuado en su totalidad».

Desamor-injusticia-rencor


«Amor-justicia-perdón, que si quisiéramos representarla gráficamente la relación, la bosquejaríamos como la dama tomada de la mano de sus dos criaturas más amadas; y si la quisiéramos ver realmente reflejada reinando en el hábitat imaginado de nuestros más vislumbrados días cualquiera: a otros menesteres de crecimiento y desarrollo humanos fueran destinados nuestros esfuerzos, hoy perdidos en aras de emerger de los atolladeros en los que nos hallamos sumidos ante la dislocada interpretación de la triada diáfana».

«Sería aburrido, dirían unos, no tener contra quien lidiar en defensa de unas inexistentes víctimas. Es utópico intentar hacernos a todos iguales, dirían otros distorsionando muy profunda o muy socarronamente el sentido de la diversidad y de la libertad. ¿Qué tiene que ver el ser con el proceder? Y yendo más atrás: ¿Qué tendría de aburrido, gracias a la liberación de manos de estos tres prisioneros de las antítesis de la condición humana: la injusticia, el desamor y el rencor, tener más espacio para el desarrollo de la mente, solo por citar una de las deudas que tiene el ser humano en el uso de su inteligencia y todo lo que hoy no podemos siquiera imaginar pueda ese solo hecho acarrear como integrantes de un universo que, gracias a nuestras limitaciones en el ingenio y de espacios de confianza básicos para su desarrollo, desconocemos profundamente?»

«Pongamos los pies sobre la tierra y reconozcamos que no solo nos hemos estancado en nuestra función de coexistencia como seres humanos, sino que hemos involucionado hasta niveles por debajo de los estándares de un primitivismo originario cuya precariedad racional justificaba su impiedad. Hemos fracasado como seres sociales y nos hemos enfrascado en una pugna insaciable por darle al dinero un valor innecesariamente predominante en nuestras vidas. Hábitat suficientemente fértil para la maduración de las lacras que hipócritamente clamamos combatir, como la explotación y el despotismo; la corrupción, la iniquidad, la intolerancia y la xenofobia, en suma una misantropía generalizada que junto a aquellos tan temidos carcinomas de fe, como son los impunes privilegios de los pecados de unos respecto de los otros ante los ojos de Dios, hace tiempo debimos ser objeto de su furia. Ofensa de ofensas; insulto de insultos, insinuar sin confesarlo, la vista gorda a la medida de las más viles de las intenciones terrenales de un creador».

«Hemos perdido la fe a partir del fracaso de los propios comisionados de su custodio por el simple hecho de no haber estado ellos a la altura de tan insigne pero a la vez humilde y sencillo encargo. De ser un santuario a la obediencia y a la espontaneidad del alma, legados del enviado, y de ser guardianes del riesgo, el desafío y el sacrificio, en principio para consigo mismos, la principal demostración de fe de sus primeros custodios: los jerarcas de hoy, tentados y embaucados por el verbo ambiguo y los fulgores del oropel del becerro entre sus más urdidas hipocresías, nos han llevado de las narices a reverenciar la opulencia y la magnificencia de un misterio doctrinal hoy en el pináculo más inaccesible de su ocultación. Y con el, con sus muy humanos sentidos avariciosos y de poder, y los desenfrenos y colusiones con los que han afrentado y enfrentado a los designios del hijo, que hoy más que nunca debe realzar su no imagen y semejanza con el padre: nos han obligado a una retirada estratégica y a un recuento de sobrevivientes antes de retomar la cruzada y enmendar la senda»
, refuta el padre Juan al concluir la homilía de un domingo cercano a las fiestas de advenimiento.

«Cuanto me alegra que esta pequeña morada en principio forzada y perseverada para apenas sincerar el mensaje, sirva entre otras cosas para demostrar que, apartada la hipocresía hacia el regazo impostor; la mentira, la manipulación y el apañamiento, hacia el de la ilegitimidad y la desobediencia: la fe que siempre estará latente en el espíritu humano, aun si este no fuera consciente de su manifestación, es capaz de aflorar una vez halladas las condiciones de fecundidad. La aquiescencia, la fertilidad y la oportunidad. La presencia de varios de los miembros de la plataforma ciudadana de este pequeño gran prototipo de mundo alterno que parece haber sido extraído de algún vestigio de literatura romántica dejada olvidada en las inmediaciones de algún manantial escondido, y cuya concurrencia, al menos en principio, estimula a este humilde recinto de tan necesitada hermandad, en lo personal me llena de esperanza. En lo colectivo, me alegra que en medio de tanta actividad deliberativa de búsqueda de contrapesos a los totalitarismos del ser humano, hallen un espacio para la reflexión y alimento del alma en evocación de esa existencia provista y abundada por un ser superior que ya podemos estar seguros, repito, tiene todos los rostros del universo, excepto el nuestro».

«No culpo a quienes han debido construir su propio santuario en lo más profundo de su corazón para no ser cómplices de este menguante que va destino de una nueva extinción para la humanidad y a tantos ha sumido en el eclipse total de la incredulidad. Confieso ser yo uno de ellos. Pero estando aquellos que a pesar de todo, de la incomprensión lectora del evangelio de nuestros jerarcas, de su adaptación forzada a las bifurcaciones de su fe, necesitan sentir en el silbido del viento la presencia del pastor que argumente sus ofrendas, haciendo oposición a esa ceguera y distorsionado sentido del poder divino y su direccionamiento y acertamiento en el sentido más opuesto de ese bien, sus sinuosidades y de esa distancia exquisita que señalan las escrituras: es mi deber, aun en plena tempestad, asistir a ese lado genuino del conflicto que como obstinación subyace y emerge siempre aun en medio de la ambigüedad y la duda de los tiempos aciagos. Tempestades todas costeras y asoladoras, plenas de peñones y acantilados que hoy después de tanto y de tanta irrealidad; de monstruos y de mares de sargazos que creímos extintos en la edad oscurantista y en cuyos campos de batalla, a ustedes los especialistas en las lides terrenas, siempre atañó el librarlas desde sus propias plataformas de resistencia de rescate del cuerpo, de ese nuevo opresor, de ese nuevo poder que la perversidad, la codicia, la corrupción y la impunidad alimenta: es nuestra esperanza que ambas vanguardias, la del espíritu y la del cuerpo, vuelvan a hacer de esa odisea del valor humano, una conjunción con las lides del espíritu en una resistencia compartida de esa ahora imprescindible supervivencia llamada humanidad.» 


Continuará...

Escribe: Rodrigo Rodrigo

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