No hay ninguna ley que prohíba embrutecer a la gente

Vivar Saudade: Dossier 1: ¡A que no votas por mi! (Entrevista)

¡A QUE NO VOTAS POR MÍ!
Por Jacinto Wankalaya

Jacinto: “Da la impresión de que lo que Ud. buscara fuese totalmente opuesto a lo que cualquier candidato pretende despertar en el elector. Afinidad, simpatía…”

Pedigrí: En principio Ud. inicia mal la entrevista al asumir de mí como un candidato común y corriente, en el sentido menos peyorativo del término, claro está.

Jacinto: El título con el cual plantea el tema de las postulaciones en su página web; los términos en los que expone no solo el problema de la conducción del poder sino también los modos de acceder a él, dan la impresión de que los cambios que quisiera no son solo en las formas de llevar las riendas, ¿no son acaso las de un pretendido postulante a la presidencia?

Pedigrí: ¡Por supuesto que no! En principio, dudo que Ud. haya visto alguna foto mía pegada ostentosamente sobre alguna fachada visible, de mangas de camisa remangadas, corbata aflojada y una mirada incólume en el rostro. Pregunto, ¿Qué fue que lo motivó insistir en esta entrevista

Jacinto: Bueno, pero tampoco tuve que insistir tanto…

Pedigrí: Ah, pero recuerde que no fue precisamente porque yo tuviera una necesidad de ser escuchado por otro canal que no sea el que la curiosidad y la incomodidad despertara en los “interesados” en tanto dos supuestos de una misma hipótesis eran comprobados.

Jacinto: Ah de eso se trata…

Pedigrí: Así de simple. Hay dos verdades en el sentido de su presunción sin embargo, que merecen la pena ser relevados.

Primero, aquella no siempre nefasta emoción primaria con la que si bien una “impresión” ajustada con precisión a las curvaturas de su propio molde es capaz de conducir al hombre en sociedad hacia la más loable de sus hazañas colectivas usualmente reprimidas por una insuficiente guarnición de imágenes que refuercen las miradas demasiado familiares de su habitualidad: en su estado menos considerativo y banal, aquel episodio perceptivo extremadamente frágil que es la impresión, una vez mutada de forma artificiosa en afirmación colectiva puede, ante los ojos crédulos y no siempre minuciosos de las multitudes, muy bien operada por manos bribones, ser capaz de convertir la más execrable de las fechorías en eminencia y generosidad, y la más sórdida de las ambiciones en el acicate anhelado con el cual dar solución a problemas álgidos mayoritarios cuando, exentas ya de aquella imprescindible garantía reflexiva que solo la libre variedad de puntos de vista de una sociedad equilibrada e individual y espontáneamente democrática avala, logra la indecencia tomarse en vilo la credibilidad del pueblo
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La otra afirmación, aquella siempre especulativa “ansia de cambiar”, fiel a los edictos de toda presunción no está lamentablemente adscrita a los solos deseos personales así fueran estos los mas loables y sinceros. Despojada de la ambición individual que la propia ansiedad connota cuando es regida por emociones “no vinculantes”, hace mucho nos hubiera llevado a convertir nuestra nación en la potencia que con tanta naturalidad nuestras palabras evocan cual sueño concluso y genuino en cada despertar aun a sabiendas del hilo argumental truncado; aun con la certeza incuestionable que bajo la versión yuxtapuesta sobre el espacio en blanco, el relato en bajo relieve más bien concluyera que jamás lo lograríamos de la forma en que la buscamos.

Hablamos de comunidades regidas por normas y usos que mal o bien nos mantienen con los cauces elementales de entes civilizados cuyos cambios deberían también darse a partir de tales lineamientos formales y no desde la singularidad de alguna mente próvida que no por ser cuidadosa de detalles que otros ojos no suelen o prefieren no ver, tiene la dimensión y por ende la potestad de trasponer vallas directrices que todo proceder civilizado exige en sociedad. Todo ello sin menosprecio de otros vacíos acaso más notorios y contraproducentes que se generarían en ese lado más ponderado pero a la vez más “perpetrativo” y escaso de la sociedad en cuya específica función solo su libre albedrío “no oficializado” garantiza objetividad y confianza.

Jacinto: El famoso “outsider”…?

Pedigrí: Outsider que no garantiza nada cuando es la sana intención, en el mejor de los casos, el único argumento doctrinal, estatutario y programático que lo avala. Eso sin desmedro de alguna cualidad de liderazgo con pretensiones de marcar aquella huella que tanto se echa de menos en el político de hoy. Cualidad que exige fundamentalmente respeto de todo lineamiento democrático por muy imperfecto que este parezca y ante cuyo reto por transformarla no basta abdicar a una confianza noblemente depositada con tal de rebatir estados de ilegitimidad que el inminentemente siniestro caudillaje, solo agudizaría, cuando no tarde en asomar su verdadero rostro teñido ya de intolerancia y licencia universal para todo, incluido una arbitraria forma de interpretar las leyes, tantas veces ilustrada con desdoro por la historia.

El liderazgo es señalamiento, es advertencia y es ruego anticipado cuando los mapas parecen disentir de su función clarificadora señalando marañas ilegibles capaces de ser pasto de los más perdidos parajes y peligrosos caminos. Cualquier destino equivocado, así a partir de tantas prerrogativas que brinda la previsibilidad y la cautela del ojo avizorado: diga lo que se diga post evento, nunca será culpa de unos sentidos que fueron forjados para ver y seguir viendo y que con desprendida lucidez un día cualquiera hicieran día soleado de la ruta brumosa.

Jacinto: …los supuestos, cuales son si se puede saber…

Pedigrí: Bien, partamos primero de que somos sujetos “promediales” estadísticamente hablando, para no ofendernos mutuamente, o en el caso de los que no tienen el privilegio de opinar y ser oídos a la vez porque el brazo del medio o el radio de su frecuencia no es lo suficientemente largo para alcanzar a ser escuchados, para hacerles sentir esa dosis de inclusión aunque sea formal, nominativa, que los haga parte al menos de las estadísticas.

Pretendo probar por un lado, que el elector hablando en términos de equidad, es poco afín al contenido de las propuestas que presentan los candidatos por eso el poco esmero de estos en hacerlo didáctico, veraz y sobretodo alcanzable, contribuyendo por lo tanto irónicamente, en la insinceridad e insidia de las verdaderas intenciones del candidato. El porqué no es parte de este análisis, más sí aquel “solo sí” del político cuya función didáctica ha sido hábilmente trocada por un desvergonzado aprovechamiento ante un desliz popular. Salvo alguna medida demagógica que en su desesperación por pescar votos anuncie con estrépito algún candidato desnudando una atrofia imaginativa y transmutativa de su función en una realidad que exige acciones básicas de reordenamiento del Estado, nada más llamará la atención del votante que pueda augurarnos ese amanecer idílico que con diversos grados de incredulidad, todos anhelamos pero que ya desde la etapa pre-electoral también nos encargamos de convertirla, así con tanta anticipación y alevosía, en frustración post-electoral.

Jacinto: Pero eso no es novedad…

Pedigrí: Es cierto, pero házselo entender al pueblo; a ese sector frágil de ser seducido por una sonrisa “encantadora”, un rostro impostado o alguna nostalgia extra-temporal maquiavélicamente muy bien guarecida y adaptada por la pusilanimidad y un ejercicio minucioso de cuadros compulsivos de amnesia . Que es lo que se está diciendo en estos momentos, que no se haya dicho al final de quinquenio anterior o finales de la década de los noventa, especialmente en esta, marcada para siempre en la retina de la decencia política y social del país, y que se está obviando en el debate también, si lo hay, sobre aquellos temas de estructura que son fundamentales ante los procesos evolutivos e involutivos de las sociedades y de sus instituciones. Cuantos electores se toman el trabajo de revisar propuestas que no sean influenciadas por alguna dosis de prejuicio o encono, o inducidas por los sondeos de opinión quienes son al fin y al cabo los que manejan las campañas de los ‘favoritos’ con sus irrupciones ”a delíberi” siempre marcando un sospechoso sesgo a favor del cliente.

Jacinto: Pero el problema, más que un desconocimiento de propuestas, no es quizá la poca disposición del político a hacer frente a los principales desafíos que requiere el Estado, llámese reformas, corrupción, meritocracia…

Pedigrí: ¡Eso! Precisamente eso es lo que pretende demostrar el segundo acápite de mi hipótesis. En realidad no existe, o no ha existido hasta el momento, convicción para resolver problemas fundamentales básicos para que la función del Estado fluya, si es verdaderamente una relación de coexistencia con la modernidad la que se pretende, y a ese ritmo se vayan acoplando de buena gana o a refunfuñones sus demás piezas entre los cuales nos encontramos nosotros los de la sociedad civil tan necesitados de referentes que nos brinden confianza e instauren el respeto al derecho, a la entidad pública, por un lado, o simplemente sirvan de ayuda para enmendar conductas inevitablemente amoldadas a las maneras y vicios coyunturales de los últimos tiempos.

Los espacios de poder, los privilegios, los sujetos incómodos, el espionaje político, todos ingredientes de la mal llamada “ guerra sucia”, serán prioritarios no solo en el seno de los partidos sino en el entorno público destinado a servirle de soporte publicitario. Todo excepto una expresa voluntad de que sus propuestas lleguen abiertas y valientes a la gran mayoría de electores; todo excepto aquella ya “anacrónizada” convicción de que los votos que necesitan se ganan convenciendo precisamente con propuestas novedosas y creíbles, que marquen una diferencia relevante con un estado de cosas a la cual reconozcamos causa de nuestro atraso pero que preferimos soslayar pintándonos a nosotros mismos paraísos ficticios; olvidando que hay toda una barrera de mediocridad a la que hay que derribar para salir de ese estado de ensoñación que en tiempos eleccionarios desnuda lo más salvaje y egoísta de nuestro estado de subdesarrollo anteponiendo nuestra necesidad individual de “preparar” o” recuperar”, según sea el caso, aquel espacio perdido que ya nos corresponde ocupar en la nueva escena política.

Somos críticos, nos rasgamos las vestiduras ante una corrupción que al parecer no queremos desaparezca. En su momento, desde la otra orilla nos convertimos en la última palabra de la dignidad humana señalando con reciedumbre cual si fuese nuestro índice la punta de una espada, y el acto corrupto el blando tejido de nuestro enemigo más acérrimo que hemos de extirpar desde sus raíces en aras de la supervivencia; pero, cuando es momento de, con nuestra sosegada convicción, sembrar los correctivos para que ese tumor no vuelva a ser una amenaza, actuando como actuaría el justiciero que llevamos prisionero dentro: reflexivo, preventivo y sobretodo desprendido de todo acto personalista, precisamente en una época tan de coyuntura como la electoral que es cuando el Estado-paciente requiere también de un blindaje contra cualquier intento de contrarresto nocivo, pregunto: que agrupación política o soporte político o ala de la sociedad civil crítica está promoviendo con la suficiente firmeza que requiere una cruzada, un debate para combatir esa corrupción que con su estructura vetusta y amañada el Estado necesita a gritos se le plantee e incorpore de nuevos puntales que no sean las simples tomaduras de pelo meramente figurativas; o acaso nos creemos aquella frase tan poli funcional del “hecho aislado” y su respectivo edicto final, también aislado, que solo haga leña del “árbol caído” en tanto se perpetuán los males ya devenidos en estructurales…

Jacinto: …El tema de la corrupción merece un acápite importante que retomaremos más adelante. Volviendo al tema inicial que nos congrega, siendo la ciudadanía poco afín a la lectura, de planes y proyectos muchas veces elaborados de tal forma que, más que un deseo de transparencia y buena fe, pareciera no tener la más mínima intención de ser entendida. ¿Cómo hacer en casos como estos para que el elector pueda tener un cariz más cercano a la intención del candidato, si de ante mano sabemos que no se dará el trabajo o no tendrá las herramientas o el estímulo necesario para acceder a dichos documentos cuya penosa búsqueda curiosamente hoy en día la internet ha abolido?

Pedigrí: Así fuese muy didáctico un proyecto, nunca será suficiente si no tenemos un perfil mas bien subjetivo de la conducta del candidato cuyo resultado pueda ser incluso mas importante que su foja de servicios y el propio proyecto en sí aunque a simple vista parezca muy novedoso y esperanzador. Es más sencillo de lo que se cree. Basta ver cuan capaz es como persona para objetar ciertas tendencias que a ojos de la opinión pública representan los ejes nocivos que entorpecen la buena marcha del Estado.

El buen político pensará en ello a la hora de buscar apoyo para su candidatura, tanto fuera como dentro del propio emporio de su gente de confianza; el malo que lamentablemente abunda y del que hay que desconfiar muy profundamente, buscará beneficios personales cuando de buscar votos se empecine, llenándose de compromisos que nunca le dejarán actuar con libertad sin que le estén recordando a cada instante con un rotundo ¡Está Ud. notificado!, la posesión de su alma. Ojo con esta diferenciación de contexto, entre el anhelo y la obsesión que las campañas esconden o manifiestan abiertamente. Para el político oportunista, lo importante es llegar y para ello es vago, general y facilista desde un inicio; no es confrontacional con las tendencias que manifiestan un peligro para la consolidación de un estado mutacional en el que las democracias vienen incurriendo hoy en día, cada vez más absorbidos por ciertos ejes de poder condicionado o abiertamente autocráticos adonde, aquella frase del “Hoy por mí, mañana por ti” entra en plena vigencia en cada círculo vicioso en el que a menudo y cada vez con mayor peligro valores fundamentales como la ética, la moral y el afán de servicio van siendo relegados a un segundo plano y llevados casi, casi al borde de su extinción, precisamente cuando y donde más se necesita de ellos: sembrando precedentes que el resto de la ciudadanía requiere antes de entregar su confianza y comprometerse en la lucha por el progreso y por dejar atrás aquellas iniquidades que redundan en desunión y pobreza, conscientes de que todos están haciendo su parte y de la manera más equilibrada y honesta posible.

Para el buen político será una necedad siquiera pensar en la posibilidad de captar los votos de alguna representación poco fiable o abiertamente mafiosa. Eso para él queda descartado incluso antes de conocer que lo suyo es la política, y por eso es odiado por las élites vigentes que en su desmedida obsesión por simplificar rutas, han inventado la palabra “gobernabilidad” sin poco importar quien provea peso a su lado de la balanza. Eso, sin embargo, en vez de amilanarlo, a despecho de lo que esperarían aquellos, suele siempre convertirse en su eje propulsor pese a cualquier maquinaria preestablecida de un estado de cosas preparado exclusivamente para tal fin. Así, para el buen político, que muchas veces divaga ante la invisibilidad de unas retinas condicionadas por imágenes prestadas o alquiladas, siempre será aunque sea en lo más digno del subconsciente ciudadano, aquella alternativa invisible que le sirva de reflexión algún día y le haga preguntarse: ¿Porqué dejé sin darle oportunidad a esta opción?

Aquello que para el político “clásico”, ojo con el término, un pacto aventurado representa una simple anécdota que a la larga se convertirá en una deuda a pagar con favores políticos, obviamente vedados, para el buen político es y será una herejía con la cual disentirá aun a costa de su propia popularidad, por eso el empeño de los primeros en desprestigiarlo, sin reparar en las contradicciones en las que puedan caer en una búsqueda cada vez más difícil de argumentos capaces de sostener sus incongruencias e inconsistencias, que solo desnudan un miedo a perder las riendas de un estado de cosas que en determinado momento les pueda ser favorable. Statu Quo que el pueblo pese a su proclividad a ciertas manipulaciones incluso por si mismo cuando se empecina en sus errores, si hiciéramos un mapa de proyecciones en el tiempo, repararíamos está verdaderamente harto; pero eso por supuesto que le importa al político personalista amordazado como está a su propio ego narcisista o a los acreedores de su conciencia puesta en alquiler.

No hay que hacer mucha memoria para reencontrarse con la verdadera forma de hacer política, plena de desencuentros por el activismo ideológico de entonces quizá, pero nunca tan oportunista como hoy, que solo pone en marcha sus engranajes para engatusar y captar votos, tan alejados del debate doctrinal y de coyuntura; de las bases que fueron siempre el bastión de su vigencia plena el mismo que no podía más que redundar en una merecida cercanía con un pueblo que quisiera ver sus problemas debatidos desde diversas ópticas o en los propios núcleos más afines al gobierno.

El actual político, siguiendo esa demarcación promedial aludida en principio, es lamentablemente producto de la globalización y como tal, lleno de mezquindad e indolencia, adicto a sacar cuentas personales en cada paso que da, es la primordial actitud que lo mueve, cuando debería estar consternado por ejemplo, por tanta niñez en abandono alimentario que las políticas mas bien efectistas nunca alcanzan a colmar más allá del lente propagandístico por ausencia de mística inclusiva y sana humildad.

Jacinto: La corrupción, quizás el punto más importante de su discurso. ¿Hay algo que el pueblo quiera oír, que no haya oído antes?

Pedigrí: Sí. Yo acabaría literalmente con la corrupción…



Primera entrega: 27 de enero de 2011

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"Si es responsable ser desconfiado con aquel que llega, habrá que serlo doblemente con aquel que pretende volver, o estaremos quebrando el principio básico de la experiencia en el sentido más fecundo de la expresión: aquel bagaje descollante de crecimiento y ponderación personal que redunde en el mérito que, si queremos sea implantado como nuevo estilo de gobierno, más allá de la retórica, ellos los gobernantes debieran ser los primeros en ser pasados por su tamiz".

Jacinto: ¿Así de enfático es?

Pedigrí: La corrupción, como la semilla de la maleza que no solo saca provecho de la atmósfera benigna elegida para el grano de trigo fecundo sino del estado nutricional óptimo de su sustrato, reina adonde se dan las condiciones para germinar y crecer vigoroso amparado por la provisión de nutrientes del buen cultivo; tanto mas próximo que exacerbe una voracidad propia de la más implacable de las radicícolas y no tarde en condicionar su crecimiento al extremo de limitar su producción; tanto mas enmarañado con sus raíces que limiten su capacidad de erradicación. Por eso la corrupción, y esta no es una simple conjetura, siembra las condiciones necesarias para sobrevivir no solo dentro de su lodazal íntimo y permisivo, sino y sobretodo creando un ambiente propicio para su perdurabilidad: sea satisfaciendo conciencias débiles o abiertamente afines y complementarias; sea sembrando silencios mediante amenazas latentes que anulan sin eliminar toda posible amenaza del círculo “demasiado cercano” en el cual se desarrolla la fechoría.

El acto corrupto para que se consolide como tal requiere de una percepción real del acto doloso a ser cometido y del dividendo a ser percibido, por eso el ente corrupto cuando tal, se asiste mucho de las figuras prescriptivas, de las artimañas dilatorias como una forma de irlas consolidando en el tiempo, y como no, de ciertos formalismos políticos “asistencialistas” dolosos cuando de una manera totalmente inicua se opta por suspender procesos en curso justo cuando más necesitan ser esclarecidos, acudiendo a alguna figura sumaria si, en aras de la limpieza por algún proceso en marcha, alguna exención de causa requieran.
Jacinto: Pero no son acaso los propios gobiernos de turno quienes propician la propagación de estas lacras. Como hallar el método exacto para hacerles frente con un mínimo de probabilidades de éxito si…


Pedigrí: ¡Carácter!

Jacinto: ¿Carácter?

Pedigrí: Con el lema: “En tierra de puercos, no hay lugar para narices respingadas”, la coalición pro-corrupta pondrá punto final a cualquier reticencia esclarecedora que todavía aletee en alguna ala del ambiente mientras en sus paredes se puede advertir el lodo esparcido con el cual los infectos hicieran sentir a todos en casa al grado de enmudecerlos cuando de hablar de lucha anticorrupción se tratase.

Por eso el tema principista de la independencia de las instituciones no alude solo al garullezco retórico del equilibrio de poderes, sino y sobretodo a una conducta jurisdiccional ajustada a ley totalmente ajena a la injerencia política. La excesiva reticencia a la incorporación de ciertos nombres relevantes como cabezas institucionales, precisamente por la calidad de su legajo ético y su total desapego al juego político del compadrazgo y la prebenda es la prueba palpable de la inimputabilidad de la corrupción en tiempos de inercia, justo cuando en esa búsqueda etérea de mayor justicia y equidad lo que se necesita es precisamente la más pura imparcialidad que solo un carácter equilibrado es capaz de profesar, promover y preservar.

Jacinto: Hay voces que aluden a la reconciliación como una forma de buscar aunar esfuerzos con miras al desarrollo…

Pedigrí: La lucha anticorrupción es un tema principista que requiere de una posición definida libre de ambigüedades y de monsergas, mucho menos ser solo declarativa o en última instancia, apenas un problema burocrático con el cual dar vuelta a la página. La violencia, las ofensas entre connacionales, son algo con los que la reconciliación con una dosis de justicia aquilatada y ejemplar, puede capear temporales coyunturales, precisamente porque son estados de alteración emocionales que pasan cuando un viento helado de la realidad apaga el fuego del mito que lo encendió dejando apenas cenizas esparcidas imposibles de ser enardecidas nuevamente excepto en el ardid manipulador. La corrupción, sin embargo, al ser producto de una deformación en la conducta humana, como cualquier práctica delictuosa, solo verá en la buena fe del prójimo el talón desde donde volver a dar inicio a su predilección por la reincidencia.

Los estados de violencia basan su manifestación en un hecho fáctico circunstancial, una búsqueda equivocada o no, de una verdad, la cual una vez colmada, sea por el factor de búsqueda hallado, sea por el producto de su confusión dilucidado, simplemente pasa. La corrupción es un estado latente de continua especulación por el beneficio indebido que como la pena que la proscribe, jamás prescribe en el alma dañada.

Jacinto: El ciudadano común y corriente. ¿Porque cree que es tan permisivo y reincidente en sus frustraciones, una suerte de masoquista depresivo crónico redundando una y otra vez buscando el regazo en la causa de su dolor?

Pedigrí: Los gobiernos desde que son un conglomerado lícitamente necesitado de hombres de confianza que hagan más llevadero sus planes programáticos, confianza que alude a la capacidad propiamente dicha por sobre un amiguismo no necesariamente idóneo, deberían ser también muy poco contemplativos con sus males. Sabido es que hacer algo contra sus propios intereses solo cabría en un practicante del “Hara kiri”, sin embargo cuanto empecinamiento hay en provocarlo cuando, inexplicablemente, se es complaciente con su presencia y proliferación. Males que, si bien engendrados por una larga cadena de complicidad de gobiernos sucesivos, siempre harán más vulnerable al que sostiene las riendas actuales y siempre el peso de la culpabilidad, sea por acción u omisión, será solo y solo sí, suyo. Por eso, cualquier alusión a una puesta a buen recaudo del prestigio o el acudimiento a la metáfora del espíritu fraterno para salvar situaciones coyunturales solo para esquivar una responsabilidad, está probado, es capaz de poner en vías de extinción al propio imperio.

El ciudadano libre tiene que aprender a justipreciar los tiempos de libertad en los que vive y valorar como tal la facultad de elegir a quienes, ya con las riendas sueltas, dirigirán los destinos del país por propia iniciativa y desde la perspectiva de la realidad que ellos perciben.

Jacinto: El poder como un “calentado” a la espera de un buen diente…

Pedigrí: Acceder a un cargo público, en particular a la presidencia, debe ser un premio a un estado transmutativo previo, de retos y de resultados que no necesite del esfuerzo retórico ni de inmensos rótulos para ser avizorados por el ojo ciudadano: un peldaño que hable por si solo de todas las bondades productivas y de perseverancia que pueda augurar alguna posibilidad de cambio que ya es mucho pedir en estos tiempos, y a cuya exigencia abdicamos cuando actuamos desmesuradamente vulnerables ante los juegos de habilidad que como alternativa a su propia discapacidad nos plantea la política banal.

Que de bueno o nuevo podría plantearnos por ejemplo algún o alguna congresista que si por algo es conocido o conocida es por actos públicos reñidos con las obligaciones de su desempeño congresal. Es una pregunta simple que si nos la hiciéramos todos, pero de manera objetiva y sincera, no cabrían dudas ante una respuesta contundente sea de aceptación o de destierro definitivo de nuestras preferencias. Si es responsable ser desconfiado con aquel que llega, habrá que serlo doblemente con aquel que pretende volver, o estaremos quebrando el principio básico de la experiencia en el sentido más fecundo de la expresión: aquel bagaje descollante de crecimiento y ponderación personal que redunde en el mérito que, si queremos sea implantado como nuevo estilo de gobierno, más allá de la retórica, ellos los gobernantes debieran ser los primeros en ser pasados por su tamiz.

Jacinto: Pero seguro ha de tener alguna fórmula que lo diferencie de los candidatos que, palabras más o palabras menos han sugerido lo mismo pero a la hora de ponerlas en práctica, simplemente se han acomodado al estado de cosas…

Pedigrí: Acaba de decir la palabra mágica. La palabra. Palabra que no solo es ese medio de entonación de lo más recóndito de nuestras interioridades y locuacidades, sino y sobretodo aquel juramento que como un eco habrá de martillarnos los oídos cada vez que algún curso perdido pretenda hacernos desviar la mirada.

Tan enemiga de la consigna discursiva es la palabra, solo capaz de congeniar con la voluntad y el caracter que, si no hay voluntad de por medio, primero para creer lo que uno mismo dice, después para elegir a los supremos ‘cómplices’ próvidos y pertinentes, capaces de comprarse el pleito en el logro de un objetivo y por quienes habrá que poner las manos al fuego cuando la situación caldee: solo será una afrenta más para el crédulo votante arrastrado por una falsa y malintencionada retórica tan usual en el político de estos tiempos, insisto, sin desmedro de algún mínimo porcentual cuyo discurso en altavoz o en audífono sea el mismo y consonante con su conducta habitual. Y un quinquenio más perdido para la restauración de la decencia y la lealtad en la política, si alguna vez las hubo en las cuantías que el ciudadano consciente aspira sea reflejado incluso en el propio seno de la sociedad, repito, tan necesitada de émulos y estímulos en quienes depositar una confianza perdida.

Hay que volver a ese activismo de la palabra que le devuelva al oído su lozana y esperanzadora sinceridad que reconquiste a través suyo al ser humano, desde el alma, a partir de una auténtica determinación, descarnada hasta el escarapelo quizás, pero profundamente franca cuando de los confines a los que se puede llegar, sana y lícitamente, se trata. Si es posible, excepto la marihuana, habrá que volver a vestir de vincha y sandalias si así hemos de sentirnos realmente parte de una nueva era en la que empeñar la palabra sea verdaderamente el honor puesto en juego así se trate del ciudadano del más recóndito de los parajes serranos, o de un político, consciente al fin del verdadero rol que le toca en el difícil camino análogo a recorrer, pero no porque haya alguna relación dogmático-temporal en la injerencia de los valores en la conducta humana, sino por esa pérdida paulatino de esencialidad en un espacio excesivamente contraído por la incursión de nuevos códigos que rigen esas conductas.

El como, después de haber superado esta indefectible premisa, es mucho más sencillo de lo que aparenta. Aunque parezca inverosímil más difíciles de romper son nuestras propias barreras levantadas a la forma y tamaño de nuestras conciencias cada vez que un final de jornada nos llama a hacer cuentas y preferimos un tamiz roto. No somos capaces de decir hoy me declaro otro hombre y decido por fin tomar la ruta que siempre mantuve esquiva, y fervientemente reniego de las “amistades” que me ayudaron a conducirme por la senda errada, y elijo esta vez los “cómplices” correctos que habrán de acompañarme en esta nueva jornada. Y no es que no los haya, los hay y a montones guardando un perfil bajo ante el reinado y excesivo gárrulo de los retorcidos.

Lo que sigue no es más que el ejercicio de los postulados con los que se busca llevar a cabo una verdadera reforma: la actualización y modernización del Estado que la haga ágil y noble a los requerimientos que de ella requiera la sociedad, entre las cuales indudablemente será prioridad el derrumbe y lacrado de las galerías mafiosas instauradas ante la pasividad de los que nunca tuvieron en sus planes afrontar el problema.

Jacinto: A propósito, porqué cree que la palabra reforma le resulta demasiado onerosa al político en general que como el repelente al zancudo le es causa de un mudo escozor aun antes de haber sido inmerso en el ámbito de su fragancia usualmente agradable y lozana.

Pedigrí: Conveniencia, privilegio, y quien sabe algún temor oculto de que cuando esto funcione y no haya mas espacio para la mediocridad en el Estado, tampoco lo haya para la demagogia. Es frustrante saber que hay partidas presupuestales que no son capaces de ser utilizadas por miedo a quebrantar alguna normatividad vigente lo cual es simplemente consecuencia de una impráctica, un desconocimiento que ninguna entidad privada eficiente sería capaz de tolerar sin que pongan en peligro sus activos. La pregunta sería, ¡Y que de los activos de todos los connacionales! ¡Que de la eficiencia que tanto se pregona!

Jacinto: Pero una verdadera reforma de seguro destapará mucho “infraganti” que si como se dice han echado raíces profundas, faltarían jueces probos y cárceles…

Pedigrí: …muchas veces cuando se debe dar inicio a un nuevo comienzo con nuevos principios hay que saber aquilatar los pros y los contras que rijan en adelante un nuevo orden de vida en el manejo del Estado. Y enrolarse en un nuevo perfil conductual y conductivo significará cargar con un peso en el cual el precedente de haber sido perdonado significará más que una engorrosa y costosa sed de justicia que en nada ayudará si lo que se busca es obtener réditos en el más corto plazo. Y engendrar mayores enconos solo será causa de dilaciones y aplazamientos en la implementación de un proyecto que va más allá de una simple puesta en orden de la actual situación del Estado.

Jacinto: Como lograr poner orden sin penalización…

Pedigrí: ¡Moratoria!

Jacinto: ¿Moratoria?

Pedigrí: Sí, seis primeros meses de moratoria a partir de hallado el delito para todo lo que signifique embaucar al Estado, sea desde alguna práctica hormiga, o de alguna conducta individual reincidente sospechosamente pasada por paños tibios. Seis primeros meses en los que una auditoría general se encargará de identificar cada anomalía registrada a media voz, hacerla explícita mediante un informe que estará a disponibilidad de la sociedad en su conjunto, sino cual sería la razón del precedente, si la sociedad se mantuviera ausente del proceso.
Se imagina cuanto ahorro para el Estado, no tanto en lo económico, que aun cuando sea considerable para las arcas, apenas será un grano de arena en la pretensión del gobernante tan esclavizado como está a las cuantías que deja o recibe: si en lo moral y ético que habrá de redundar necesariamente en una nada despreciable progresión de la justicia que como principio de aquella tan esquiva equidad, es clamor de tanto peatón de la sociedad…


Segunda entrega: 14 de marzo de 2011